domingos con historia: en busca de una idea de españa
La frustración del catolicismo social
A pesar de su potencial influencia, las organizaciones inspiradas en la doctrina social de la Iglesia no fueron decisivas en la historia reciente de España. Entre el paternalismo patronal y el mangoneo de los obispos, no pudieron llegar a crecer más
por fernando garcía de cortázar
A comienzos del siglo XX, la doctrina social de la Iglesia que había tenido buenos propagandistas en Europa empezaba a calar entre los católicos españoles más despiertos. «No nos cansaremos de repetir que la cuestión social no es una cuestión de beneficencia, sino de rigurosa ... justicia», gritaba el dominico Padre Gafo esforzándose por superar el ingenuo paternalismo de las primeras actuaciones impulsadas por el catolicismo español en el mundo obrero cuando la encíclica Rerum novarum cumplía ya los veinte años de existencia. En el horizonte estratégico de la Iglesia española aparecen ahora distintas organizaciones seglares, invitadas a difundir la ética social, política y económica del magisterio vaticano. Desprovistos de toda autonomía tanto ideológica como operativa, los movimientos católicos laicos fueron durante largo tiempo una mera prolongación de la jerarquía y su brazo beligerante en su pulso con el poder civil.
Por ello fracasaron los Círculos Católicos de Obreros, que nunca pasaron de ser centros piadosos y de recreo instalados en locales cedidos por los patronos para que los proletarios pudiesen escuchar charlas en las que se conciliaban el capital y el trabajo. El canónigo Arboleya, al que acusaron de actitudes socialistas, censuró el que en los Círculos solo se hablase al trabajador de resignación cristiana, moralidad y obligaciones y nunca de sus legítimos derechos ni de las injusticias de que era víctima. Así mismo tuvo una vida lánguida el sindicalismo obrero católico, que tampoco consiguió liberarse del paternalismo patronal y, mucho menos, del mangoneo de los obispos. Defendiéndose de las intromisiones clericales, logró ejercer una auténtica acción sindical la Solidaridad de Trabajadores Vascos que, gracias a su componente nacionalista, alcanzaría notable arraigo en Guipuzcoa y Vizcaya durante la II República. También tuvo alguna fortuna el catolicismo social en los medios agrarios del norte y centro de España porque la religiosidad popular era allí más intensa que en las cuencas mineras o los suburbios industriales de las ciudades.
Más preparada para alternar con las clases altas de la sociedad, la Iglesia española extiende sus tentáculos entre sus colegios con el propósito de preparar la minoría dirigente, destinada a cristianizar la vida pública. En 1909 el jesuíta Ángel Ayala funda con jóvenes estudiantes la Asociación Católica Nacional de Propagandistas en la que pronto se impone el abogado Herrera Oria, con ideas claras conducentes a comprometer el magisterio de la Iglesia en la modernización de España y en la actualización del discurso y organización de la derecha. Bajo la orientación de Herrera, al que Azaña llamó «jesuita de capa corta», «El Debate» se convirtió en uno de los periódicos más influyentes del país, que no haría más que crecer hasta su desaparición en el inicio de la Guerra Civil.
Renovación de la derecha
La renovación de la derecha se produjo, sin duda alguna, en los años de la Gran Guerra, con la creación por Antonio Maura -justamente desairado por el trato del Monarca- del movimiento maurista que elaboró su programa alrededor de la defensa del catolicismo, la Monarquía, el Ejército y el nacionalismo español. Su apelación a la España católica, más allá de la lucha partidista, exigía moralizar la política y afirmar la verdadera democracia mediante la reforma del gobierno local y el protagonismo de las masas lanzadas a la calle. Sin embargo, Maura, invitado con posterioridad a formar gobierno en tres ocasiones, desengañaría a sus autoritarios seguidores, pues, a pesar de su malograda revolución desde arriba dentro de la Monarquía constitucional, no se convertiría en dictador antiparlamentario.
Nuevas expectativas para el activismo católico surgieron cuando un grupo de intelectuales y políticos procedentes de diversas facciones de la derecha impulsó la creación de un partido moderno confesional que, a imitación del Partido Popular italiano y del Zentrum alemán, luchase por conquistar un espacio dentro de la Monarquía liberal. El proyecto de unión de las fuerzas católicas cuajó momentáneamente, a partir de 1919, en el Partido Social Popular que consiguió agrupar a sectores del maurismo, con Ángel Ossorio y Gallardo de mentor, y a tradicionalistas con Víctor Pradera, pero sin Vázquez de Mella, partidario de una coalición de extrema derecha, formada por militantes de las distintas familias carlistas. Nacía el PSP como un aldabonazo en la conciencia de la burguesía católica convocada a sumarse a los esfuerzos regeneracionistas de los intelectuales republicanos y liberales, cuyo discurso podía hacer creer que la doctrina de la Iglesia era un obstáculo para la libertad de los españoles.
El golpe de Primo de Rivera creó uno de esos momentos solemnes de la historia que llevan a tomar decisiones radicales. La recién nacida democracia cristiana española contaba con la ventaja del inmenso trabajo social realizado por sus fundadores y no era, por tanto, una simple maniobra de los viejos partidos para salvarse en el momento de la crisis. Pero el PSP no logró superar las tensiones inherentes a la dictadura. Grande fue el precio que habría de pagar España por la desaparición de una opción que podía haberse convertido en un gran movimiento de masas, interclasista, partidario de la reforma social y de la democracia parlamentaria. Unos se dejaron seducir por las promesas de regeneración que ofrecía un sistema corporativo, dentro de una concepción católica del Estado. Otros se negaron a aceptar la hegemonía militar del proyecto. Todos, en mayor o menor medida, podrían hacer suyas las palabras de Arboleya referidas al retraso letal del catolicismo político español: «Pusimos todos los medios para que ahora resultemos enemigos de lo que todo el pueblo considera un gran progreso y una conquista inapreciable». «¡Si por fin quisiéramos», exclamaba, desesperado, en un libro que llevaba el expresivo título de «Sermón perdido».
La frustración del catolicismo social
Noticias relacionadas
- Todo lo que España ha contribuido a Occidente
- Menéndez Pelayo y la nación hecha historia
- Por qué la bandera tricolor de la República «constituyó un grave error»
- Las fechas que unen a las naciones
- El sueño regeneracionista y la nación española
- Ortega y la rebelión de las masas
- El republicanismo catalán también tenía una idea de España y de su modernidad
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete