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La crisis sacude a la RAE y traba la continuidad de sus proyectos

Recortes, crisis, la mala venta del diccionario e internet sangran las cuentas de la Docta Casa y serán el reto del nuevo director que hoy se elige

La crisis sacude a la RAE y traba la continuidad de sus proyectos ignacio gil

jesús garcía calero

La Real Academia Española se enfrenta hoy a mucho más que a la elección de un nuevo director . La institución que simboliza, por no decir que reúne, la inteligencia de un país, vive en estos momentos una situación inédita, un desafío a la altura de la imaginación de sus miembros. Una crisis, o carestía, o escasez (habría que hallar en el recién publicado Diccionario de la RAE la palabra más exacta) muy compleja, tanto o más que la del país.

En cifras, ello se traduce en la pérdida de muchos millones de euros. Porque siendo la Academia que más recibe, también es la que más proyecta la base de nuestra cultura, nuestra lengua, en el mundo. Por mucho que digamos que el idioma español es nuestro petróleo , la RAE es una herramienta de extracción que tiene un alto coste económico y, siendo un asunto de Estado , hasta ahora estaba perfectamente dotada.

Según reconoce José Manuel Blecua, la partida que los Prespuestos Generales del Estado (PGE) dedica a la RAE ha caído de 3,6 a 1,6 millones de euros en los últimos dos años. Y, según reconoce el todavía director de la Docta Casa, nada hace pensar que eso vaya a cambiar todavía, ni pronto. La Academia explota recursos culturales riquísimos y millonarios, pero tiene su continuidad comprometida, al menos si se mantiene tal como está la estructura que ya algunos académicos califican de «antigua». Cambian los tiempos y la situación es, como señalan, inédita. «Muchos académicos no entienden la complejidad y dureza de este momento».

No en vano, en el inicio del curso de las Academias, decía Don Felipe que «la proyección de las Reales Academias es la de la misma España», al tiempo que alentaba a explorar el marco iberoamericano de colaboración y abrirse a los nuevos tiempos: «Es vital actualizar y crear permanentemente, investigando, innovando, generando pensamiento con excelencia y sentido práctico», decía el Rey.

Pero los problemas se agolpan. El diccionario (DRAE) se ha estrellado contra un mercado editorial en coma. En los dos primeros meses, esta vigésimo tercera edición había vendido solamente 7.689 ejemplares del tomo, a 99 euros, nada parecido a los cientos de miles de ejemplares que vendió la anterior. Blecua refiere un problema añadido: la decisión de mantener todas las publicaciones gratis en internet y dar servicio público. «Cada día tenemos más éxito -dice-, pero si no hallamos el modo de que el servicio que ofrecemos revierta en una compensación económica nos vamos a morir de éxito». La crisis del papel -los libros venden menos- se suma a la falta de patrocinios. La última reunión de la Asociación de las Academias se ha podido apenas realizar por la financiación a última hora de una Caja.

Más aún: los 200.000 euros de mantenimiento del edificio, y los 90.000 de la Asociación de Academias, a cargo de los PGE, también desaparecen. El Diccionario Histórico, proyecto de Estado que recibía desde 2005 partidas de 1,25 milones, ha visto esfumarse ese dinero.

Pero los costes no bajan. Ni la luz, ni la seguridad o la limpieza, recuerda Blecua. Ni mucho menos los costes salariales. El director confiesa con pesar «la tristeza de las reuniones con el Comité de Empresa, que son cordiales pero están llenas de malas noticias». Los académicos son de muy diferentes sensibilidades y algunos relatan a ABC la dureza con la que han decidido recortar los sueldos de los 78 trabajadores de la RAE, parte importante del alma y del servicio de la institución. Hace dos años un 3,5 %. Desde entonces, sueldo congelado. Y un pleno ha estudiado ahora una rebaja del 10%, dejando algunos salarios por debajo de los mil euros sin poder espantar el fantasma de un ERE. Decisiones que, seguramente, habrán generado tanto debate como cualquier voz del diccionario en la mesa redonda de la lengua.

Y por todo ello la crisis, o carestía, o escasez ha llegado para quedarse. Se va a cronificar, debido a la austeridad de las cuentas públicas. «Es difícil para algunos académicos acostumbrarse al final del Estado protector», asevera Blecua. Y la Fundación Pro-RAE, que ha inyectado liquidez en estos últimos años (2,5 millones en 2014) ha visto caer sus ingresos por la reducción de los rendimientos de su capital, hoy del 1%. «El Gobierno tiene la capacidad de repartir los PGE y nos ha otorgado lo mismo que a la Biblioteca Nacional. Pedir más cuando hay tanto paro parece poco adecuado», se lamenta el director de la RAE. «La verdad es que se ha hablado mucho del IVA cultural pero no se ha debatido la situación de las instituciones e industrias culturales aparte del IVA», añade. La política cultural del Estado en la década del español global está en juego.

Lógico que en la RAE haya cierta sensación de «desamparo político». Aunque la relación es cordial, en la Docta Casa se siente menos el impulso ministerial que en otros tiempos. Blecua reconoce que podría parecer que «hemos tenido un Ministerio poco defensor de un cambio en nuestra situación, pero no es así porque hay que tener en cuenta los actuales criterios del Ministerio de Hacienda».

Además, la elección del nuevo director ha hecho aflorar otras pugnas entre bambalinas. El DRAE de Espasa y el Quijote editado por Santillana reflejan intereses industriales que agitan la vida académica, alrededor de los cuales crecen las camarillas. No es de despreciar este tipo de presiones. En el día de ayer, por otro lado, se sumó el enfrentamiento entre Arturo Pérez-Reverte y el ministro José Ignacio Wert, con motivo del Quijote escolar y la implantación de la obligatoriedad de la lectura de la obra cervantina en las escuelas españolas.

Mientras todos estos problemas han sacudido la RAE como un mar de fondo en los últimos meses, en la superficie los debates eran la acepción de la palabra gitano, de la voz autista o de algún término considerado machista. «Nuestro diccionario viene del siglo XVIII y eso tiene mucho peso», como lo tiene la lengua de los hablantes que usan esos términos. Si algo lamenta Blecua en estos casos, ha sido «la pobreza de estos debates».

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