Una vieja batalla griega: el diminuto átomo contra la materia continua

grandes rivalidades de la ciencia

El carismático Demócrito, un filósofo defendía que todo en el universo estaba hecho de pequeñas partículas indivisibles; su rival, Aristóteles, pensaba que la materia era una sustancia homogénea y continua, como un trozo de arcilla gigante

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¡La Antigua Grecia! Tierra de filósofos barbudos, tragedias conmovedoras y debates que harían palidecer a cualquier tertulia moderna. Y entre todos esos debates uno de los más suculentos y perseverantes fue la épica batalla entre los atomistas y los defensores de la materia continua. ... Una lucha que duró siglos y que nos dejó con más preguntas que respuestas.

Los atomistas estaban liderados por el carismático Demócrito, un filósofo que, según las crónicas, se reía de todo, incluso de sus propios argumentos. Defendían que todo en el universo estaba hecho de pequeñas partículas indivisibles llamadas «átomos», piezas diminutas e indestructibles.

En el extremo opuesto estaban los defensores de la materia continua liderados por Aristóteles, que defendía que la materia era una sustancia homogénea y continua, como un trozo de arcilla gigante. Estos filósofos se imaginaban al universo como un pastel infinito donde todo estaba conectado y no había piezas separadas.

Los átomos contra el sentido común

Los atomistas tenían un argumento simple pero poderoso: «¡Miren a su alrededor! Todo cambia, se mueve y se transforma. ¿Cómo podría ser posible esto si la materia fuese una masa uniforme e inmutable?».

Los defensores de la materia continua respondían con una mirada de superioridad: «¡Tonterías! El sentido común nos dice que la materia es continua. ¡Obseven este trozo de mármol! ¡Es sólido, uniforme e indivisible!».

Los atomistas creían en la existencia del vacío, el espacio entre los átomos. «El vacío es necesario para que los átomos se muevan y se combinen», argumentaban. Los defensores de la materia continua se burlaban de ellos: «¡La naturaleza aborrece el vacío! ¡Todo está lleno, todo está conectado!».

La diversidad contra la uniformidad

Los atomistas explicaban la diversidad del mundo a través de la variedad de formas, tamaños y combinaciones de átomos: «Los átomos son como las letras en un alfabeto, con diferentes combinaciones es posible crear cualquier cosa». Los defensores de la materia continua respondían con un gesto de desdén: «La diversidad es una ilusión. Todo es una manifestación de la misma sustancia primordial».

Demócrito, el líder de los atomistas, era conocido por su risa contagiosa y su actitud despreocupada. «Todo es átomos y vacío», explicaba. «¡Incluso nuestras almas son solo átomos en movimiento!». Aristóteles, un hombre serio y solemne, argumentaba que «la risa es para los tontos» y que «la materia es sagrada e indivisible!».

La ciencia contra la filosofía

Los atomistas intentaban explicar el mundo a través de la observación y la lógica. «¡Si divides una piedra en pedazos cada vez más pequeños, eventualmente llegarás a partículas indivisibles!». Los defensores de la materia continua preferían la especulación filosófica y la autoridad de los grandes pensadores del pasado: «la materia es como la describió Platón: perfecta, eterna e inmutable».

Y al final, ¿quién ganó? La verdad es que nadie lo sabe con certeza. Los atomistas tenían ideas revolucionarias que anticiparon la teoría atómica moderna, pero carecían de evidencia experimental. Los defensores de la materia continua tenían el peso de la tradición y el sentido común de su lado, pero sus argumentos eran a menudo especulativos y dogmáticos.

A pesar de la falta de un ganador claro el debate entre los atomistas y los defensores de la materia continua fue un hito importante en la historia de la ciencia, planteó preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la materia y el universo, preguntas que seguirían intrigando a los científicos durante siglos.

Y lo más importante, este debate nos enseñó que la ciencia no siempre es una búsqueda de la verdad objetiva. A veces, es una batalla de ideas, una lucha por la supremacía intelectual, una competencia de ingenio y sarcasmo. Y en ese sentido los antiguos griegos eran verdaderos campeones.

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