CRÓNICAS DE PEGOLAND
El tubo
LA entidad que agrupa los intereses de la industria cervecera —Zeus la guarde por muchos años— ha emprendido una campaña por la presentación correcta de la bebida que fabrica y que incluye —Apolo los confunda por eso— el intento de desterrar el vaso de tubo ... de las barras de este país antes llamado España. Pueden ustedes hallar en internet el vídeo promocional en el que un guapísimo actor se niega a brindar con una bellísima actriz porque su birra no está presentada en esas copas de boca ancha y largo tallo sino en el honesto y proletario cilindro de vidrio convertido ahora en objeto de escarnio. A modo de declaración de principios, sepan ustedes que éste que antefirma brindaría con la citada señorita, llegado el caso, con la cubeta de la fregona con tal de desearle la misma salud y lozanía que en estos momentos aparenta.
Imagino que estas cosas tienen que ver con las ventas, la producción y tal como, en su día, los fabricantes de dentífrico se forraron por medio de la sencilla técnica de ponerle agujeros más anchos a sus envases. Pero lo cierto es que el vaso de tubo, tan agraviado ahora, ha prestado un servicio impagable al parroquiano del bar que lo único que busca es refrescar la garganta, desconectar de sus dilemas. Llegados los momentos de vivir por encima de nuestras posibilidades y tal, el formato empezó a ser arrinconado por las copas de balón, las macetas, meros caprichos con los que levantarles unos euros más al personal. Cálices de la modernidad convertidos en iconos de lo que realmente mola.
Toca la defensa del tubo, carajo, convertido en sinécdoque —la figura literaria que permite nombrar el todo por una parte— de amplia aceptación y atrezzo cinematográfico de las escenas de discoteca del landismo. Y de la caña o su hermano mayor, el doble, que es lo que sirve Manolo en El Correo con tanto éxito de crítica y público. ¿Tendría un inglés valor de renegar de la pinta o un alemán de la jarra porque haya quien crea que no son adecuadas o modernas? ¿Qué será la próximo en caer amenazado bajo la cultura del superguay que nos asuela? ¿No hemos tenido suficiente con la tontería nacional de los gin tónic de flores?
El quinto o botellín feneció casi sin responso, imposible de encontrar ya en la hostelería. Y dentro de poco serán la telera, el vermú. Por narices, habrá que entrar por el aro: pan de semillas, tofu, brotes de soja. El cortado caerá víctima del té. Y seremos víctimas del mercado, de los malandrines que dictan qué es lo chulo y lo esencial. Será ese momento en el que nos miremos al espejo y veamos a un gafapasta consumidor de la penúltima moda. El tiempo en que olvidemos que fuimos un sitio de gente pobre pero honrada. Que todo se jodió en el momento en que empezamos a poner el envase por encima del contenido, la forma sobre el fondo. Y ése, justo ése, será el punto de no retorno en el que este país no tendrá remedio y habrá que buscar el pasaporte, pedir asilo político, emprender la huida.
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