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Martín de Rada: el astrónomo que impidió que Portugal robara Filipinas a España

En una hazaña científica para la época, el agustino utilizó las teorías heliocéntricas de Copérnico para mantener las posesiones de la corona española en Oceanía

Martín de Rada Archivo

José Ramón Jiménez Cuesta

Una afirmación extensamente repetida sobre la realidad histórica española es nuestro retraso en el conocimiento científico desde que empieza la Ciencia Moderna, la Revolución Científica, y su lejanía respecto a los acontecimientos científicos que cambiarían el mundo. Lo que actualmente conocemos como Física es la disciplina que inicia la Revolución Científica en el siglo XVI y XVII, revolución que ha transformado completamente a la Humanidad, generando los elementos que permitieron el avance de todas las disciplinas científicas (no sólo experimentales, como la Química o la Biología) el desarrollo avanzado de la Revolución Industrial y que fue motor principal del pensamiento que surge con la Ilustración.

La Revolución Científica se inició con el profundo cambio que afectó a la Astronomía y la Mecánica , siendo la publicación en 1543 de la obra de Copérnico , «De revolutionibus orbium caelestium», el origen de dicha revolución. Dicha publicación, en la que se propone una innovadora teoría heliocéntrica , generó un proceso lleno de grandes controversias que sólo una minoría muy selecta de aquel tiempo podía entender plenamente. Astrónomos, filósofos y teólogos de las universidades europeas estuvieron durante más de un siglo debatiendo la validez o no de dicha teoría, llegando incluso a ser censurada parcialmente a partir de 1616, aunque dicha censura tuvo un alcance muy limitado.

Mientras el heliocentrismo se debatía entre enormes polémicas en Europa, curiosamente, un fraile agustino español, Martín de Rada (1533-1578), llevó el conocimiento de las teorías heliocéntricas a las antípodas, a Filipinas, a miles de kilómetros de Europa. Una hazaña científica que es prácticamente desconocida incluso en nuestro país. Martín de Rada iba en la famosa expedición de Legazpi que en 1565 inició la conquista en firme de las Islas Filipinas para la corona española.

Martín de Rada era un excelente astrónomo y matemático que entre sus libros de astronomía y matemáticas incluía un ejemplar de la primera edición de «De Revolutionibus» . A escasos veinte años de la publicación del libro de Copérnico , un pamplonés llevaba entre sus posesiones un ejemplar de uno de los libros que ha contribuido a una de las mayores transformaciones de la Humanidad. Se puede pensar que llevar un ejemplar de De Revolutionibus no significaba que el poseedor lo entendiera, de hecho, en muchos casos ocurría así dada la complejidad del texto. Pero, como veremos, este no era el caso de Martín de Rada, ya que sabemos que sus profundos conocimientos de astronomía fueron vitales para que España mantuviera sus posesiones en Oceanía .

Cuando Legazpi llegó a Filipinas, pronto se encontró con un severo problema, en 1568 el Gobernador General de las Molucas, bajo dominio portugués, se desplazó a Filipinas para indicarle a Legazpi que España debía de retirarse de Filipinas ya que según el Tratado de Zaragoza, 1525, en el que se definía el «contra-meridiano» de Tordesillas, dichas tierras pertenecían a Portugal y estaba dispuesto a ir a la guerra por hacer valer sus derechos sobre el territorio filipino.

En defensa de España

Legazpi, a miles de kilómetros de la península, tuvo que articular la defensa del asentamiento español y para ello se basó en un estudio de la única persona que podía ayudar a resolver el litigio, Martín de Rada. Éste realizó un estudio en el que mostraba que aquellas tierras eran españolas , y para ello, el agustino utilizó en dicho trabajo el libro de Copérnico. Es realmente sorprendente que un clérigo español utilizara en las Islas Filipinas en 1568 las ideas de Copérnico en un asunto de tanta trascendencia para la corona española, cuando Europa todavía debatía sobre la validez o no de dichas ideas e incluso en diferentes universidades europeas como Wittenberg, Zurich, Rostock o Tübingen se recomendaba la prohibición de las lecturas copernicanas o eran explícitamente condenadas. Aunque cálculos más refinados posteriores mostraron que las tierras pertenecían a Portugal, este hecho no minimiza el extraordinario mérito y puesta al día científica del fraile agustino.

Podría parecer el caso de Rada un caso aislado en la ciencia española de la época. En absoluto, en la Casa de Contratación de Sevilla había cosmógrafos reales que conocían y estaban al día de la revolución copernicana. Y la Universidad de Salamanca fue pionera al recomendar la lectura de «De revolutionibus» como libro optativo y proponiéndolo como obligatorio en 1594. Posiblemente, sería la primera Universidad de Europa donde tuvo ese carácter obligatorio. Estos son ejemplos de los muchos que muestran que España estaba completamente al día de las nuevas teorías astronómicas. Incluso en momentos difíciles a raíz de la condena de Galileo, los astrónomos y cosmógrafos españoles resistieron las cuestiones de la censura. Ante los debates sobre si el heliocentrismo era real o no, los astrónomos respondían ante dichas controversias con: «El Rey no me paga para hacer filosofía». La necesidad de dominar la astronomía en una tarea vital para la corona española, como era la navegación, los dejaba al margen de debates sin alcance práctico. En otro campo vital para la Revolución Científica, la Mecánica, el dominico Domingo de Soto o el jesuita Rodrigo de Arriaga muestran que España contribuía o estaba al día en los nuevos avances.

Una leyenda sin fudamento

Es evidente que conforme avanza el siglo XVII, la puesta al día y conocimiento científico en España se reducen notablemente. Diferentes razones se han aportado para dicha explicación, aunque para la mayoría de los autores, el declive general de España que comienza y se intensifica en el siglo XVII es un elemento clave para entender la pérdida de impulso científico. En lo que no hay ningún género de duda es que a comienzos de la Revolución Científica, España estaba al día y contribuía al avance de las disciplinas que originaron la Ciencia Moderna, la leyenda negra de la «incultura científica» carece de fundamento. No es muy lógico pensar que la superpotencia de la época, España, estaba ajena a los conocimientos más avanzados de su tiempo.

Retornando a Martín de Rada, decir que escribió numerosas obras científicas que desgraciadamente se han perdido, viajó al lejano Oriente realizando aportaciones científicas que fueron la referencia del conocimiento sobre China en Europa durante décadas, y fue una persona cargada de humanidad como muestran muchos escritos sobre él. Su final no fue el más apropiado para un científico de tanto calado: murió en alta mar durante un viaje en 1578, siendo arrojado su cuerpo al océano.

José Ramón Jiménez Cuesta es Catedrático de la Universidad de Granada.

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