La historia detrás de la extraña y apestosa flor más grande del mundo
La Rafflesia es una planta parásita fanerógama que puede llegar a superar los diez kilos de peso
Pedro Gargantilla
La Rafflesia es una flor que habita en el sureste asiático, en la península de Malaca, Borneo, Sumatra y Filipinas , y que desciende de la familia de las flores de Pascua. Consta de cinco lóbulos de color rojizo salpicados de ... manchas de color beige unidas por una estructura con un orificio central con una columna y un disco, del que emergen algunas espinas verticales. La primera persona que descubrió una de las treinta y nueves flores de esta especie fue un explorador francés, el médico y botánico Luis Auguste Deschamps (1765-1842) en el año 1797. Desgraciadamente al regresar a su país fue apresado por los ingleses y todas sus anotaciones fueron confiscadas, quedando postergadas en el rincón de los olvidados. No fueron redescubiertas hasta 1954, cuando pasaron a formar parte del Museo de Historia Natural de Londres.
El hallazgo llegó demasiado tarde . En aquel momento ya se había atribuido su descubrimiento al colonizador inglés sir Stamford Raffles. Se cuenta que halló la flor por casualidad durante una expedición en la que participaron su criado malayo -el verdadero descubridor del espécimen-, su esposa y el botánico inglés Joseph Arnold.
Muy poco tiempo después de aquella excursión falleció Arnold, a consecuencia de las fiebres tercianas, sin que le hubiera dado tiempo a terminar el boceto, la descripción completa y la taxonomía del hallazgo.
Esta labor la concluyeron otros botánicos, los cuales bautizaron a la nueva planta como Rafflesia ardnoldii, en honor a sir Stamford Raffles y Joseph Arnold.
La clave del éxito está en el mal olor
Una de las singularidades de esta flor es su fuerte e inconfundible aroma, el cual garantiza su supervivencia. Hay que tener en cuenta que esta flor es unisexual, masculina o femenina, por lo que su fecundación depende de la proximidad de flores de ambos sexos.
Gracias a la emisión de un olor repugnante –recuerda a la carne en descomposición- es capaz de atraer a moscas carroñeras y escarabajos coprolíferos, los verdaderos protagonistas de la polinización. Eso sí, tienen que visitar las plantas masculinas antes que las femeninas, en caso contrario no será efectiva.
Todo transcurre de forma muy rápida ya que la floración es efímera, apenas dura una semana antes de que vuelva a cerrarse de nuevo.
El fruto final son unas bayas redondas llenas de pulpa blanda, con miles de semillas, un verdadero festín para unas musarañas arborícolas llamadas tumayas, las cuales contribuirán a la supervivencia de la Rafflesia al dispersar las semillas a través de sus heces.
Una especialista en aprovecharse de lo ajeno
Se piensa que fue hace unos cuarenta y seis millones de años cuando estas plantas evolucionaron a un ritmo acelerado, aumentando su tamaño en un factor de casi ochenta veces. De esta forma alcanzaron el metro de diámetro y los once kilos de peso , convirtiéndose en uno de los casos de gigantismo más extremos de todo el reino vegetal.
Para que podamos comprender la magnitud de este inusual crecimiento, si lo aplicáramos al Homo sapiens llegaríamos a medir prácticamente la altura de la pirámide de Guiza.
Erigir una flor de ese tamaño es, en términos energéticos, terriblemente costoso, por eso la Rafflesia carece de hojas, brotes y raíces, lo cual, no obstante, impide que pueda realizar la fotosíntesis.
Para compensarlo parasita a otros árboles, concretamente se hospeda en viñas del género Tetrastigma spp., las plantas las que le proporcionan la comida y el agua que necesita para crecer.
Desgraciadamente todo no son buenas noticias, en los lugares en los que crece la Rafflesia los nativos le atribuyen interesantes propiedades medicinales, lo que la han colocado en peligro de extinción.
Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.
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