EL ESTILITA
CÓNCAVAS NAVES
JAVIER TAFUR
No estamos en condiciones de prescindir de algo hecho que puede contribuir al empleo
DESDE las moderadas alturas de nuestra sierra las naves de Colecor parecen platearse al sol como los plásticos de Almería vistos desde El Cerrón. Sólo que allí los plásticos extendidos, además ... de haber cambiado radicalmente el paisaje, han puesto a la provincia en el primer puesto de la renta per cápita de la comunidad andaluza, mientras que aquí las naves cerradas, sin cambiar apenas el paisaje, nos mantienen en el penúltimo lugar de esa lista. No obstante, aunque no las trabajamos, hablamos de ellas, que es mucho más intelectual y más apropiado para una ciudad de nuestro empaque, eterna aspirante a fenómeno de la cultura y poco más. Así, nos enzarzamos en bizantinas discusiones sobre su destino. Ora honorablemente decidimos derruirlas, ora jurídicamente proponemos plantar lechugas en el solar, ora tímidamente pensamos en salvar una parte para darle un futuro comercial, que es para lo que se levantaron, a despecho de las leyes, probablemente, pero con el concurso de todos, que miramos a otro lado, tal vez porque nos miramos a nosotros mismos y vimos que Córdoba no estaba para miramientos ni miriñaques leguleyos, sino para crear puestos de trabajo.
Yo entiendo que lo fácil es decir que la ley es igual para todos y también que por el mismo axioma la ley puede hundirnos a todos por igual. Pero la ley debe ser sensata y mejorar la vida de los ciudadanos, porque en caso contrario no es ley, sino desafuero. El acatamiento de las leyes tiene un límite. Los judíos de Auschwitz también estaban allí acatando las leyes que en su momento los cautivaron, sin que nadie pensara que el inaudito hecho de rebelarse no tendría por qué traerles mas males que remedios. Todos estamos hechos a la sumisión. Creemos que la sumisión nos dará los beneficios colectivos que individualmente somos incapaces de proporcionarnos. De esta realidad parten los totalitarismos.
Ahora todavía podemos distinguir libremente entre los diversos juicios que nos merecen las naves de Sandokán. Unos podemos ver sólo el abuso que el empresario hizo de una suerte que los políticos le brindaron y la estricta condena que merece por ello. Otros podemos inquirir la repugnante manipulación que unos políticos hicieron de un empresario que se parecía demasiado a ellos mismos. Algunos, por último, podemos vislumbrar el absurdo de que hagamos pagar, no ya al empresario ni a los políticos, sino al pueblo de Córdoba un lujo que este pueblo no está en disposición de permitirse: prescindir de unas naves hechas, que por hechas pueden y deben contribuir al desarrollo de la ciudad. Y sobre esta verdad no hay normativa urbanística que pueda ciscarse.
El urbanismo ha hecho ya demasiado daño en este país. No tanto por la burbuja inmobiliaria como por la estúpida idea de que la tierra es suya y no del que la trabaja. No seamos contumaces en el error y no quememos las cóncavas naves en las que Homero cifraba el destino de los argivos...
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