Cómo construimos la primera impresión sobre alguien
Los factores sensoriales, como la apariencia, los sonidos y los olores de una persona, son determinantes para crear una primera impresión
Cómo evitar caer en el efecto halo
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Iniciar sesiónTodos hemos oído hablar de la importancia de las primeras impresiones y de lo difícil que es cambiarlas después, ¿verdad? De hecho, las investigaciones nos dicen que solo se necesitan un par de segundos con otra persona para tener una opinión en términos de ... atractivo y confiabilidad, y unos pocos más para llegar a una conclusión más completa sobre su supuesta personalidad.
La psicología social es la rama de la psicología encargada de estudiar cómo las personas generan las primeras impresiones cuando conocen a alguien, y esta primera impresión que nuestro cerebro crea puede ser difícil de cambiar, pero no imposible. Al menos, esto es lo que afirma el efecto de primacía que comenta la psicóloga es Elena Cerezo, de El Prado Psicólogos: «Se trata del sesgo cognitivo según el cual las personas suelen recordar más y mejor la información que les ha sido presentada primero». Por tanto, aunque sigamos teniendo trato con esa persona y agreguemos nueva información sobre ella, estos datos no tendrán tanto peso como la impresión que tuvimos al principio, con la posibilidad de variar, por supuesto.
Teniendo en cuenta esto, Irene Giménez, especialista en psicología y miembro de Top Doctors, ofrece una rotunda afirmación a la pregunta de si la primera impresión importa: «Si partimos de la base de que nuestro cerebro está programado para llegar a una rápida conclusión con la menor información posible, nos podemos hacer una idea de la importancia de la primera impresión».
Los factores sensoriales, como la apariencia, los sonidos y los olores de una persona, inician muchas de las impresiones que causamos cuando conocemos a alguien nuevo. El lenguaje corporal durante el primer encuentro es más importante incluso que las palabras que salen de nuestra boca.
Las deducciones
Como seres humanos, juzgamos rápidamente a otras personas. Incluso si se nos presenta mucha evidencia contraria, tendemos a confiar en nuestras propias impresiones iniciales. Hacer estos juicios instantáneos está arraigado en nuestra necesidad de determinar si un extraño es una amenaza o no, y aunque estos juicios pueden no ser exactos -la inmensa mayoría de ellos son equivocados-, no podemos evitar hacerlos.
Todos los días nos cruzamos con mucha gente y de manera general vemos a muchas personas por primera vez. Casi sin querer, nuestro cerebro crea impresiones de todas ellas e intenta descifrar por qué actúan de determinada manera. Tal como dice Elena Cerezo, en el intento de hacer este proceso de análisis y clasificación más eficiente, «nuestro cerebro crea estrategias que le permiten categorizar a la persona basándose en aspectos superficiales de ella». Por ejemplo: la ropa que lleva, los gestos que hace, el lenguaje que utiliza…
«Una vez que hemos podido categorizar a esa persona, entran en juego los esquemas, que son las expectativas y creencias sobre una persona que se basan en la experiencia previa y que se aplican a todos los miembros de esa misma categoría. Gracias a estos esquemas podemos sintetizar la información que tenemos de las personas y así podemos relacionarnos de una forma más sencilla con las personas y con el mundo en general», comenta la psicóloga Cerezo.
Esa irracionalidad intuitiva que en ocasiones nos juega malas pasadas, se relaciona con el efecto halo, por el que atribuimos características positivas a las personas sin tener ningún tipo de conocimiento o información previa sobre ellas y con el efecto horn, que vendría a ser el opuesto, es decir, atribuir características negativas a alguien sin conocer absolutamente nada sobre esa persona. Y sí, eso está muy relacionado con las creencias y los juicios de valor. De hecho, eso no es otra cosa que un prejuicio, o lo que es lo mismo, juzgar a alguien «antes de».
¿Qué papel juega la intución?
Así es como funciona: procesamos la información a través de los sentidos, pero solo una parte muy pequeña es razonada, pasando el resto al inconsciente y manifestándose a modo de intuición.
«La intuición no es más que el reflejo de algo que tus sentidos han captado pero que no ha sido procesado conscientemente. No obstante, está ahí, y por alguna razón te ha hecho sentir incómodo, asustado o con una bonita sensación de bienestar. Todo va a depender de tu mochila: tu personalidad, tus experiencias pasadas, tus aprendizajes, etc.», dice Irene.
Su explicación va ligada a que tal vez esa persona que acabas de conocer y que te ha producido cierto rechazo sin saber muy bien por qué, comparte algún rasgo físico, de personalidad o en la forma de comunicarse, con alguien de tu pasado que te hirió. La experta comenta que el cerebro no está haciendo más que protegerte a través de las emociones, haciéndote sentir que por ahí no es a pesar de faltarte información consciente para llegar a esa conclusión.
¿Se suele cambiar de opinión?
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos dejamos llevar por nuestra intuición o por el contrario nos lanzamos a la piscina sin saber siquiera si habrá agua? En el término medio radica el secreto. Irene Giménez comenta que si nuestra primera impresión trata de decirnos algo, podría estar bien intentar comprender qué es y por qué se puede estar sintiendo eso. «Es decir, habría que reflexionar sobre si ese rechazo o ese miedo responden a señales claras y lógicas o son mis prejuicios, estereotipos o experiencias pasadas las que hablan.
Hay que tener en cuenta que las personas tendemos a emitir juicios de valor habitualmente, y que la mayoría de las veces no se hace con mala intención ni con intención de juzgar. Se trata de una estrategia que utiliza nuestro cerebro para facilitarnos las relaciones sociales. Tener una idea previa del mundo nos permite interactuar de una forma más segura y ponernos a salvo si creemos que podemos estar en peligro. Pero es importante tener en cuenta que corremos el riesgo de olvidar las características individuales de cada persona y por la tanto juzgarla con muy poca información.
Por lo tanto, conociendo como funciona nuestro cerebro a la hora de conocer a las personas, podríamos modificar esta primera impresión. Para ello, Elena Cerezo recomienda dedicar tiempo a escuchar, preguntar y generar espacios donde conocer a la persona. «Muchas veces nuestros esquemas son muy rígidos y cuesta flexibilizarlos, pero si lo conseguimos seguramente podamos llevarnos muchas sorpresas», concluye.
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