No sólo ballenas: así era, en realidad, la dieta del megalodón
Un nuevo estudio basado en la abundancia de isótopos de zinc en los dientes del enorme depredador revela que el tiburón gigante era oportunista y perfectamente capaz de adaptarse a las presas disponibles en cada momento
El megalodón vuelve de las profundidades
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Iniciar sesiónFue el mayor depredador en la historia de la Tierra. Llegó a medir hasta 24 metros de largo, más que un autobús, y con el doble de peso. Se llamaba Otodus megalodon, que significa 'diente grande', y en sus poderosas mandíbulas se alineaban ... hasta cinco filas de dientes del tamaño de una mano humana. Su mordida tenía la fuerza de una prensa hidráulica industrial y nadó por los océanos del mundo hace entre 20 y 3 millones de años, siempre a la caza de presas para satisfacer una demanda calórica descomunal. Se ha calculado, en efecto, que necesitaba alrededor de 100.000 kilocalorías al día, algo que, según se creía hasta ahora, probablemente conseguía a base de una dieta casi exclusiva de ballenas.
Sin embargo, una nueva investigación acaba de descubrir que los hábitos alimenticios de este superdepredador no eran tan simples. Bajo la dirección de Jeremy McCormack, del departamento de Geociencias de la Universidad Goethe de Frankfurt, un equipo de investigadores ha llevado a cabo un estudio que sugiere que el megalodón, en realidad, era mucho menos exigente, en cuanto a su menú, de lo que se pensaba. «Desde luego -dice McCormack- sabemos lo que hacía si se encontraba con una ballena, pero parece que el megalodón se alimentaba de una gama mucho más amplia de presas de lo que se había asumido hasta ahora«.
El hallazgo, para el que McCormack colaboró con científicos de Alemania, Francia, Austria y Estados Unidos, fue posible gracias al análisis de algo que, curiosamente, es casi lo único que nos ha llegado de este tiburón gigante: sus dientes fosilizados. Al ser un animal con huesos de cartílago, en efecto, los esqueletos completos de megalodón son extremadamente raros de encontrar. No así sus dientes, duros y resistentes, que se han conservado en gran número y constituyen valiosas fuentes de información sobre los hábitos del enorme depredador. El estudio se acaba de publicar en 'Earth and Planetary Science Letters'.
Más grande y alargado: el megalodón no era como creíamos
José Manuel NievesUn nuevo estudio concluye que el enorme tiburón prehistórico no se parecía al actual tiburón blanco, sino al más esbelto tiburón limón, que ofrece una menor resistencia al agua
La clave está en el zinc
La técnica utilizada por los investigadores es innovadora y se centra en un elemento químico particular: el zinc. Como muchos elementos, el zinc existe en diferentes 'sabores' o variantes atómicas, los llamados isótopos, que tienen pesos ligeramente distintos. En este caso, los isótopos clave son el zinc-66 (más pesado) y el zinc-64 (más ligero).
El zinc se incorpora al cuerpo de los animales a través de la comida, y lo más interesante es que la proporción de estos dos isótopos del zinc cambia a medida que se asciende en la cadena alimentaria. Cuando un pez come plantas o pequeños organismos, absorbe una cierta proporción de zinc-66 y zinc-64 en sus músculos y órganos. Pero cuando un pez más grande se come a ese pez pequeño, la cantidad del isótopo más pesado, el zinc-66, disminuye en sus tejidos. Y si un depredador aún más grande devora, a su vez, a ese segundo pez, la proporción de zinc-66 en sus tejidos se vuelve aún menor. Es como una especie de 'firma' isotópica que va disminuyendo a medida que se sube en la pirámide alimentaria.
Aplicando este principio, los científicos encontraron que el Otodus megalodon y su pariente cercano, el Otodus chubutensis, tenían la proporción más baja entre zinc-66 y zinc-64 en sus dientes, lo que los sitúa claramente en la cima de la cadena alimentaria de su época.
Comparando el pasado con el presente
Para interpretar correctamente estos datos, los investigadores no podían considerar simplemente las proporciones de zinc en los dientes del megalodón de forma aislada, sino que necesitaban conocer con la mayor exactitud posible cómo era la proporción de estos isótopos no solo en la cima, sino también en la base de la cadena alimentaria hace millones de años. Todo un problema que McCormack y su equipo resolvieron gracias a un enfoque diferente. «Dado que no sabemos cómo era la proporción de los dos isótopos de zinc en la base de la pirámide alimentaria en ese momento -explica el investigador-, comparamos los dientes de varias especies de tiburones prehistóricos y actuales entre sí y con otras especies animales». Comparación que permitió a los científicos hacerse una idea de cómo eran, hace 18 millones de años, las relaciones entre depredadores y presas.
Gran parte de los dientes utilizados para este estudio proceden de depósitos fósiles en Sigmaringen y Passau, en Alemania. Hace 18 millones de años, esta región era un estuario cuyas aguas tenían alrededor de 200 metros de profundidad, un lugar repleto de diversas especies de peces y tiburones y entre las cuales, por supuesto, estaba el megalodón. Aquel antiguo estuario, por lo tanto, ofrece a los científicos una 'instantánea' de cómo era, en aquel momento, el ecosistema marino.
Una pirámide alimentaria más flexible
«Las doradas -explica McCormack-, que se alimentaban de mejillones, caracoles y crustáceos, formaban el nivel más bajo de la cadena alimentaria que estudiamos. Especies de tiburones más pequeños, como los tiburones réquiem, y los ancestros de los actuales cetáceos, delfines y ballenas, se encontraban en el siguiente nivel. Tiburones más grandes, como los tiburones tigre de arena, estaban aún más arriba en la pirámide alimentaria. Y en la cima estaban los tiburones gigantes como el Araloselachus cuspidatus y los tiburones Otodus, que incluyen al megalodón.«
Y justo aquí es donde se produce la sorpresa: McCormack enfatiza que los tiburones Otodus no se diferencian bruscamente de los niveles inferiores de la pirámide. «El Megalodón -afirma- era sin duda lo suficientemente flexible como para alimentarse de mamíferos marinos y peces grandes, tanto de la cima de la pirámide alimentaria como de niveles inferiores, dependiendo de la disponibilidad».
Lo cual implica que la imagen del Otodus megalodon como un depredador estrictamente especializado en ballenas necesita ser revisada. «Nuestro estudio -señala McCormack- tiende más bien a dibujar una imagen del megalodón como un generalista ecológicamente versátil». Es decir, que si bien una ballena era sin duda un banquete bienvenido, el megalodón no dependía exclusivamente de ellas. Si las ballenas escaseaban o si otras presas más accesibles abundaban, el megalodón podía adaptarse sin problema.
Las comparaciones entre los fósiles de Sigmaringen y Passau, además, mostraron que las criaturas de Passau tenían una mayor tendencia a alimentarse de presas de niveles inferiores de la pirámide alimentaria. Lo que sugiere que existían diferencias regionales en la disponibilidad de presas, o cambios en su abundancia en diferentes momentos, lo que a su vez influiría en la dieta del megalodón en esas áreas específicas. Es como si un ser humano actual eligiera entre comer carne o pescado, dependiendo de lo que esté más disponible en el mercado local, o de lo que haya en temporada.
Un instrumento valioso para la paleoecología
El análisis de los dientes basado en el contenido de zinc es una metodología muy reciente en el campo de la paleontología. McCormack se muestra entusiasmado con los resultados «completos y coherentes» que ha conseguido al utilizarla, no solo para las especies de tiburones y ballenas prehistóricas, sino también para rinocerontes prehistóricos herbívoros e incluso para especies de tiburones que existen en la actualidad. «La determinación de las proporciones de isótopos de zinc en los dientes -destaca el investigador- ha demostrado una vez más ser un instrumento valioso para las reconstrucciones paleoecológicas».
Kenshu Shimada, paleobiólogo de la Universidad DePaul en Chicago, EE. UU. y coautor del nuevo estudio, añade que la técnica «nos proporciona información importante sobre cómo las comunidades marinas han cambiado a lo largo del tiempo geológico, y, lo que es más importante, el hecho de que incluso los 'supercarnívoros' no son inmunes a la extinción».
MÁS INFORMACIÓN
De hecho, y aunque el megalodón fue un depredador formidable, no fue inmune a los cambios ambientales y a la competencia. Estudios previos, incluido uno dirigido por el propio McCormack, indican que, al menos en parte, la aparición del moderno gran tiburón blanco es responsable de la desaparición del Otodus megalodon. La competencia por los mismos recursos, en efecto, especialmente por los mamíferos marinos, pudo haber jugado un papel significativo en el declive y eventual extinción de este gigante de los mares.
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