Yakov Eliashberg, matemático ruso: «Llegué a trabajar como vigilante nocturno en un garaje. Estaba vetado»

Premiado por la Fundación BBVA, este genio de las matemáticas con una cátedra en la Universidad de Stanford (EE.UU.) fue condenado al ostracismo en la Unión Soviética por sus orígenes judíos y el exilio de su familia

Narra una historia de resistencia y lamenta, casi cuatro décadas después de salir del país, la falta de libertad de sus colegas en el régimen de Putin

Premios Fronteras del Conocimiento: una ventana a las soluciones del futuro

El matemático ruso Yakov Eliashberg, fotografiado en Bilbao Fundación BBVA

El matemático Yakov Eliashberg (Leningrado, 1946, ahora San Petersburgo) estuvo a punto de abandonar su carrera a la fuerza, incluso de no empezarla nunca. Profesor en la Universidad de Stanford (EE.UU.) desde 1989, esta eminencia de la llamada geometría simpléctica, algo terriblemente difícil ... de explicar pero que tiene que ver con entender los espacios de grandes dimensiones, cometió dos terribles pecados a ojos del régimen soviético. El primero, ser de origen judío. El segundo, la decisión de parte de su familia de emigrar a EE.UU. Razones suficientes para dejar de ser una persona confiable y, por tanto, convertirse en una especie de apestado. Pese a todo, el investigador logró salir adelante, abandonar el país y ganarse el reconocimiento internacional. Entre los numerosos premios a su trabajo, ha recibido junto a su colega francesa Claire Voisin el Fronteras del Conocimiento en Ciencias Básicas de la Fundación BBVA. Lo recogió el pasado junio en una ceremonia en Bilbao.

Eliashberg responde al otro lado de la pantalla de Zoom durante su visita a la capital vizcaína. Lleva una camiseta informal y tiene un ligero acento en inglés que revela sus orígenes rusos. Cuenta una historia de resistencia repleta de vicisitudes, que corre paralela al antisemitismo en Rusia. El rechazo a los judíos «venía por oleadas. En el colegio, no lo sentí. Pero al finalizar mis estudios universitarios, en 1969, la situación empeoró. Por ejemplo, para poder pasar a los estudios de posgrado se necesitaba una recomendación del departamento, lo que suponía el visto bueno del partido», recuerda. «En mi clase tenía varios amigos judíos que no la recibieron, lo que era claramente antisemita. En mi caso tuve suerte, pero intentaron por todos los medios posibles que cateara una asignatura llamada comunismo científico», añade. La asignatura incluía las teorías clásicas de Marx, Engels o Lenin y, «por supuesto, cualquier respuesta del alumno en un examen, por bien que recordara los textos, era interpretable» por los miembros del comité. Si alguien estaba señalado, daba igual los conocimientos que tuviera.

Afortunadamente, Nina Uraltseva, «una distinguida profesora y una de las mejores matemáticas de Leningrado», defendió a la joven promesa y no permitió que le suspendieran. Fue admitido con un aprobado raspado. Tras graduarse, el joven Eliashberg soñaba con acceder a la filial en Leningrado del prestigioso Instituto Steklov de Matemáticas, pero su director en Moscú «notoriamente antisemita» se lo impidió. Nadie podía contratar judíos sin su permiso personal. El responsable de la sucursal en Leningrado, Georgii Petrashen, «una buena persona, intentó lograr ese permiso para mí y viajó varias veces a Moscú para reunirse con el director de Steklov, pero el momento nunca era oportuno». Petrashen insistió y por fin se reunieron. Cómo sería el encuentro que le dio «un ataque de nervios». Fue internado una semana en un hospital psiquiátrico.

Eliashberg fue destinado a Syktyvkar, la capital de la República de Komi, a 1.300 km al noreste de Moscú, un lugar donde las temperaturas no superan los 17 ºC bajo cero durante el invierno. Allí pasó ocho años. Pese a lo que pueda parecer, el matemático lo recuerda como una buena época. La universidad era nueva, el personal joven e interesante, y, como había pocos judíos, prácticamente no se notaba el antisemitismo que sí azotaba las grandes ciudades rusas. Pero en 1975 su madre y su hermano emigraron a EE.UU. y esa mancha no iba a pasar desapercibida. «Mi situación personal empeoró. Se me consideró una persona de no confianza ideológicamente», dice. En ese momento, «yo ya tenía una cátedra en el departamento de matemáticas. Recuerdo una ocasión en la que, cuando expresé una opinión diferente, una directora pidió que no se me escuchara porque tenía 'una gran villa en California esperándome'. Por supuesto, yo no tenía nada de eso».

Muchos problemas sociales provienen de que las personas no saben pensar de forma lógica

La vida académica se hizo tan insoportable que el investigador decidió seguir los pasos de su familia y emigrar. Como no podía hacerlo desde Syktyvkar, tuvo que volver a Leningrado. Le negaron el visado. De inmediato, se convirtió en un 'refusenik', un rechazado, lo que implicó no poder acceder «a ningún trabajo». Para sobrevivir, se las arregló para ser profesor suplente en una escuela primaria y durante unos meses «vigilante nocturno en un garaje». Pese a las adversidades, «mantenía la esperanza». También enseñó con un nombre falso en el instituto tecnológico de un amigo y, gracias a otro «muy valiente, que incluso se jugó su propio puesto para que me contrataran», encontró un trabajo como programador de ordenadores hasta 1987, cuando por fin pudo emigrar a EE.UU. y retomar su carrera de matemático. «No fue fácil, cuando dejas de trabajar en matemáticas estas se van de tu cerebro», señala. Lo superó con creces.

Trayectoria de naves espaciales

La investigación de Eliashberg es fundamentalmente ciencia básica, pero tiene aplicaciones en muchos ámbitos matemáticos e incluso hay un intento de utilizar sus métodos, proyecto aún incipiente en el que trabaja la NASA, para diseñar la trayectoria de las naves espaciales. Entre sus reconocimientos, figura el Wolf de Matemáticas (2020), otorgado por la fundación israelí del mismo nombre.

El matemático lamenta que sus colegas lo sigan teniendo difícil en Rusia. «Por favor, no me deje empezar a hablar de Putin», exclama. «Es terrible lo que está ocurriendo allí. Por supuesto, sigue habiendo muchos matemáticos rusos con un enorme talento. Muchos se han marchado y los que permanecen no tienen buenos contactos, no acuden a congresos, y eso es algo importante para un académico porque, a veces, son los contactos personales los que te hacen pensar o te dirigen por un camino nuevo», reflexiona. En tiempos pasados, «al menos había una masa crítica importante en la Unión Soviética. Quizás ese no es el caso ahora». Pero como en su propia vida en el pasado, también intenta ser optimista: «La situación no tiene muy buena pinta en este momento, pero no creo que esté perdida para siempre».

Es inevitable preguntar sobre las protestas contra Israel por los ataques en Gaza a alguien que ha sufrido el antisemitismo. ¿Se están despertando los mismos sentimientos por motivos distintos? Reflexiona unos segundos en silencio. «Es algo terrible lo ocurrido en octubre en Israel, nadie ha querido ver la guerra que ha venido después ni el resultado de esa guerra. Pero cuando veo las protestas propalestinas en los campus universitarios en EE.UU. y Europa, he descubierto que el antisemitismo, que yo creía que no era un problema serio en esos lugares, existía igualmente. Lo que ocurre es que antes se consideraba inaceptable mostrarlo abiertamente -observa- y a partir de lo ocurrido en Gaza, ha dejado de serlo».

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