EL PATERO DEL VIERNES

Cuestión de estilo

Reconozco que algún Lunes Santo de mi juventud descubrí la severa belleza de ese gran desconocido de la Semana Santa cordobesa

JOAQUÍN DE VELASCO

La verdad es que no es mi estilo, y bien que lo siento. Podríamos quizás coincidir en el luctuoso negro, pero lo mío es la silenciosa meditación.

Y es que estos cofrades van pregonando su fe hecha oración a quien les quiera escuchar. Rezando y ... caminando con la Cruz en la ciudad que vio por vez primera en toda Europa el piadoso ejercicio que Álvaro trajo de Jerusalén. El mío es el camino más corto hasta la Catedral, y estos hermanos serpentean por estrechas callejuelas para llevar su testimonio a los más recónditos rincones. No es mi estilo, y ya lo siento, pero admiro profundamente el recogimiento que siembran con su caminar.

Cuando la tenue luz de la cera deja entrever una mano arrugada que se santigua a su paso tras una ventana enrejada. Cuando la mirada limpia del niño no se aparta del negro y alto capirote que carga una Cruz. Cuando el rezo público acalla el murmullo, y los roncos tambores acompasan los latidos expectantes de quienes les ven pasar.

No es mi estilo, como cofrade. Como firme partidario de la perfecta arquitectura de un paso de palio, en el que todo hilo de oro es poco para la Madre de Dios.

No deja de sorprenderme que estos enlutados nazarenos procesionen sólo, -nada más-, que al Hijo de Dios hecho hombre, crucificado y yacente a la vez, por intrincados recorridos, vedados para una hermandad común.

El mío es la suntuosidad simbólica y artística de un cortejo, y estos nazarenos se desenvuelven en el ascetismo estético más extremo. Pero aunque no es mi estilo, reconozco que algún lunes santo de mi juventud descubrí la severa belleza de ese grandísimo desconocido de la Semana Santa cordobesa.

A ese Santo Cristo de la Salud que no nació para deslumbrantes focos de una extraña carrera oficial. A ese hermoso Crucificado que, al no ir erguido sobre un paso, no podemos apreciar en la lejanía, sino que entre una nube de incienso nos sorprende y enamora por sorpresa, un lunes santo cualquiera, en cualquier encalada esquina de la judería.

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