El primer mondadientes de la humanidad
ciencia por serendipia
Resulta fascinante pensar que uno de los objetos más antiguos creados por el ser humano no fue un arma ni un instrumento de caza
Los ensayos con una pastilla azul contra la angina que los pacientes se negaban a devolver
Mondadientes romanos del siglo V encontrados en Suffolk, Inglaterra
Cuando pensamos en los grandes inventos de la humanidad, tendemos a imaginar herramientas monumentales: el fuego, la rueda o la escritura. Sin embargo, a menudo olvidamos esos pequeños objetos cotidianos que también condensan en miniatura la inteligencia práctica del ser humano. Uno de ellos, ... tan humilde como universal, es el mondadientes. Ese palillo sencillo de madera o hueso es, en realidad, una herramienta milenaria que nos conecta con los primeros gestos de cuidado, estética y salud bucal de nuestra especie.
Mucho antes de que existieran los primeros pueblos agrícolas estables, los homínidos ya usaban objetos para manipular sus dientes. Las evidencias arqueológicas lo confirman: marcas lineales en dientes de Homo erectus, neandertales y Homo sapiens muestran que ya utilizaban pequeñas herramientas, probablemente palillos de hueso o astillas de madera, para extraer restos de comida -o quizá, simplemente, aliviar molestias de las encías-. Un estudio detallado de fósiles encontrados en Atapuerca y otros yacimientos europeos indica que esas ranuras entre los dientes no fueron causadas por accidentes, sino por repetición: por una costumbre.
Una cotidianeidad silenciosa
Hace 7.000 años, en los albores del Neolítico, ese gesto ya se había convertido en hábito. Los humanos habían aprendido a moler granos, cocer pan, fermentar bebidas.
Pero también habían aprendido que esas comidas dejaban residuos entre los dientes, causantes de molestias o infecciones. En un tiempo en que aún no existía el concepto de higiene oral, el simple acto de limpiar el espacio entre dos molares era un acto de intuición y observación. Sin saberlo, aquellos primeros usuarios de mondadientes estaban inventando una de las prácticas más antiguas de salud personal.
Viajemos en el tiempo hasta una aldea neolítica en el Creciente Fértil, en las llanuras húmedas de Mesopotamia o en las cercanías del valle del Jordán. Las casas son de adobe, los campos colindan con pequeñas zanjas de irrigación. En una de esas casas, una mujer joven mastica granos de cebada cocida mientras su hijo juega con una piedra. Al terminar la comida ella toma una pequeña ramita seca, la mastica por un extremo hasta deshilacharla y con esa punta limpia entre sus dientes. Es un gesto automático, aprendido de su madre, y de la madre de su madre. Es el primer mondadientes: una simple rama con el extremo fibroso, que sigue la lógica natural de un recurso al alcance de todos.
Los arqueólogos han encontrado objetos similares en tumbas y asentamientos de la Edad de Piedra y del Bronce temprano. En algunos casos, los palillos estaban elaborados con hueso de animal; en otros, con puntas de oro o de bronce, testimonio de que incluso los utensilios más íntimos podían reflejar el estatus social. Lo que nació como una necesidad elemental pronto se convirtió en un símbolo de refinamiento.
A medida que las sociedades humanas se organizaron en torno a la agricultura, los animales domesticados y el comercio, el cuidado corporal comenzó a adquirir dimensiones sociales y religiosas. Las primeras ciudades sumerias, las necrópolis egipcias y los palacios minoicos nos hablan de sociedades que valoraban la presentación personal. Los dientes limpios y blancos eran signo de salud y poder, tal como lo serían milenios después en Roma o en la corte de Versalles.
Símbolo de identidad y de salud
Los mondadientes, en ese contexto, ya no eran simples utensilios. En Egipto, por ejemplo, se usaban ramitas de salvadora pérsica -una planta con propiedades antibacterianas- que aún hoy sobrevive en el mundo árabe bajo el nombre de miswak.
Estas ramas son el descendiente directo de los primeros mondadientes prehistóricos, no solo servía para limpiar sino también tenía funciones rituales: purificar el cuerpo antes de elevar una plegaria o presentarse en público.
En el mismo periodo, hacia el 5000 a. de C., otros pueblos, como los habitantes del valle del Indo o las comunidades neolíticas del Danubio, también integraban pequeñas herramientas bucales en su vida diaria. Cada cultura adaptó los materiales disponibles: madera de olivo o higuera en el Mediterráneo, huesos de animales en Europa central, y espinas vegetales endurecidas en África o Asia.
Desde un punto de vista científico, el uso de mondadientes tuvo una influencia discreta pero significativa en la salud oral. La dieta de los pueblos neolíticos -rica en cereales y féculas- promovía la aparición de caries, algo que los cazadores del Paleolítico apenas padecían. En ese nuevo contexto, una herramienta para remover los restos de comida ayudaba a reducir la acumulación de placa bacteriana y los primeros estadios de enfermedad periodontal. Sin conocer la palabra «bacteria», aquellos humanos experimentaban empíricamente los beneficios de la limpieza dental.
MÁS INFORMACIÓN
Pero más allá de la fisiología, el mondadientes también marcó el inicio de una relación cerebral con el cuerpo: una conciencia de sí, del aspecto, del olor, de la sonrisa. Es una frontera sutil entre lo biológico y lo cultural, donde el cuerpo se convierte en un campo de conocimiento y expresión.