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EL ORIGEN DE LAS PALABRAS

Cuando «ministro» significaba «sirviente» y «pelleja» era un piropo

¿Sabías que chocolate quiere decir 'alimento de los dioses'? ¿Y que cuando decimos 'vale' estamos hablando en perfecto latín? Virgilio Ortega descubre en «Palabrología» todos los secretos de nuestro lenguaje

Cuando «ministro» significaba «sirviente» y «pelleja» era un piropo

INMA ZAMORA

«Quedamos esta noche, ¿vale tía?». Es más que posible que si lee la expresión escrita en negrita, ese vale tía tan común en jerga adolescente, se detenga a pensar en cuánto ha degenerado nuestro lenguaje, tan rico y tan pobre al mismo tiempo en función de qué boca lo pronuncie. Puede, sin embargo, que le sorprenda saber que los jóvenes que digan la citada expresión estarán hablando un latín perfecto y empleando al mismo tiempo una palabra fetiche para Cicerón o Miguel de Cervantes. ¿No lo cree? Tan solo tiene que echar un vistazo a la última frase de «Don Quijote de la Mancha» :

Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. Vale.

Es Virgilio Ortega, editor y experto en el arte del buen hablar, el artífice de este ejemplo así como de otros muchos que dan buena cuenta de cuan poco conocemos las palabras que utilizamos en nuestro día a día. Lo hace en «Palabrología» (Ed. Crítica) , un completo manual en el que el escritor analiza una extensa lista de términos y nos recuerda el origen olvidado de nuestro lenguaje, demostrando así que la historia puede también conocerse gracias a la etimología de las palabras.

Conocer el origen de nuestro lenguaje es, dice Ortega, condición sine qua non para que la comunicación sea efectiva. «Las palabras son decisivas para todos, ya seamos ministros, astrónomos, médicos, vendedores... Un político, por ejemplo, solo convencerá a su electorado con un mensaje contundente, algo que jamás conseguirá si no sabe de dónde vienen las palabras que pronuncia en sus discursos. Lo mismo le sucederá al hombre enamorado, que necesitará de buenas palabras para 'conseguir' a la chica que desea». Es por esto que explica Virgilio por lo que todo el mundo debería contar, en su opinión, con unas nociones básicas de etimología: «Un médico, por ejemplo, no podría dar un diagnóstico sin conocer términos griegos propios de su campo. Lo mismo le sucedería a un astrónomo, a un economista... el origen del lenguaje es decisivo».

¿Utilizamos las palabras que sabemos?

Hay algo, dice el experto, que nos distingue en gran medida de figuras tan relevantes como Miguel de Cervantes o William Shakespeare y es el hecho de que, mientras «el de Lepanto» hacía uso de unas 20.000 palabras distintas a la hora de expresarse, un ciudadano español con nivel medio-alto de estudios no llegará a emplear más de 2.500. No obstante, apunta Ortega, la realidad es que conocemos y reconocemos muchos más términos, aunque no predominen en nuestro vocabulario. «Un adolescente puede utlizar solo 500 palabras, aunque sepa muchas más, y con ellas sobrevivir, lingüísticamente hablando. Lo hace abusando de algunos términos, como ese continuo 'vale' que predomina en sus conversaciones. Lo que muchos jóvenes ignoran es que cuando dicen 'vale' están siendo más cultos de lo que piensan, ya que hablan nada menos que en latín».

Algunos ejemplos

Hablando de palabras, el autor aprovecha para poner algunos ejemplos que demuestran lo poco que sabemos de la de nuestro diccionario. ¿Sabía, por ejemplo, que la palabra ministro hace referencia a una persona con poca categoría? «El ministro es ahora una de las personas más importantes del país, pero lo cierto es que la etimología de esta palabra, del latín minister, relacionada con la palabra minus, significa "menos". Ministro, por tanto, venía a significar sirviente, un esclavo de los criados, la persona que menos sabía de todas. Fíjate qué cambio, de ser el que menos sabía de algo a ser el primero de los mandamases».

Algo similar ocurre con el término pelleja, cuyo significado también es ciertamente opuesto al sentido peyorativo que hoy se le atribuye en nuestro lenguaje y en el que suele utilizarse a modo de insulto. Como explica Ortega, la palabra pelleja venía a significar «preciosa» pues procede de pellis, que significa piel y cuyo diminutivo era pellicula, que significa pielecita, algo bonito, agradable.

El autor de «Palabrología» no duda a la hora de escoger cual es la palabra que, en su opinión, atesora una de las historias más intersantes de nuestro lenguaje. Se trata del término chocolate, que procede del nombre con el que se bautizó a la planta del cacao: Theobroma cacao que, como no podía ser de otro modo, significa alimento de los dioses.

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