arte
Banksy, la fe del grafiti
El arte callejero pierde espontaneidad y se institucionaliza. Una película protagonizada por Banksy, uno de sus grandes nombres, y un libro editado por Taschen lo ponen de nuevo de manifiesto
Norman Mailer debió de ser uno de los primeros ¬dentro del ámbito intelectual– en escribir o en darse cuenta de que el grafiti tenía muchas cosas que decir. Digo que debió de ser Norman Mailer el primero porque, puestos a datar el nacimiento de ... esta corriente urbana y artística, tenemos que remontarnos a los años sesenta, y fue un poco más tarde, a mediados de los setenta, cuando el iconoclasta de Mailer se descuelga con un libro titulado La fe del grafiti, aderezado con las excelentes fotografías de Jon Naar. Y no es que le diera por trazar una apología del movimiento. Simplemente narró, como el cronista de una época que fue, lo que ocurría en las calles de Nueva York por aquellos días, en el me-tro de la entreverada y populosa ciudad.
Banksy ha hecho un documental como quien coge un móvil
La historia estaba escrita en sus paredes: «Si seis o siete chicos entran en el metro en Harlem, Washington Heights o South Bronx, sin duda la autoridad los registrará en busca de botes de spray. Por eso los esconden y pululan por la estación un buen rato sin pintar nada, y al final pasan tanto tiempo en el metro que ya ni los persiguen –para ellos es como un club, virtualmente un club de campo donde socializar–, y cuando los policías no están a la vista y se acerca un tren, sacan su alijo de pintura del escondite, lo ocultan en el cuerpo, bajo los uniformes ragamuffin de tela extra grande, suben a los vagones y no bajarán hasta que a medianoche lleguen a una cochera desértica al final de la línea, donde encontrarán su lienzo natural que es, obviamente, la pared metálica del vagón del metro, listo para reverberar en los egos de los metales de Nueva York».
¿Tanto hemos cambiado?
Han pasado años y seguimos en el mismo punto o en el mismo instante de fascinación y desconcierto ante el grafiti y sus colegas. Tan es así que el citado libro de Mailer, cuyo título es obvio que lo hemos llevado a la cabecera de este texto, lo reeditó el año pasado 451 Editores , después de haber dormido en los anaqueles del olvido. «Descatalogado» es el témino profesional para estas «lagunas» editoriales. ¿En qué ha cambiado la escena que describe el visionario de Mailer? En poco o en nada. Estos grafiteros todavía viven anclados a la mitología del proscrito urbano ¿En qué ha ganado? En la falsedad que esconde el glamour impostado de un ejercicio que no es ni tan proscrito ni debería recoger tanta mitomanía por las aceras de las ciudades.
Todo se explica muy fácilmente: desde el día en que un tal Banksy logró jugar al escondite del anonimato y coló en el mercado del arte una de sus obras, por supuesto, para ser vendida por cifras millonarias, las palabras de Mailer, que lo explicó tan bien, perdieron su valor, se quedaron a cero en el contador. La fe del grafiti se había convertido en otra cosa. Huelga decir que más próxima a lo comercial que a cualquier otra historia. Resultado: nació un mito sobre el que se escribe no solo en los periódicos como fenómeno de masas, sino también en las revistas de arte o en el prestigioso The New Yorker , bajo el sugestivo título de «Banksy estuvo aquí» (Banksy was here), como si de un ladrón o de un fantasma se tratara. El tal Banksy , al que nadie le pone cara porque no la quiere dar ni para el carné de identidad, y que, después de asaltar la banca, realiza o dirige un documental donde, de nuevo, se esboza el porqué y el cómo del grafiti y sus artistas. Ha triunfado en distintos festivales cinematográficos y ahora llega a las pantallas del circuito comercial. Recomendamos verla para que sepan del estado de esta cuestión grafitera.
A Banksy nadie le pone cara. Tampoco su película
¿Qué escribiría Mailer si viviera para contar sobre este Exit Through The Gift Shop (algo así como «Salida a través de la tienda de regalos»), título de la película? Sin duda, no le valdrían sus palabras salpimentadas con una pizca bien grande de romanticismo. Algo que no es poca cosa viniendo del cínico de Norman Mailer.
Un poco antes que el documental dirigido por Banksy y protagonizado por algunos de sus colegas en el grafiti más mediáticos de los últimos tiempos, la editorial Taschen, que en esto de pillar la cresta de la ola o de las modas artísticas saben tanto como el sabio mercado, acaba de sacar un bonito libro/tocho bajo el título de Trespass. Historia del arte urbano no oficial . En el tomo hay un capítulo titulado «Folclore urbano». Valdría como resumen o sentencia final para este análisis ya un tanto descreído.
«Iniciando descarga»
Cualquier parecido con la mítica grafitera es mera coincidencia. Entre otras razones, porque Banksy ha hecho un documental como quien coge una cámara en vacaciones o toma el teléfono móvil y enchufa la grabación directo a internet. Y a crecer con miles de descargas. Un estética perfecta para estas lides. Además de estar pensado para mayor gloria de colegas cuyo mérito es el de haber pillado cacho o fama. Encantados de haberse conocido los unos a los otros. Pongamos el caso de Shepard, recogido también en la cinta, quien salta a los papeles con rotundidad por «convertir el rostro de un senador desconocido en un icono reconocible en todo el mundo». Así lo narra una voz en off en la película mientras sale la imagen más famosa y pop de un Obama antes de su elección como presidente de Estados Unidos.
«Tenía 16 años cuando me colé por primera vez en unas vías de tren y escribí las iniciales de una pandilla de grafiteros (cuyo único miembro era yo) en una pared. Después de aquello sucedió algo increíble, no pasó absolutamente nada. No me persiguieron perros, no me partió ningún rayo enviado por Dios para castigarme y mi madre ni siquiera se dio cuenta de que no estaba en casa». Ahora es el cien veces nombrado Banksy quien escribe en el citado libro de Taschen. Parece que nada ha cambiado, pero es mentira. Cualquier pasado no sé si fue mejor (para Mailer, seguramente sí), pero, desde luego, tenía menos visos de resultar tramposo. Aquellos grafiteros sí que revolucionaron algo. Estos de ahora ya se instalaron en el stablishment. A las pruebas nos remitimos. La fe en el grafiti parece haberse perdido, aunque su mítica resulte sumamente ventajosa no solo para el mercado del arte más fashion, sino también para el mundo del cine o el mercado editorial de alto postín.
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