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Bibliófilo

Manuel Ruiz Luque: «Por el olor se sabe la vida de un libro»

Ha buscado su dosis de papel por medio país durante años hasta reunir una de las mejores bibliotecas de Andalucía

Manuel Ruiz Luque: «Por el olor se sabe la vida de un libro» valerio merino

aris moreno

Un señor que coge repentinamente un avión a las cinco de la madrugada para comprar en Barcelona media docena de libros y volverse a Montilla a mediodía no es un señor cualquiera. Es un hombre poseído por una pasión desbocada. La misma que le ha empujado durante décadas a reunir una de las bibliotecas privadas más valiosas de toda Andalucía compuesta por casi 35.000 volúmenes. Por eso, quizás, en su discurso aparece recurrentemente el verbo enamorar para referirse a ese objeto amado que ha perseguido toda su vida. Eso en el mejor de los casos.

-Sufría usted ataques de pasión irresistible.

-Sí. Como los drogadictos que necesitan un par de chutes.

-¿Y todavía no se ha desenganchado?

-No. Eso no pasa nunca.

-O sea, lo suyo es una enfermedad crónica.

-Una enfermedad incurable.

Manuel Ruiz Luque (Montilla, 1935) contrajo esta dolencia muy niño: un día que en la chatarrería de su padre empezaron a aparecer libros que compraba al peso para revenderlos. Y él, con la fascinación de un chaval de diez años, apartaba los que más le seducían ante la irritación paterna: libros de naturaleza, de historia, una colección de novelas de Dámaso Delgado. «También me enamoré de los tebeos: los de Roberto Alcázar, el Guerrero del Antifaz, Juan Centella». Ahí lo tienen: el verbo enamorar. Y así, de amor en amor, un chico que apenas pisó la escuela durante un año logró convertirse en todo un experto bibliófilo que ha viajado por media España buscando incunables y pergaminos.

Casa de las Aguas

«Un día leí en un periódico que un librero de Madrid vendía un libro que se llamaba «Munda pompeyana», de José Oliver Hurtado, y me fui en busca de él. Lo compré por 750 de las antiguas pesetas, que en los años sesenta era mucho dinero», aduce. Su frenesí bibliófilo fue creciendo de tal manera que a finales de los noventa ya tenía tres sedes diferentes para albergar tanto papel. Fue en el año 2000 cuando llegó a un acuerdo con el Ayuntamiento de Montilla para venderle su tesoro libresco por un millón de euros a pagar en 25 años. Hoy, la biblioteca Manuel Ruiz Luque reposa en el antiguo edificio de la «Casa de las Aguas», donde comparte sede con el Museo Garnelo. Tuvo muchas y muy irresistibles ofertas para vender la biblioteca a coleccionistas privados, pero Ruiz Luque prefirió que sus libros no salieran de Montilla y estuvieran a disposición de sus vecinos.

-Por lo que se ve, ha hecho usted muchas locuras por amor a los libros.

-Algunas, pero son inconfesables.

La entrevista tiene lugar en la sala de investigadores, situada en la última planta de un bello edificio con patio central cubierto. Nos encontramos rodeados de anaqueles y libros. Cientos de libros. Las anécdotas se suceden una detrás de otra y también los silencios calculados cuando prefiere reservar información que considera confidencial. «A mí me quisieron comprar el manuscrito institucional del Monasterio de la Cartuja. Estuvieron aquí consultándolo y me ofrecieron mucho dinero, pero no me acuerdo de cuánto», indica socarronamente.

-Sí se acuerda usted, pero no lo quiere decir.

-Fue una pasada. Y no lo vendí.

-El dinero no le tienta.

-Yo, como cualquier otra persona, vivo con dinero, pero no ha sido para mí una prioridad. Si no, no habría comprado libros: habría guardado dinero.

-¿Cuánto es el precio más alto que ha pagado por un libro?

-¿Eso hay que decirlo?

-¿Lo suyo es bibliofilia o fetichismo?

-Ha sido enganche por la curiosidad y no tanto en poseer sino en seleccionar. Prefiero más la calidad a la cantidad.

-Por cierto, tiene usted una pasión «demodé».

-No lo creo. El libro impreso no va a competir con el digital. Estamos todavía en los albores del libro espiritual, en las «tablas» esas o como se llamen (tabletas). El flujo del conocimiento no tiene límites ni fronteras. Esto es imparable.

-Sabrá usted que toda su biblioteca cabe en un «gigabyte».

-Sí, lo sé. Lo que creo es que las tabletas esas deberían llevar menos libros dentro y leer más.

-¿A qué huele un «ebook»?

-No lo sé. Pero sí sé a qué huele un libro. Por el olor se puede determinar qué situación, qué recorrido, qué impresión ha tenido. Pero para eso hay que ser un pachón.

-Usted lo es.

-Yo no soy tanto. Creo que tengo más educado el tacto y la vista.

-¿Llorará cuando se acabe el papel?

-Lloraremos todos. Se acabarán hasta los árboles a la velocidad que vamos.

-¿El libro electrónico acabará con la letra impresa?

-Creo que no. El libro digital tiene un campo y le va a ganar terreno a los libros de papel. Antes una carta llegaba a Montilla en tres días y ahora en una fracción de segundo.

-¿Cuántas generaciones le quedan al papel?

-Cada vez menos, evidentemente, pero le quedan. Ahora ya los autores presentan libros digitalizados en la red.

-Díganos la verdad: lee en soporte digital cuando nadie lo ve.

-No. Pero mire: aquí hay libros que se te cae el pescuezo cuando los lees. Que dicen, por ejemplo, «abajo las monjas y arriba los prostíbulos».

-Tiene usted libros pecaminosos.

-Llámelos mejor libros prohibidos.

-No hay nada más apetecible que un libro prohibido.

-Sí, pero muchas veces es la mojigatería lo que ha permitido que esos libros sean pecaminosos. Luego los lees y dices: «Esto no es lo que me habían dicho».

Pese a que hace ya casi diez años que vendió su biblioteca al Ayuntamiento, no hay día en que no aparezca por la «Casa de las Aguas» para estar cerca del que ha sido su tesoro vital. En todo este tiempo, su enfermedad incurable ha seguido su curso. De tal manera que hoy ya tiene otros tres o cuatro mil ejemplares que ha ido adquiriendo como quien no quiere la cosa. Las historias locales, los catálogos bibliográficos y las investigaciones sobre el libro siguen siendo el tema central de sus lecturas. «Más que leer, que también, me ha gustado mucho consultar», puntualiza. Hasta el punto de conocer prácticamente el contenido de los 35.000 volúmenes que reposan ordenados en el depósito de la Fundación Manuel Ruiz Luque.

-¿Todo está en los libros?

-Todo está en los libros porque el hombre tiene una frágil memoria y, por naturaleza, tiende a dejar impreso lo que piensa.

-¿Y qué salva al ser humano: la memoria o el olvido?

-El ser humano tiene el privilegio de poder olvidar porque si no sería dolorosísimo.

-Le voy a pedir un imposible a un bibliófilo como usted: dígame un solo título.

-Eso es complicado. Te puedes quedar con cien, cincuenta, treinta, cinco. A partir de ahí es muy difícil.

-¿Qué duele más: vender una biblioteca como la suya o los recortes del Ministerio de Cultura?

-Infinitamente más lo último: no por los recortes sino porque dañan mucho el conocimiento.

-¿Qué decreto firmaría usted mañana mismo?

-Mire: en enseñanza no se puede recortar. Es insostenible y no se puede comercializar con la educación, porque si no volvemos al siglo XV, cuando sólo los que tenían dinero podían estudiar.

-Si perdemos la cultura, ¿qué perdemos?

-Lo perdemos todo.

-Un dato: la mitad de la población confiesa no leer nunca. ¿Para llorar o para reír?

-Para deprimirse. Lo malo es que quien lo dice presume de ello, cuando lo que se está convirtiendo es en un analfabeto social.

-El jefe de la oposición del Ayuntamiento de Córdoba, por ejemplo, se jacta de no haber leído un libro en su vida.

-Pues tenía que ir a la escuela un poco más.

-¿En manos de quién estamos?

-No sé si hay otras manos ocultas que no se ven. Había un escritor que decía: «Mis manos están vacías de tanto dar pero son las manos mías». Tenemos que dar las cosas.

-¿La lectura o la vida?

-Es que si termino con la vida no puedo leer.

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