Diez años de Chelyabinsk, el asteroide inesperado

El 15 de febrero de 2013 una roca de 20 metros explotó en el cielo de la región rusa de Chelyabinsk, provocando 1.500 heridos. Llegado de las cercanías del Sol, era imposible detectarlo y, si volviera a suceder hoy, tampoco seríamos capaces

La NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) desarrollan sendas misiones de vigilancia para localizar a estos enemigos invisibles y poder advertir a la población o evacuar una ciudad en caso necesario

La NASA logra desviar un asteroide por primera vez

La bola de fuego sobre Chelyabinsk, en los Urales y uno de los meteoritos encontrados Archivo

El 15 de febrero de 2013, un asteroide de 20 metros de diámetro y 13.000 toneladas estalló de forma totalmente imprevista en el cielo de la región rusa de Chelyabinsk, en los Urales. La explosión, ocurrida a una altitud de 30 km, liberó una ... energía equivalente a 35 bombas atómicas como la de Hiroshima. La onda expansiva causó daños en miles de edificios e hirió a unas 1.500 personas, la mayoría por los fragmentos de vidrio que salieron disparados de las ventanas. Dio dos veces la vuelta al mundo.

No hubo que lamentar ningún fallecido, pero fue una cuestión de suerte. Suerte, como recuerda la prensa rusa estos días, de que el muro de la fábrica de zinc que se vino abajo no sepultara a nadie. Y suerte también de que la roca entrara en un ángulo muy pequeño con respecto al horizonte, por lo que colapsó alto. Si hubiera caído en un ángulo más grande o verticalmente, la ciudad habría sido borrada del mapa. De la roca llegaron al suelo varios meteoritos, el mayor de los cuales pesó unos 650 kg y fue recuperado del fondo del lago Chebarkul.

Diez años después podría ocurrir lo mismo, o algo peor, en cualquier punto del planeta. Diez veces más rápido que una bala, nadie vio venir al bólido de Chelyabinsk, el más grande que haya golpeado la Tierra en más de un siglo. Hoy tampoco seríamos capaces de detectarlo. El problema no es su velocidad, sino su procedencia. Ocultos por el resplandor del Sol hay un número desconocido de asteroides cuya trayectoria se ignora. Muchos de ellos podrían dirigirse hacia nuestro planeta sin que lo sepamos.

La razón es que mientras tres observatorios terrestres financiados por la NASA -Pan-STARRS, Hawái; Catalina Sky Survey (CSS), Arizona; Atlas (Hawái, Chile y Sudáfrica)- rastrean el cielo nocturno en busca de asteroides, todavía no existe ningún instrumento que vigile los objetos invisibles provenientes de la misma región del Sol. «Si fuéramos capaces de detectarlos, una advertencia previa podría permitir a las autoridades tomar medidas como evacuar una ciudad o pedir a la población que se aleje de las ventanas o de lugares de riesgo», explica Juan Luis Cano, coordinador del Servicio de Información del NEOCC de la Agencia Espacial Europea (ESA) en Italia.

Curiosamente, el día del impacto de Chelyabinsk, los sistemas de seguimiento de asteroides se centraban en otro objeto: el asteroide 2012DA14, que con sus 45 m de diámetro iba a efectuar su máxima aproximación a nuestro planeta. De hecho, alcanzó una distancia récord de 27.700 km, inferior a la que se encuentran los satélites geoestacionarios (35.800 km). «Ocurrió algo insólito: dos aproximaciones el mismo día (sin tener que ver la una con la otra, como se revelaría más tarde), lo cual reveló que el riesgo de impactos contra la Tierra era superior al que indicaban las estadísticas oficiales», señala José María Madiedo, del Instituto de Astrofísica de Andalucía IAA-CSIC. «Además, esto puso de relieve la importancia de poder monitorizar aproximaciones de objetos que viniesen de la zona del cielo en la que se encuentra el Sol, algo que no puede hacerse con telescopios situados en tierra, sino que es necesario hacer desde el espacio», indica.

Por ese motivo, tanto la NASA como la ESA preparan sendas misiones complementarias para sacar de la oscuridad a las rocas potencialmente peligrosas. La americana se denomina NEO Surveyor y es la más avanzada. Su construcción fue aprobada el pasado noviembre y podría ser lanzada antes de mediados de 2028. Se trata de un telescopio espacial de 50 centímetros de diámetro en dos longitudes de onda infrarrojas sensibles al calor. En cinco años espera encontrar al menos dos tercios de los objetos cercanos a la Tierra de más de 140 metros, suficientemente grandes como para causar un daño regional importante en caso de impacto.

Objetos en movimiento

 

La misión europea, también en infrarrojos, no estará lista hasta dos años después, pero es capaz de localizar objetos aún más pequeños. Llamada Neomir, se situará en el punto de Lagrange L1, en equilibro entre la Tierra y el Sol, para escanear repetidamente una franja del cielo alrededor de nuestra estrella en busca de objetos en movimiento a partir de 20 metros de diámetro.

«Hay unos 900 neos (objetos cercanos a la Tierra) mayores de un km, y hemos descubierto casi todos. Pero solo hemos detectado el 40% de los que miden entre el kilómetro y los 140 metros, estimados en unos 25.000. Por debajo y hasta los 20 metros, los números crecen rapidísimo: hay entre 5 y 10 millones. Los que son aún más pequeños son incalculables», advierte Cano. La cuestión es que los objetos a partir de 20 metros pueden ser peligrosos, como se pudo comprobar en el evento de Rusia. Su detección con dos o tres semanas de antelación permitiría tomar medidas de prevención en tierra.

Si el cuerpo es mayor de 50 metros, hace falta otra estrategia. «La evacuación no serviría y habría que pensar en montar una misión espacial, como DART, la primera prueba de defensa planetaria de la NASA. Por supuesto, tendríamos que tenerla preparada con antelación», matiza el ingeniero. En 1908, un objeto de entre 40 y 50 metros devastó una región del tamaño de la isla de Gran Canaria en Tunguska, Siberia. «Evacuar una región tan grande supondría una gestión inmensa», aclara.

Meteorito recuperado del lago Chebarkul Archivo

 

El daño que puede causar un asteroide no solo depende de su tamaño, también de su composición. El de Chelyabinsk, del tipo condrítico, compuesto por material poco cohesionado, estalló por la presión de la atmósfera, pero una roca metálica habría llegado intacta al suelo, provocando un cráter 20 veces mayor que su tamaño. En este caso, de medio kilómetro. Según Cano, «la destrucción sería total. No quedaría nada». Uno de estos objetos, de 50 metros de diámetro, provocó el cráter Barringer de kilómetro y medio en Arizona hace 50.000 años. Hoy es una atracción turística.

«Hemos aprendido mucho de Chelyabinsk. El hecho de haber sido grabado por tantas cámaras ( desde telescopios y satélites a teléfonos móviles y cámaras de automóviles -muchos llevan una en Rusia para evitar problemas con las aseguradoras-) nos ha permitido conocer cómo ocurrió y hacer simulaciones muy precisas para comprender estos fenómenos», asegura Cano. Además, desde el punto de vista de la opinión pública, «fue una llamada de atención. La sociedad se dio cuenta de que hay que poner los medios para protegernos», agrega.

A su juicio, no es fácil convencer a los políticos de la necesidad de misiones como Neomir, con una inversión que no es extraordinaria para Europa (300 o 400 millones de euros) pero cuyos resultados no se ven de inmediato. Y preferiríamos no tener que verlos nunca. Asteroides del tamaño del de Chelyabinsk golpean la Tierra cada 80 años como promedio. Pero podría ocurrir mañana mismo. Con este tipo de misiones, el impacto de un asteroide podría convertirse en la única gran catástrofe natural que el ser humano puede prevenir.

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