La misteriosa fórmula del fuego griego, el arma que ardía bajo el agua
Este mortífero ingenio de la antigüedad pudo contener nafta, amoniaco, azufre e incluso cal viva
Pedro Gargantilla
Durante la Edad Antigua hay muchos relatos que se refieren a un arma especialmente mortífera, volátil e inflamable denominada 'fuego griego' . Se dice que bastaba simplemente con que una flecha estuviera impregnada en este enigmático elemento para que el agua próxima se viera ... envuelta en grandes llamas.
Era un arma incendiaria de gran poder destructivo que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso y que, incluso, podía arder bajo el agua. Para complicar aún más la situación, cuando los atacados intentaban sofocar el fuego se producía el efecto contrario, ya que el agua avivaba las llamas.
De forma simultánea se formaban nubes inmensas de polvo y humo en torno a la llama, que contenían compuestos tóxicos y que tan sólo podían ser apagados con vinagre o arena, algo bastante complicado de obtener en alta mar.
Al poder devastador del fuego se añadía el terror psicológico que despertaba, especialmente cuando observaban que las llamas no perdían fuerza bajo el agua, incluso se volvían más potentes.
Fuego valyrio
La fascinación por el 'fuego griego' ha alimentado la imaginación popular y ha dado origen a un poderoso madiraje entre mito, literatura y ciencia, convirtiéndose en uno de los grandes enigmas del armamento militar de la antigüedad.
En la novela 'El último Catón', de Matilde Asensi, los protagonistas utilizan el 'fuego griego', al igual que los personajes de 'Rescate en el tiempo' de Michale Crichton.
También ha hecho su aparición en algunos videojuegos como 'Assassin´s Creed: Revelations', donde el protagonista utiliza un cañón a modo de lanzallamas para carbonizar el puerto de Constantinopla.
De todas formas, la mayor difusión ha llegado de la mano de la serie de novelas 'Canción de hielo y fuego' -del escritor George R.R. Martin- y su célebre adaptación televisiva 'Juego de Tronos'. Allí aparece bajo el nombre de 'fuego valyrio', que tiene la apariencia de una pasta verde que se inflama con el contacto de una pequeña chispa o incluso con el calor del sol y que se almacena en pequeños tarros de barro.
La fórmula de Calínico
Muy posiblemente para conocer la primera vez que esta mortífera arma fue utilizada tengamos que remontarnos hasta el siglo II a. de C., cuando se valió de ella Arquímedes para destruir a una flota invasora que asediaba la ciudad de Siracusa.
Sin embargo, la fórmula más utilizada durante siglos sería la desarrollada por Calínico de Heliópolis , allá por el siglo VII, capaz de lanzar un chorro de fuego que se podía utilizar tanto en tierra como agua. Los bizantinos no tardaron en incorporarlo a los dromones, los barcos de su flota imperial, a modo de lanzallamas.
A pesar de que no se puede poner en duda la veracidad de la existencia del 'fuego griego' a día de hoy todavía su fórmula química sigue siendo un misterio. Para que pudiera llevarse a cabo era necesario la coexistencia de tres factores: una elevada temperatura, oxígeno y combustible.
Bajo este prisma, la mayoría de los estudiosos que se han acercado al 'fuego griego' defienden que debió de tratarse de una mezcla de nafta (hidrocarburo líquido), amoniaco, azufre y resina. Algunos abogan que, probablemente, también debía contener ciertas cantidades de cal viva que, al calentarse y en unión con el nitrato, desprendería oxígeno, propiciando que la nafta ardiera bajo el agua.
Se piensa que fue precisamente el 'fuego griego' una de las razones por las que el Imperio Bizantino soportó durante un largo tiempo las repetidas embestidas árabes. Sin embargo, a partir del siglo XIII, coincidiendo con la Cuarta Cruzada su uso decayó, seguramente porque tras el saqueo de la capital bizantina su composición se convirtió en un secreto a voces.
Algunos historiadores defienden que es posible que su fórmula pueda ser rescatada no tardando mucho, ya que podría conservarse en el interior de varios recipientes de cerámica que se encuentran en un barco hundido frente a las costas de la Provenza francesa. Pero, al menos de momento, toca esperar.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación .
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