La culpa: ¿Es una guía para el crecimiento o trampa emocional?
La culpa es un sentimiento que muchas veces se ve como un impedimento para mejorar nuestro bienestar pero, con aceptación, se puede convertir en una gran aliada
Preocuparse por todo no sirve de nada: la ciencia y la psicología explican cómo funciona esta emoción
Ada Arteaga
La culpa, esa compleja emoción que puede ser tanto una aliada como una enemiga de nuestro bienestar. Todos la hemos sentido en algún momento, ya sea por lo que hicimos o dejamos de hacer. Pero, ¿entendemos realmente el mensaje que nos transmite? Para comprender su ... función, exploraremos su origen, propósito y cómo manejarla de manera saludable.
Según algunos psicólogos como Sigmund Freud o Erik Erikson, la culpa surge en la infancia como un conflicto entre nuestros deseos o «impulsos internos» y las normas sociales que regulan nuestro comportamiento. Este proceso es clave para nuestro desarrollo emocional y social, ya que nos ayuda a reflexionar sobre nuestras acciones y tomar decisiones más alineadas con nuestros valores (Freud, 1923; Erikson, 1950).
El sentimiento de culpa está influenciado por diversos factores, siendo uno de ellos la manera en la que nos enseñen las normas en el contexto familiar y las relaciones tempranas que establezcamos con los cuidadores, como señala el psicólogo John Bowlby. Por ejemplo, un niño criado en un entorno donde los errores se castigan con dureza puede desarrollar una tendencia a sentirse culpable incluso por problemas fuera de su control. En cambio, otro niño que crezca en un ambiente donde los errores se aborden con empatía aprenderá a manejar la culpa de manera constructiva (Bowlby, 1969).
El ámbito académico también juega un papel importante. Los sistemas educativos que promueven la competencia individual pueden generar una culpa más asociada al rendimiento personal, mientras que aquellos centrados en la colaboración fomentan una culpa relacionada con la interacción grupal (Harter, 1999).
Asimismo, el aspecto cultural también influye. En sociedades colectivistas como Japón, la culpa suele vincularse al impacto de las acciones en la armonía social, mientras que en sociedades individualistas como Estados Unidos, se asocia más con la responsabilidad personal y la autorrealización (Markus & Kitayama, 1991).
Estos factores nos invitan a reflexionar sobre el hecho de que el problema puede no estar en sentir culpa, sino en comprender por qué la sentimos y con qué frecuencia.
Para abordar la culpa de manera efectiva, es importante recordar su mensaje. La culpa no determina si somos buenas o malas personas; su función no es juzgarnos, sino guiarnos hacia una forma de actuar más coherente con nuestros valores. Según el psicólogo Gonzalo Hervás, en su teoría sobre la regulación de las emociones, la culpa nos dice: «Mira a ver porque quizás tu acción haya generado un daño a personas de tu alrededor o has transgredido una norma moral interna» (Hervás, 2001). Es esencial entender que la culpa es solo una hipótesis, no una verdad absoluta.
Con este mensaje en mente, el siguiente paso es preguntarnos qué daño hemos podido causar o, si no aplica, reflexionar sobre qué norma estamos intentando cumplir y si la intensidad de nuestra culpa es proporcional. Si concluimos que efectivamente hemos provocado un daño, la culpa nos anima a repararlo, ya sea ofreciendo disculpas sinceras o buscando soluciones. Recordemos que cometer errores es humano, y ser autocompasivos favorece el manejo de esta emoción (Neff, 2003).
Sin embargo, también puede ocurrir que sintamos culpa sin haber transgredido ninguna norma interna o social. Gonzalo Hervás denomina estos casos como «falsas alarmas», indicando que la culpa puede estar relacionada con creencias poco realistas o distorsionadas. En estos casos es crucial identificar y desafiar dichos pensamientos. Por ejemplo, si pensamos «Soy responsable de todo lo que sale mal en mi equipo», podemos sustituirlo por «No puedo controlar todos los factores; hago mi mejor esfuerzo, y eso es suficiente» (Hervás, 2001).
Aceptar la culpa como una señal y no como un castigo es clave. Reflexionar objetivamente sobre su origen, identificar «falsas alarmas», practicar la autocompasión y reparar los daños ocasionados cuando sea necesario son herramientas que te ayudarán a transformar la culpa en una aliada en lugar de verla como una enemiga.
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