Trauma: cómo sanar las heridas en la memoria del cuerpo

Y lo mismo pasa con las experiencias de la vida. Algunas nos vienen demasiado grandes o en «mal estado». Nuestro cuerpo no está preparado para ellas. Por eso uno de los síntomas más comunes tras las experiencias traumáticas es tener recuerdos intrusivos (conocidos como 'flashbacks'). Son muy vívidos, como si de una película se tratase. El cerebro lanza una y otra vez de vuelta aquellos eventos que no consigue asimilar.

El Trastorno de Estrés Postraumático, del que ya se investigaba tras la Primera y Segunda Guerra Mundial, fue finalmente incluido en los años 80 en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-III), tras la Guerra de Vietnam. Previamente había sido conocido como «neurosis de guerra». Los excombatientes presentaban síntomas como bajo estado de ánimo, agitación, recuerdos intrusivos o pesadillas.

Cabe añadir que, pese a haber sido inicialmente reconocido en el mundo bélico, en mayor o menor medida todos podemos tener en nuestra vida experiencias no procesadas o difíciles de asimilar, sin llegar a cumplir todos los criterios diagnósticos.

Dentro de las herramientas científicamente validadas para el tratamiento del trauma destacan las técnicas centradas en la exposición a los recuerdos traumáticos. Por ejemplo, se seleccionan recuerdos o estímulos sensoriales asociados a ellos y se trabaja para que la persona inhiba la respuesta emocional que condicionó (asoció) a esos elementos y que ahora aparece incluso en su ausencia.

Podría decirse que la memoria no puede olvidar como tal y que la única forma que tiene de conseguir algo similar es mediante nuevos aprendizajes que sustituyen al anterior. Por ello, los psicólogos se sirven de los principios de habituación o desensibilización sistemática. Esto quiere decir que si el evento aversivo se evoca en un entorno seguro dónde se puedan regular las emociones, poco a poco seremos menos reactivos a dicha memoria e incluso se irá emparejando con una nueva respuesta emocional más segura y controlada, haciendo incompatible que aparezca la respuesta de malestar anterior.

Además, muchos autores han destacado la importancia de acompañar al tratamiento de exposición con un reprocesamiento cognitivo. Es decir, trabajar en interpretaciones alternativas del relato de lo acontecido. No todo aquello que comúnmente consideramos «traumático» genera un trauma en la persona.

Del mismo modo, las experiencias que nos dejan huella no son siempre las que comúnmente imaginaríamos (fallecimientos, accidentes, malas experiencias sexuales). Tan solo la persona, en introspección (y/o con ayuda de alguien) tiene acceso a la magnitud de la herida que algunas vivencias nos suponen. Allí donde tengo una herida, todo roce puede suponer una reacción que parecería desproporcionada a ojos de quienes ignoran que allí efectivamente hay un daño.

En definitiva, encontrar espacios seguros donde sentirse validado y acompañado es crucial para construir narrativas que nos ayuden a resignificar y colocar acontecimientos dolorosos en nuestra historia de vida que nos permitan (con)vivir con ellos de la mejor manera posible.