Del culto al trabajo a repensar la vocación profesional: «Hay que saber parar antes de que el cuerpo te pare»
En un contexto de estrés, automatización y precariedad laboral, los expertos invitan a poner el foco en las consecuencias físicas y mentales de vivir en piloto automático, en una rueda de hámster basada en el sacrificio
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Iniciar sesión«¿Por qué como sociedad, aceptamos que haya personas que deban asumir un mayor sufrimiento que otras por su trabajo? Y no sólo aquellas que realizan tareas consideradas vocacionales, también quienes se dedican a las que muchos no quieren realizar porque no tienen ... suficiente prestigio. ¿Y por qué, en aras de un supuesto bien común, hemos decidido que hay personas sacrificables?». Este extracto del ensayo 'Maldito trabajo' (Ariel), del médico y divulgador Eduardo Vara, plantea en tono crítico el culto al trabajo como centro de nuestras vidas y la perversión de la vocación profesional.
Él sufrió esa perversión a quemarropa como pediatra que afrontó seis olas del Covid-19 en un centro público de Atención Primaria de Barcelona. Pero lo que plantea en su obra va mucho más allá de esa extenuante demanda que caracterizó a un contexto excepcional: lo que le pareció realmente grave es que al calor de esa vocación se justificasen toda clase de irregularidades y abusos que acabaron absorbiendo su energía física y mental hasta agotarle mientras le culpaban de no ser capaz de controlar sus emociones. «Una de las grandes paradojas que se dan en el entorno laboral es que, a pesar de que es el lugar en el que pasamos más tiempo de nuestra vida, siempre nos intentan hacer creer que el origen de nuestros problemas no es lo que sucede en el trabajo, sino nuestra forma de gestionarlo. Y esto entronca con esa toxicidad descrita por el filósofo Byung-Chul Han que puede llevar a un empleado a la depresión y a sentirse responsable de su propio fracaso en lugar de ser consciente de que ha sido explotado por un sistema que no asume su parte de responsabilidad en la salud de los trabajadores», explica Vara.
Sacrificio versus esfuerzo
Eduardo Vara colapsó y así lo confiesa en su ensayo, pero lo que en realidad persigue con sus reflexiones es mostrar que no hace falta llegar al extremo que a él le tocó vivir para entender la necesidad de darse cuenta de las condiciones reales en las que uno trabaja y plantearse si merece la pena aceptarlas. «El misticismo laboral o épica del sacrificio imperante nos ha llevado a ver al trabajador como una especie de mártir que tiene que esforzarse hasta el límite para lograr su autorrealización, convertirse en alguien exitoso o conseguir lo que sea para, supuestamente, crear una sociedad más elevada, como si fuese eso lo que contribuyera al progreso. Pero si lo analizamos bien lo que hacemos es sacrificar cosas cotidianas, orgánicas y biológicas (tiempo de calidad con nuestros seres queridos, descanso y ocio o desconexión) a cambio de abstracciones (éxito, progreso, bien común...) que tal vez convendría replantearse», argumenta Vara.
«Cuando olvidamos la parte social en nuestro día a día y dejamos de sentirnos parte de una comunidad o de un todo, algo no va bien y hay que pedir ayuda»
Eduardo Vara
Médico y divulgador
Este es, según propone el autor de 'Maldito trabajo' uno de los retos más desafiantes que tenemos como sociedad pues, como recuerda, esos sacrificios se hacen al calor de conceptos tan abstractos que resulta difícil deconstruirlos, bajarlos a la tierra y enfrentarse a ellos de una forma crítica. Por eso en lugar de guiarse por esa tendencia a inmolar tiempo y descanso por abstracciones, tal vez convendría abrazar la idea del esfuerzo, que es más cercana a nuestra biología y que nos permite entender que sin el descanso no hay recuperación y que sin recuperación, no hay rendimiento. «Esa es una de las líneas rojas que nunca se debería atravesar: no hay que sacrificar esa parte de nuestra biología (descanso, desconexión, vínculos)», aclara.
Y aquí es uno mismo el que debe comprobar si, efectivamente, está sacrificando tiempo de calidad con sus seres queridos (familia, amigos, pareja, compañeros...) porque eso es precisamente lo que nos alivia, lo que nos recarga a nivel mental y lo que nos permite desconectar.
«Sacrificamos el tiempo con los nuestros, el descanso y el ocio a cambio de abstracciones (éxito, bien común y progreso) que tal vez convendría replantearse»
Eduardo Vara
Médico y divulgador
«Sacrificar el contacto con los tuyos sería un indicador claro de que el trabajo no te deja espacio suficiente para vivir. Y si vamos un paso más allá, puede haber otras señales como soñar con el trabajo de manera recurrente, tener insomnio, intercalar fases de producción intensiva con agotamiento, cambios de humor, falta de empatía, aislamiento social... En definitiva, cuando olvidamos nuestra parte social, algo no va bien y tenemos que pedir ayuda», aconseja.
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La pandemia lo cambió todo
Esto es algo que ya puso en evidencia la incertidumbre que desató la pandemia. Miles de millones de personas en todo el mundo se preguntaron por el sentido (también laboral) de la vida y pusieron patas arriba conceptos que se crearon para aumentar la motivación laboral como la misión, la visión, los valores y el compromiso. Esos anclajes que se vendieron como sólidos pilares empresariales se convirtieron en papel mojado tras la pandemia y los trabajadores dejaron de sentir el compromiso laboral como «un camino de ida vuelta», según analiza Isabel Aranda, doctora en Psicología Organizacional y Chief Content Officer de TherapySide.
El resultado fue la aparición en 2021 de 'La Gran Renuncia', un fenómeno que se hizo más evidente en las grandes empresas de Estados Unidos pero que tuvo un ligero eco en España con un aumento de los «autodespidos», aunque a mucha menor escala, dos años después y con un espíritu más vinculado a la búsqueda de una alternativa que a la renuncia o el abandono.
La cuestión es que tanto éste, como el más reciente fenómeno del 'quiet quitting' (renuncia silenciosa) son pruebas, según defiende la psicóloga Isabel Aranda, que demuestran que lo que hoy se busca en un trabajo es más que éxito, relevancia o sueldo y que por eso ha irrumpido con fuerza el concepto de propósito (ese 'para qué se trabaja'), al que los directivos se han agarrado como a un clavo ardiendo, como si esto pudiese levantar por arte de magia a unos trabajadores explotados, devastados, agotados y bloqueados. Por eso la psicóloga matiza que lo que nunca se debería perder de vista es que, además de ese propósito, conviene no olvidar las necesidades básicas como el respeto a los horarios, el justo reconocimiento del trabajo y la flexibilidad laboral: «Si el salario no es el correcto, de nada sirven los sonetos. Primero tienes que pagar con justicia, con un salario acorde al puesto, a la responsabilidad, al sector y al mercado. Y después se puede abordar la importancia de estar a la altura en esos otros aspectos intangibles relacionados con el sentido o el propósito del trabajo», expresa Aranda.
La pandemia puso patas arriba conceptos como la visión y el compromiso, creados en su día para aumentar la motivación laboral; y esto derivó en la renuncia o el abandono
Cambio generacional
En un contexto complejo dominado por la precariedad, la robotización y digitalización de los empleos, los recortes, la explotación acuciante, el auge del 'burnout' y la corrupción del tiempo de ocio (que hasta se mide como el trabajo) convendría poner el foco, por tanto, en atender a las consecuencias que tiene para la salud física y mental el hecho de vivir en piloto automático, inmersos en una rueda de hámster laboral en la que «más siempre parece mejor».
Podría decirse que son varias las generaciones que viven inmersas en ese culto al trabajo, especialmente aquellos profesionales que se forjaron al calor de un concepto de vocación un tanto perverso. Desde los sanitarios hasta los profesores pasando por los científicos, los artistas o incluso los periodistas... Todos ellos (y muchos otros que le han venido a usted a la mente al leer este artículo) han escuchado alguna vez eso de que «tú lo elegiste, es lo que te toca». Por eso lo que sugiere Eduardo Vara es reenfocar esa vocación y esa obsesión imperante por optimizar el rendimiento hacia entornos más domésticos (familia, amistades, pareja, compañeros...) pues, según revela, son muchos los estudios que avalan que lo que produce una mayor satisfacción vital es cuidar los lazos emocionales y afectivos y todo aquello que tenga que ver con formar parte de una comunidad, sentirse respaldado y respaldar, sentirse reconocido y valorar, ayudar y ser ayudado, proteger y ser protegido. Y aquí el divulgador no habla de optimismo tóxico, sino de reenfoque, pues lo que está claro es que ante una injusticia, una situación desbordante o una sobrecarga ni la mejor actitud del mundo conseguirá solucionar sus consecuencias.
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Una de las claves en este sentido reside en mirar al presente con visión de futuro. Algo que ya están planteando las nuevas generaciones (jóvenes de la generación Zeta y los centenialls), que ya están obligando a la sociedad a hacer una reflexión. «Ellos no renuncian a esforzarse, sino que no están dispuestos a que su trabajo solo sirva para que las empresas consigan un porcentaje mayor de beneficios cada año. Lo que está en su mente es intentar resolver otros grandes retos que tenemos como humanidad que tienen que ver con la convivencia, con la conciencia ecológica y con la protección del medio ambiente», asegura Vara. Tal vez la clave sería reconducir la imperante actitud competitiva a una más colaborativa y entender que, como nos plantean los más jóvenes, ayudando a los demás nos ayudamos más a nosotros mismos que si solo buscamos el beneficio propio.
Y también es importante entender, según plantea Vara, que eso de «más siempre es mejor» nos va a conducir a una sociedad descarnada, agresiva, deprimida y triste, mientras que una sociedad basada en la empatía y la colaboración puede ayudar, no solo a estar más satisfechos, sino a construir un futuro mejor. Y eso quiere decir un futuro «compartido», que es lo que realmente necesitamos porque somos animales sociales.
En definitiva, caminar hacia una sociedad colaborativa permitirá sabotear esa maquinaria laboral que se sustenta en sacrificio, renuncia y vocación pervertida.
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