punto de fuga
El «no» de Raimon
Pase lo de los Estopa y Loquillo. Pero a él no se lo perdonarán. Seguro que no. Tiempo al tiempo
Acaso sin ser del todo consciente de la temeridad de su gesto, el ciudadano Ramón Pelegero Sanchís acaba de asomarse a ese precipicio invisible que delimita la frontera entre la comunidad de destino en lo universal conocida por “nosaltres” y el extrarradio civil de Cataluña, donde moramos los sospechosos habituales. Al fin clausurado aquel acomodaticio espacio de ambigüedad patriótica que toleró el pujolismo, ahora todo el mundo está condenado a elegir. O con Dyango o frente a Dyango, he ahí el dilema. Y acaso sin ser del todo consciente, decíamos, el de Játiva ha elegido campo. No se lo perdonarán. El ruido y la furia que su inopinada confesión está provocando en la antesala virtual de la hoguera que responde por Twitter así lo indica. No, no se lo van a perdonar.
Salvadas las preceptivas distancias, a mí lo de Raimon me recuerda a algo que leí en “Sea breve, por favor”, las memorias de Havel. Porque también los checos, al igual que los catalanes iconoclastas de hoy en día, quisieron saldar cuentas con su propia mala conciencia. Así, cuenta el antiguo disidente que “poco después de la llegada de la libertad a la vida pública surgió un tipo muy particular de obsesión anticomunista. Como si algunas personas que durante años habían callado sintieran de repente la necesidad de compensar su anterior humillación […] Finalmente los nuevos anticomunistas se enfurecieron más con los disidentes que con los representantes del antiguo régimen”. Y algo de eso hay en la orden de caza y captura que más de un patriota de hojalata se apresta a dictar ahora contra el heresiarca valenciano. Nada extraño si se recuerda que, bajo el manto del nacionalismo, Cataluña acaso constituya hoy el último reducto de la península toda donde aún pervive aquello que en tiempos se diera en llamar franquismo sociológico. Pase lo de los Estopa y Loquillo. Pero a él no se lo perdonarán. Seguro que no. Tiempo al tiempo.
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