Regresa el chotacabras, el ave que se oye, pero no se ve

Su nombre vernáculo se debe a la creencia, carente de toda base científica, de que estas aves chupan la leche de las cabras -chotar es un término arcaico que procede del latín suctare y que significa mamar-. Su nombre latino también corre parejo a estas fábulas, se conoce como Caprimulgus , que deriva de capra, cabra y mulgere, ordeñar.

En cuanto a su alimentación, es estrictamente insectívora, capturando a sus presas con la llegada del crepúsculo, bien al abrigo de las deposiciones del ganado o en las carreteras, en donde aprovecha el calor residual del asfalto para apresar a aquellos insectos incautos que se acercan a las cunetas. El chotacabras consigue aprehenderlos mediante pequeños vuelos en los que alterna los aleteos con los planeos.

A pesar de que tiene un pico muy pequeño, dispone de largas cerdas sensoriales –rictales- alrededor de la boca que le permiten optimizar sus vuelos de caza. Una vez terminado el festín regurgita las partes indigeribles de los insectos, como es el exoesqueleto de quitina.

A pesar de que las chotacabras no hacen asco a ningún insecto sienten especial debilidad por las polillas, los escarabajos, las mantis, las libélulas y las mariposas nocturnas.

Uno de los sonidos más curiosos que proporcionan las noches primaverales son los de los chotacabras, que recuerdan a un ronroneo sostenido, cuyo tono se eleva para comenzar a descender acto seguido, es como si el ave modificara de forma repetitiva la dirección de su cabeza. Se ha comparado este sonido con el que produce el carrete de una caña de pescar o el que emite el motor de un coche en la distancia.

Estas aves tienen muy desarrollado el sentido de la visión , que es el que utilizan para localizar a sus presas. Al igual que sucede con algunos mamíferos noctívagos, como los gatos, en su retina disponen de una capa de células reflectantes – tapetum lucidum , en latín alfombra brillante- que incrementa la probabilidad de que los fotones impacten en las células sensitivas.

A esto se une una mayor cantidad de bastones en la retina, en detrimento de los conos, las células encargadas de procesar los colores.

Todas las poblaciones son migratorias, pasando los meses invernales en el África subsahariana y extendiendo su área de cría por Europa y norte de África y Asia. Una de sus múltiples singularidades es que no construye nidos, la hembra se limita a poner un par de huevos en el suelo desnudo y lo hace en clara sincronía con el ciclo lunar. Esto permite que los huevos nazcan unos días antes de que haya luna llena, facilitando, de esta forma, a los progenitores la oportunidad de recoger la mayor cantidad posible de comida para alimentar a los polluelos.

Esta ave también es conocida en algunos lugares con el sobrenombre de 'engañapastores' debido a la estrategia que emplea para proteger el nido ante la proximidad de un depredador.

Los científicos han constatado que cuando los progenitores detectan la presencia de un extraño en sus proximidades salen a su encuentro ejecutando vuelos cortos, erráticos y desordenados, con los cuales le hacen creer que están heridos y que van a ser una presa fácil. De esta forma el depredador, ingenuamente, sigue al adulto y se aleja poco a poco del nido. Al final se quedará sin polluelos y sin adultos.

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación