ABC MADRID 11-05-2004 página 7
- EdiciónABC, MADRID
- Página7
- Fecha de publicación11/05/2004
- ID0004880826
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ABC MARTES 11 5 2004 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Dice el poeta: Que lo que sucedió no haya pasado, cosa que al mismo Dios es imposible... Pues, eso, señores canónigos SANTIAGO MATAMOROS LGUIEN tendrá que explicarles a los señores canónigos de la catedral de Compostela que si fuera cierto que Santiago Apóstol estuvo en Clavijo descargando mandobles sobre la crisma de los infieles, no habría quedado ningún soldado de Mahoma para contarlo. Claro está que lo del Santiago Matamoros, guerrero en las luchas de la Reconquista, con su espada en alto, jinete en su caballo blanco, metiéndose bizarramente por entre la morisma y haciendo estragos en sus ejércitos fue una manera de alentar y dar ánimos y fuerza a las tropas cristianas. Por otra parte, no está mal conservar esa imagen y no desterrarla de la preciosa catedral. Hasta allí llegó Almanzor, Almansur o El Victorioso, en busca de la tumba del Santo, y cuenta la historia o la leyenda, que en aquel tiempo andaban juntas y confundidas la una con la otra, que el propio Almanzor encontró a un viejo fraile que la guardaba. El moro ilustre ni mató al fraile ni robó la tumba, que es la de Santiago en la creencia más que en la realidad. Dicen que al terrible musulmán, azote de cristianos, le dio por pensar que el destrozo material de los símbolos no desarraiga las creencias, sino todo lo contrario: las ensalza y eterniza. Y en eso bien pudiera ser que tuviese toda la razón. En cambio, robó las campanas de la catedral y se las llevó a Córdoba para que sirvieran de lámparas en su famosa mezquita, la más grande y bella de todo el Occidente, comparable incluso con la de Damasco. Se llevó las campanas y para que el traslado no fuese penoso para sus soldados, las trasladó hasta Córdoba a hombros de cristianos. Muchas ayudas celestiales de Santiago y otros santos milagreros fueron necesarias para que, corriendo el tiempo, el rey Fernando III, Fernando el Santo, entrase en Córdoba, hiciese catedral cristiana de la preciosa mezquita en la que habían trabajado manos de califas, y volviese a llevar las campanas de Compostela al campanario de donde fueron robadas, pero esta vez a hombros de moros. Toda esa peripecia, revancha histórica ejemplar, junto a las crismas moras en la batalla de Clavijo y muchas otras apariciones del Apóstol Matamoros que se prodigaron a lo largo de los ocho siglo de la Reconquista, no desaparecen de la Historia, ni de la Historia de España ni de la Historia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, porque ahora los canónigos de Compostela quiten de allí la pintura del Santo repartiendo mandobles. Además, que el Apóstol no apareció en la batalla de Clavijo por gusto o por crueldad. Antes, había sufrido derrota el ejército cristiano en un mal día de alfanjes y lanzadas, y era necesaria la ayuda del Santo y alguien que creyera verle, aunque fuese en el deseo, cabalgando en su caballo blanco y abriendo en canal cabezas de infieles. En aquella época no había nacido todavía José Luis Rodríguez Zapatero y las disputas entre ejércitos, naciones, pueblos y culturas no se resolvían con el diálogo y a sonrisas, sino con la guerra y a sablazos. Qué cosas tienen a veces estos curas. La Historia se rectifica en las conductas posteriores, pero no se borra. Dice el poeta: Que lo que sucedió no haya pasado, cosa que al mismo Dios es imposible... Pues, eso, señores canónigos. A IGNACIO CAMACHO Investigar la trastienda del 11- M conlleva el riesgo de una catarsis irreversible que puede afectar a los cimientos del sistema. Si los partidos pretenden hacer prevalecer la razón de Estado, lo que nos espera no es una investigación, sino una pantomima CATARSIS O PANTOMIMA IN necesidad de que se constituya ninguna comisión de investigación, la mayoría de los españoles tenemos una opinión sobre los hechos del 11- M y sus consecuencias, que viene a establecerse sobre cuatro bases generales. A saber: 1. El Gobierno de Aznar minimizó, desatendió o restó importancia al peligro de terrorismo islámico, centrado como estaba en el exitoso combate contra ETA. Un peligro del que habían alertado en una u otra medida los servicios policiales y de inteligencia, además de algunos jueces de la Audiencia Nacional, y que también fue obviado ¿se acuerdan del comando del detergente? por no pocos sectores de opinión pública. 2. El Gobierno manejó con incompetencia la crisis del atentado, empeñado en la autoría de ETA pese a la crecida de indicios contrarios, o acaso inducido deliberada y dolosamente por elementos intoxicadores incrustados en el aparato del Estado. El presidente se negó en redondo a auspiciar un consenso inmediato en torno a la tragedia para cerrar filas ante la nación. La consecuencia fue que muchos españoles se sintieron llamados a engaño o manipulados en su buena fe. 3. Entre los días 11 y 13 de marzo, algunos sectores mediáticos y políticos agitaron el dolor nacional en beneficio de sus intereses electorales, llegando al clímax en la tarde del sábado 13 con las manifestaciones convocadas a través de teléfonos móviles. 4. El shock emocional provocado por la matanza tuvo influencia decisiva en el resultado electoral del día 14, bien como consecuencia de una reacción ante la gestión informativa del Gobierno, bien debido a la eficaz agitación propagandística de la oposición, bien a causa de un sentimiento reactivo de miedo ante la relación inmediata del ataque con la guerra de Irak. La inflexión ideológica de cada cual, o el grado de sectarismo, acentúa el mayor o menor énfasis de cada S una de estas circunstancias, que el análisis objetivo aconseja situar en una medida conjunta. Es obvio que, mientras para la izquierda el interés reside en la presunta imprevisión del Gobierno y su posterior manejo de la crisis, la derecha considera esencial los aspectos de aprovechamiento político de la tragedia. Difícilmente, sin embargo, puede entenderse lo ocurrido en esos tres días dramáticos sin contemplar de forma global todos los factores concomitantes. La tarea de la comisión de investigación, si llega a constituirse, va a estar inevitablemente determinada por el peso de los prejuicios partidistas, que conducen al establecimiento de conclusiones con carácter previo a la iluminación de los hechos y sus circunstancias. Acaso por ello sea más relevante el conocimiento de los detalles que su propio significado. Esa comisión tendrá valor si es capaz de aportar, a través de testimonios o pruebas documentales, una letra a la música ya conocida, una visión de conjunto que esclarezca las zonas de sombra pendientes en el desarrollo de los hechos. Pero será una farsa si, como es previsible, traslada a su mecánica funcional el correlato de fuerzas del Parlamento, y se convierte en arma arrojadiza para un ajuste retroactivo de cuentas. Cualquier cortapisa previa, pactada o implícita, anulará la virtualidad posible de la investigación. Si cada partido va a afrontar la comisión con la intención de minimizar los daños, podemos ahorrarnos el trámite. Investigar la trastienda oculta del 11- M y sus secuelas conlleva el riesgo de una catarsis irreversible que puede afectar a los cimientos mismos del sistema. Las 192 víctimas y el país entero tienen derecho a que se afronte ese riesgo. Si los partidos pretenden hacer prevalecer la razón de Estado, lo que nos espera no es una investigación, sino una pantomima. icamacho abc. es


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