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Hannah Arendt

La filósofa rebelde que no quería serlo

La pensadora, de las más ilustres de la historia, propuso un concepto para iluminar ciertos aspectos de nuestras relaciones con el mal

La filósofa rebelde que no quería serlo ABc

ABC.es

Este martes se cumplen exactamente 108 años del nacimiento de Hannah Arendt, protagonista del doodle con el que Google ha querido honrar su figura , tan criticada como admirada. Hannah Arendt, alemana y posteriormente estadounidense de origen judío, reiteró en diversas ocasiones no sentirse «filósofa» y era descrita por su madre como una niña luminosa y alegre cuyo carácter cambió a raíz de la muerte de su padre, enfermo de sífilis, cuando tenía 7 años. Fue el primer golpe duro de una vida en la que, pese a todo, supo hacerse a sí misma y pasar a la historia como una de las figuras más ilustres de todos los tiempos.

Aquel de 1913 en el que tuvo que afrontar la muerte de su progenitor, Hannah también tuvo que asumir la pérdida de su abuelo, a quien estaba muy unida. Otra contrariedad para ella fue la de que, pasado cierto tiempo, su madre volvió a casarse. Sin embargo, encontró refugio entre los libros: a los catorce años, ya había leído la «Crítica de la razón pura», de Kant, y la «Psicología de las concepciones del mundo», de Jaspers. Se fue forjando así una fuerte personalidad motivada por su potentes inquietudes intelectuales.

En la Universidad de Berlín, la joven fue consciente de que debía seguir «su impulso por entender», algo que para Arendt era cuestión esencial. Su personalidad no respondía al estereotipo femenino de la época. De pronto, un día, conoció a Martin Heidegger, un joven profesor, aunque diecisiete años mayor que ella. «El mago de Messkirch», (su lugar de nacimiento), fascinaba a sus alumnos porque no esperaba de ellos que fuesen meros oyentes, sino interlocutores.

«Para Arendt era cuestión esencial el impulso por entender»

La relación amorosa con la autora de «La condición humana» no tardó en surgir, pero Heidegger era católico, estaba casado, tenía dos hijos y, sobre todo, una reputación social que no estaba dispuesto a echar por la borda. El amante le enseñó a la amada que pensar y ser viviente eran una misma cosa. Los amantes mantuvieron una relación con altibajos, pero la intelectual se mantuvo siempre, no obstante el amor había prendido fuerte y ninguno se zafó totalmente de él. El motivo fundamental de la ruptura, según explicaba Trinidad de León-Sotelo en ABC hace pocos meses , fue la afiliación del autor de «El ser y el tiempo» al partido nazi y la inevitable huida de Alemania de Arendt por su condición de judía.

Pensadora en el exilio

Arendt era judía, aunque no vivió su identidad en profundidad. En 1933, cuando tras el incendio del Reichstag , su inteligencia le dictó que era preciso asumir el exilio y, tras pasar por Francia, se dirigió a Estados Unidos. Allí tuvo claro como periodista que los valores de la profesión debían ser la honradez, la objetividad y el rigor de la investigación.

Si bien el antisemitismo le parecía «un insulto al sentido común», eso no le impidió que rechazara que el Gobierno de Israel empleara con los palestinos las mismas armas que habían herido a los judíos, siendo causante de grandes masas de apátridas.

Arendt murió en 1975, en Nueva York. En palabras del filósofo y colaborador de ABC Gabriel Albiac « dejó una obra grande. Vivió una vida generosa . Y libre».

Entre muchas de sus obras destacan, por citar algunas, «Los orígenes del totalitarismo», «La condición humana» y «Eichman en Jerusalén», además de dedicarle gran parte de sus textos sobre filosofía política a desmontar los totalitarismos. En especial, el nazismo , movimiento que, a su juicio, no sentaba su base en la germanidad, sino en un nacionalismo corrosivo, y que detestaba hasta el punto de calificarlo como una «patología política» y una «enfermedad malsana».

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