La Barcelona de Picasso
El museo sobre el artista muestra los paisajes que pintó de la capital catalana
m. güell
La exposición «Paisajes de Barcelona» propone un periplo por la mirada atenta de Pablo Picasso sobre la ciudad que le fascinó en su juventud y a la que regaló los cuadros que le dedicó. Fruto de la introspección de la colección del Museo Picasso de Barcelona, ... la comisaria Claustre Rafart reúne treinta obras entre dibujos y pinturas.
«La primera parte de la muestra es un travelling en pinturas del litoral de la ciudad», explica Rafart que destaca que el paisaje de la Playa de la Barceloneta que dibujó Picasso en 1896 era el mismo que tenía este paraje hasta 1950. Al llegar a Barcelona en 1895 la familia se instaló cerca del puerto y por eso el pintor malagueño se fijó en la fachada del mar, en el rompeolas y las fábricas del Poble Nou.
«También le interesó la Barcelona patrimonial y en concreto el claustro de la Sant Pau del Camp y de la Catedral», añade la comisaria mientras comenta que existen otros dibujos de la Catedral lo que hace sospechar que proyectó una pintura importante sobre su claustro que no llegó a realizar. También tenemos la oportunidad de revistar la Barcelona moderna gracias a algunos de sus óleos como la «Azotea de las Casas de Xifré» en las que se construyeron los primeros depósitos de agua particulares de la ciudad. Tras la Exposición Universal de 1888 Barcelona limpió su cara y Picasso tuvo la suerte de valorar los signos de modernidad.
Las azoteas fueron otra de sus debilidades. Si en aquella época se estilaba disfrutar de esta zona de las casas para compartir reuniones con amigos, Picasso prefirió pintar las azoteas sin figuras humanas. En este apartado descubrimos su admiración por la ciudad con dos telas de 1902 y 1903 que reflejan «los azules de Barcelona». Miradas intensas y llenas de formas que dibujan una ciudad bañada por una luz inquietante.
Y por último, conocemos su faceta de voyeur con algunos paisajes que divisaba desde diferentes interiores como la azotea de la ya desaparecida Iglesia de Santa Marta que veía desde uno de sus talleres y su último paisaje de Barcelona, «El paseo de Colón», que retrató desde el balcón del Hotel Ranzini donde se alojaba su amada bailarina rusa Olga Khokhlova.
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