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El modernismo que arrasó la piqueta

Raquel Lacuesta Xavier González Torán hacen inventario de 150 edificios desaparecidos por los cambios urbanos y la especulación

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sergi doria

En 1978, la empresa constructora Núñez y Navarro iba a reproducir su enésimo edificio con chaflán sobre la Casa Golferichs, conocida popularmente como “el Xalet”. Eran tiempos en los que el movimiento vecinal barcelonés era escuchado por la oposición de izquierdas que gobernará la ciudad a partir de las elecciones municipales de 1979. Josep Lluís Núñez acababa de ganar las elecciones a la presidencia del F. C. Barcelona con dos eslóganes: “Per un Barça triomfant” y “Soci, la clau la tens tú. Obre el club”. Los vecinos contratacaron dando la vuelta al eslogan: “Núñez, la clau la tens tú. Obrim el Xalet!”. Gracias a esa campaña, el airoso Xalet modernista de Viladomat-Gran Vía no corrió la triste suerte de otros edificios de su estilo.

Principal activo cultural de la Barcelona siglo XXI que vive y se jacta del turismo, el Modernismo no gozó siempre de la misma aceptación. A las chanzas sobre la Pedrera gaudiniana siguió un desprecio que arrasó con más de ciento cincuenta construcciones, desde finales de XIX hasta la urbe postolímpica. En “El modernisme perdut” (Ajuntament de Barcelona- Editorial Base), la historiadora Raquel Lacuesta y el periodista Xavier González Torán componen un documentado inventario de esa arquitectura que conecta con la estética europea del último tercio del XIX: Art Nouveau, Jugendstyl, Sezession o Modern Stile.

El viacrucis de la Barcelona modernista comienza pronto. La clausura de la Exposición de 1888 conlleva la destrucción de una treintena de edificios considerados de carácter efímero; es el caso del Gran Hotel Internacional. Levantado en 53 días por más de ochocientos obreros en turnos de mañana, tarde y noche, es inaugurado en abril de 1888 y debelado un año después. El Palacio de Bellas Artes conseguirá mantenerse en pie unas décadas más, pero el deterioro tras la guerra civil unido a la indiferencia por la preservación del estilo modernista provocará su derribo; sobre su solar se levantaron unos horribles juzgados; hoy, también, en espera de piqueta.

Si el modernismo era visto con recelo por los intelectuales noucentistas y el racionalismo corbuseriano, la especulación de la posguerra y los años setenta hizo el resto. Paradójicamente, apuntan Lacuesta y González Torán, el calvario modernista se acentúa con la democracia: “Algunos de los agentes que habían participado con anterioridad en la defensa de ese estilo arquitectónico, se fueron desvinculando.

Para ellos era más una manera de hacer oposición al franquismo, que un sincero interés por la protección de ese patrimonio”. A juicio de los autores, el golpe de gracia llegó con los Juegos Olímpicos del 92. La tan jaleada apertura de Barcelona al mar comporta la pérdida de valiosas construcciones fabriles y servicios, como los baños de San Sebastián o los “tinglados” del Moll de la Fusta y la Barceloneta. Aunque en un principio se pensó en su conservación -vaciados en su interior y convertidos en pórticos cubiertos para viandantes- el desenlace fue harto contradictorio: “Se justificó el derribo para abrir nuevas perspectivas, pero enseguida se volvió a llenar el espacio portuario con construcciones como el IMAX, el World Trade Center y el Maremagnum...”

Otra de las acciones urbanísticas que los autores juzgan objetables es la apertura de la Rambla del Raval: “Supuso la desaparición de algunas de las pocas obras modernistas que quedaban en el barrio, como la casa Gelabert, la farmacia Sastre i Marquès de Puig i Cadafalch o las casas Buxeres de la calle Hospital”. Edificada en 1905 en la esquina de las calles Hospital y Cadena y catalogada por el Patrimonio, a la farmacia le llegó la hora en 1999. Los elementos ornamentales fueron a parar a los almacenes de la Zona Frana, mientras que su emblemático farol se puede ver en el Instituto Amatller de paseo de Gracia. De nada sirvió la oposición de los vecinos al derrocamiento de las dos casas Buxeres, las últimas con pedigrí modernista del Raval: tan sólo se pudo salvar una vidriera, la baranda de la escalera y algunos azulejos.

La tercera agresión contemporánea contra el modernismo se sitúa en la plaza de las Arenas de la plaza España: la animadversión hacia los toros y la desidia que deterioró el recinto entre 2004 y 2011 culminó con su transformación en centro comercial. Lacuesta y González Torán atribuyen tan polémica intervención a la “política del fachadismo” de las autoridades municipales en las últimas décadas: “Aunque es cierto que todo no se puede conservar, las actuaciones deberían enmarcarse en un proceso de reflexión que, seguramente, influiría positivamente en los resultados”. Desgraciadamente, ese cambio de actitud, llega demasiado tarde para la arquitectura modernista. Una cartografía sólo recuperable en el tiempo amarillo de las fotografías.

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