María José Solano

Treinta Segundos sobre Tokio

Los bibliópatas son fácilmente reconocibles: llegan con paso decidido, examinan los puestos con mirada quirúrgica y, en cuestión de minutos, desaparecen cargados de bolsas

María José Solano

El secreto de la sal

El recuerdo del jabón se quedó arrumbado en rincones de archivo y en palabras viejas

María José Solano

Bergamín, yo te celebro

Siempre con lo mínimo, siempre con libros amontonados y algún gato vigilándolo desde la mesa. Dormía poco, escribía de noche

María José Solano

Cerca de Ítaca

«Ese es mi héroe: el que existe sólo en la distancia que lo separa de quien le ama. Esa, mi heroína, se llame Penélope, Circe o Nausicaa, pues siempre es la misma mujer; la que sostiene a base de silencios el peso del mundo»

María José Solano

La papa de Pizarro

Con lo que le costó traer todo aquello: el maíz, el oro, el espanto de tanta grandeza...

María José Solano

Un taxi a la infancia

No todo pasado fue mejor, pero tal vez sí más humano en su sonoridad

María José Solano

«Arturito»

«El prodigio que iba a demostrar al mundo que aquel país oscuro también podía engendrar genios»

María José Solano

Un viaje a la Gloria

Lisboa se está convirtiendo en parque temático

María José Solano

In vino veritas

Bebamos, que con la que está cayendo al menos podremos emborracharnos mientras nos da la risa floja

María José Solano

El shosho prometido

El altramuz, además, tiene algo de resistencia cultural. Es barato, viene de lejos y sigue en su sitio, en la barra

María José Solano

El secreto de la Atlántida

Santorini es apenas una máscara, un disfraz turístico. Está usted en Thera

María José Solano

Viajar de cine

En medio del silencio, una pareja bailaba