Ley del hielo: así afecta esta forma de abuso emocional encubierto
La psicóloga Belén Colomina explica cómo funciona esta táctica de manipulación en la que una persona castiga a otra con un silencio tenso y prolongado en el tiempo
Cómo transformar el agobio en eficacia calmada

«Nos hemos dejado de hablar», dice ella. «¿Por qué?», le pregunta su amiga extrañada. «La verdad es que no lo sé, pero estoy hecha polvo y no sé qué hacer», contesta bajando la mirada. Éste podría ser un breve pero representativo diálogo sobre los ... efectos de la «Ley del hielo», un mecanismo de comunicación pasivo-agresivo que, según explica la psicóloga Belén Colomina (@belencolomina), resulta difícil de detectar y de limitar, pero cuyas consecuencias se sienten desde el primer instante.
Ese silencio tenso y prolongado en el tiempo con el que una persona castiga a otra es, según aclara la psicóloga, un abuso emocional encubierto que esconde una dinámica de poder desigual que puede afectar a la autoestima de la persona que lo sufre. «No solo se siente culpable, sino que además tiene la necesidad de dar explicaciones o pedir perdón sobre algo que en realidad se podría aclarar con una conversación que el otro no le permite tener», plantea.
El supuesto tema de controversia queda así zanjado unilateralmente y la persona que es objeto de esta manipulación se queda sin la posibilidad de saber más, de aclarar algún aspecto o de darse la oportunidad de construir una solución conjunta al conflicto. Se crea así una dinámica desigual en la que la posible solución implicaría que la persona que es objeto de esa Ley de Hielo se pliegue a los deseos del manipulador. «Eso provoca una sensación humillante y de abuso de poder que le hace sentirse mal y que, si se produce de una forma reiterada, puede llevarle a pensar que el cisma se ha abierto porque se ha equivocado, porque ha hecho algo malo o incluso porque es mala persona. Se convence de que es la única culpable de la situación», alerta Colomina.
Pero además si ese tipo de castigo corre a cargo de una persona que le importa (un familiar, la pareja, una amistad...), aumentará la sensación de sufrimiento y de abandono y crecerá la necesidad de reparar como sea el daño que cree haber causado en esa relación y ganarse cuanto antes la aprobación del otro para volver a sentir conexión o sintonía con esa persona. Esto puede llevar a justificar las palabras, las acciones y la actitud del manipulador con frases del tipo: «Está pasando por un mal momento», «Debe estar muy preocupado y por eso me ha tratado así», «Tiene muy mala suerte y no le estoy ayudando», «La vida le está castigando y no tiene la culpa», «No le debería haber dicho eso»....
La cuestión es, como precisa Colomina, que la persona que está sufriendo ese abuso se cuenta una historia narrativa interna que al final se acaba creyendo e incluso le acaba dando atributos de verdad. No solo se niega a pensar que el otro le está haciendo daño, sino que además se culpa por no haber estado más pendiente de esa persona y llega a menospreciar sus propias emociones, sentimientos y hasta sus sensaciones corporales. «No se pone en valor lo suficiente como para poner unos límites al trato que la persona que ejerce el abuso le está dando. Y esto crea una relación basada en la inseguridad», añade la psicóloga.
Cómo romper la Ley del hielo
Romper la Ley del hielo implica darse el valor suficiente para poner límites, para decir «no» a ese tipo de abuso, dejar de sentirse culpable y liberarse de esa tensión y frialdad con la que el abusador le está tratando. La clave sería, según manifiesta Colomina, pasar esa culpabilidad y esa responsabilidad al abusador, que es el que realmente la ha generado. «Hay que manifestar de forma explícita que el silencio no es una respuesta, que quedan cosas por hablar, que esa persona no ha dado la oportunidad de resolver el conflicto de forma conjunta y que quien decide dejar de hablar al otro es el responsable de la situación creada entre ambos», plantea.
El problema viene, según matiza la psicóloga, cuando la persona que es objeto de este tipo de manipulación tiene la autoestima baja y además siente afecto por el manipulador. «Mientras uno acumula cada vez más tensión, sufrimiento y dolor; el abusador aprovecha para sentir que está por encima del otro, se carga de razón y se muestra con derecho a actuar de esa manera», explica Colomina.
Por eso para la psicóloga es fundamental aprender a poner límites saludables que permitan darse el valor suficiente para entender que no solo se merece un buen trato sino que tiene derecho a pedir una comunicación afectiva, de cuidado mutuo, que incluya estos aspectos: cuidarse, cuidar y pedir el cuidado del otro.
Cómo actuar ante este tipo de abuso
Hay que tener en cuenta que la manera en la que la Ley de hielo hiere o desestabiliza al receptor depende de los vínculos que tenga con la persona que ejerce ese tipo de manipulación. «Cuanto más cercana sea la relación o más aprecio se tenga a esa persona, más doloroso resultará y más poder le dará al otro para que le haga daño», avisa Colomina.
Además, la sensación de tensión que genera ese vacío provocado por el silencio crea más daño porque el receptor no tiene nada objetivo ni una conducta explícita que pueda valorar o a la que se pueda agarrar para encontrar una explicación de lo sucedido. La responsabilidad se carga sobre el abusado: «Eres tú el que no ha hecho esto, el que ha omitido esto o el que ha dicho lo otro». Y eso lleva a que el abusado se repita a sí mismo un esquema de culpabilidad: he sido yo el que ha provocado esto porque el otro no ha hecho nada, solo ha dejado de hablarme. El arma del abusador, por tanto, es ese silencio que deja en el abusado un vacío incómodo que intenta resolver internamente con algún argumento que le encaje y que suele pasar casi siempre por culpabilizarse de lo sucedido.
Cuando se identifiquen este tipo de situaciones es importante que la persona que está siendo objeto de este tipo de manipulación se pare a analizar y reflexionar sobre la reciprocidad de la comunicación y del cuidado, así como sobre la responsabilidad propia y ajena.
Así es una relación sana: de cuidado mutuo
«Una relación sana, segura, confiable y de cuidado mutuo se da cuando una persona sabe que necesita ese cuidado que puede formalizarse en forma de abrazo, escucha activa o presencia y a su vez la otra persona, sin decirle nada, sintoniza con esa necesidad, le da respuesta y provoca así un sentimiento reconfortante y de alivio entre ambos», apunta.
El cuidado mutuo se basa en que uno al otro se alivian mutuamente sus sufrimientos a través de actos bondadosos, cuidado, amor o atención mutua que hace que ambos se sientan atendidos, vistos, sentidos, reconocidos y sostenidos (no solo escuchados). Y esa sintonía con la otra persona implica que ambos sientan y observen cuándo necesita el otro esa atención. Y esto, según indica Colomina, es especialmente importante en el contexto actual, en el que cada vez prestamos menos atención a los signos y a las señales de los demás y más centrados en nuestro discurso interno.
Pero además es importante pararse a pensar que en una relación hay tres factores (el 'yo', el 'tú' y el 'nosotros') que deben tener su propio espacio tanto en el ámbito de la pareja, de la amistad, de la familia o del trabajo. «Esto implica que hay que cuidar tanto el espacio personal del 'yo', como el espacio del 'tú' y el espacio de la relación del «'nosotros' pero sin volcarse demasiado en ninguno o en otro y, por supuesto sin irse a ninguno de los extremos», aconseja la psicóloga.
Esto quiere decir, según matiza la experta, que aunque dos personas que se tienen afecto puedan tener diferencias o desacuerdos, ambos pueden tratarse con cuidado y respeto. «Cada uno tiene que tener claro su valor para encontrarse y confrontarse en esas diferencias desde el autocuidado y teniendo claro que si el otro no está dispuesto a aceptar esas diferencias, es su responsabilidad», aclara.
El cuerpo habla
Uno de los mejores aliados en las relaciones interpersonales es el cuerpo pues, según asegura la psicóloga, es pionero en el ámbito de la información porque es el primero que percibe lo que está sucediendo. «Si hay tensión, esto se manifiesta en diferentes estímulos y estas sensaciones corporales se convierten en pensamientos que a su vez son interpretados por la mente; así que conviene escuchar bien al cuerpo para interpretar correctamente lo que está sucediendo», aconseja Colomina.
Hay que pararse, escuchar al cuerpo, darle potestad y credibilidad a lo que sentimos y reflexionar sobre ello porque él sabe bien cuando algo no nos cuadra o no nos gusta. «El cuerpo no se inventa la información y no se equivoca», declara la psicóloga. Una mirada, una forma de hablar, un gesto o una actitud puede darnos mucha más información de lo que creemos y puede ayudar a poner el foco necesario para saber cómo, cuándo y a quien debemos poner límites.
Para interpretar esas señales correctamente, no obstante, la psicóloga explica que puede ser útil entrenarlas a través del apoyo de la psicoterapia, pues cuando algunas cuestiones que se viven se convierten en frecuentes, repetitivas y llegan a afectar a la autoestima pueden generar en el cuerpo un patrón de tensión y de bloqueo automatizado que resulta difícil de identificar y de interpretar.
Y tras ese proceso de terapia en el que se aprenda a interpretar esas señales, será posible saber lo que causa el daño y así poner límites para moverse en relaciones más sanas y hacer los cambios necesarios para aliviar la aflicción. «Suele decirse que las cosas se ponen en su sitio con el tiempo, pero lo cierto es que no solo se consigue con el tiempo, también se necesita un cambio de perspectiva para apagar ese encendido emocional que hace que esa persona intente explicar lo que sucede con lo primero que le viene a la mente para apagar ese malestar. A veces no es posible apagarlo ni hacerlo desaparecer, ni tampoco escapar de esa situación. Muchas veces es necesario transitar el malestar, sostenerlo y darle calma para salir de él una vez que se haya aprendido a observar y a interpretar correctamente lo que está pasando», aconseja.
En este sentido, la psicóloga explica que cuando una emoción es muy intensa, la aflicción puede llegar a intoxicar la percepción y que eso puede llevar a un sesgo interpretativo erróneo. «No hay decisiones correctas o incorrectas sino funcionales (sanas) o disfuncionales (no sanas). Es necesario salir del sesgo de la aflicción y del enfado para observar desde la calma. Y ese discernimiento solo lo aporta la calma mental y el equilibrio emocional, que es el que permite obtener un abanico más amplio, más claro y más sabio sobre dónde ubicarse y dónde ubicar al otro», concluye.
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