Música clásica
Alexandre da Costa fascinante
Seguramente el Op. 61 de Beethoven sea el más grande de los conciertos para violín y orquesta, pero su programación en una sala de conciertos no deja de tener sus peligros: la tremenda espiritualidad subyacente en sus páginas escapa a las capacidades comunicativas incluso de muchos de los grandes intérpretes, y técnica y formalmente es demasiado complicado de hilvanar.
Me gustó mucho la versión ofrecida el jueves por la Orquesta y el magnífico Alexandre Da Costa, convertidos en estrellas colaterales a mayor gloria de uno de los pilares fundamentales de la música occidental. Posee el canadiense sangre y recursos suficientes para servirse del arte (las cadencias encargadas por él mismo al compositor ruso Airat Ichmouratov y el impresionante bis de Jimi Hendrix al finalizar así lo confirmaron), pero el jueves cedió ante el genio de Bonn para penetrar en las entrañas de un trabajo bastante más críptico de lo que parece.
Con ayuda de su «legato» extraordinario y en este caso fundamental, y de todo el arsenal técnico y musicológico del que dispone, fue desarrollando un encomiable trabajo de campo, extrayendo ideas externas e internas, secuencias y desarrollos diversos, para acabar ensamblándolos en una macroestructura de prodigiosa unidad y hondura, no exenta del necesario pulso hercúleo al que el pathos beethoveniano siempre exige. Las étnicas cadencias del primer y tercer tiempo, sí parecieron un poco fuera de contexto (eran casi piezas de concierto en sí mismas), pero estuvieron geniales, resultaron electrizantes y mostraron de paso la faceta más extrovertida del músico de Montreal. La Orquesta, a la altura de las circunstancias, mantuvo a su vez un continuo diálogo con el solista y sonó flexible, sosegada y robusta pese a lo exiguo de la plantilla. Encomiable la labor de Lorenzo Ramos también con la sinfonía de Haydn que abrió la segunda parte, a la que impuso esa concepción suya tan tendente al brío. Aún quedaba la sinfonía «Clásica» de Prokofiev. Como era de prever, la gran velocidad y los lógicos síntomas de cansancio de la Orquesta no permitieron cuadrar el trabajo, pero ya no importaba: la noche tuvo tan buena factura que nada pudo empañarla. Muy bueno el concierto.

