El «viejo idiota» de Echegaray: así despreció la España de las envidias al primer Nobel español
Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Valle-Inclán y una gran cantidad de políticos y literatos criticaron con dureza a la academia sueca por concederle el prestigioso galardón a su compatriota, al que consideraban un representante del sector más rancio del país
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El 8 de diciembre de 1904, ABC adelantaba que el escritor, matemático y exministro de Hacienda José Echegaray (1832-1916) había obtenido el Premio Nobel de Literatura. Se convertía en el primer español en conseguir tan prestigioso galardón, y lo que debería haber sido una gran noticia para todo el país, se convirtió en un suplicio después de que un gran número de escritores españoles alzaran la voz y montaran en cólera porque él hubiera sido el elegido. La España de las envidias y de las inquinas políticas en su máxima expresión.
+ infoLo más curioso de Echagaray es que su gran pasión no eran las letras, a pesar de las cerca de setenta obras que escribió y con las que gozó de cierta popularidad en su época, sino los números.
El premio Nobel de Literatura se consideraba matemático por encima de cualquier otra cosa. Así lo explicó en sus ‘Recuerdos’, que publicó en 1917: «Las matemáticas fueron, y son, una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las matemáticas. Ni más dramas, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas».
Para su desgracia, eso fue lo que logró con el Nobel, más dramas y pasiones desencadenadas que las que había vivido en su carrera política, que estuvo llena también de intrigas y encontronazos. En los años precedentes había defendido en el Congreso sus ideas progresistas la libertad religiosa y criticado la existencia de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico. Al final de la monarquía de Isabel II, en 1868, participó en un plan para hacer rey de España al duque de Génova, Tomás de Saboya. Sus convicciones individualistas le llevaron también a polemizar con el fundador del PSOE, Pablo Iglesias, en el Ateneo de Madrid.
Insultos y comunicados
La Academia Sueca le concedió el premio –compartido con el poeta provenzal Frédéric Mistral– por haber revivido las tradiciones de la dramaturgia española. En las ceremonias precedentes se había optado por escritores del norte de Europa y todo el mundo tenía la impresión de que la elección de 1904 había estado condicionada por un interés de la organización por mirar al sur. Aún así, la noticia debería haber sido motivo de alegría en toda España, pero lo cierto es que para la gran mayoría de los escritores más renovadores de la península no solo no lo fue, sino que provocó su reacción más furibunda con insultos, ataques y hasta comunicados públicos criticando que le hubieran dado el Nobel al escritor madrileño y no a otro.
Las embestidas venían de algunos de los literatos más famosos de principios del siglo XX, como Azorín, Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Valle-Inclán, Jacinto Grau, Francisco Villaespesa, Enrique Díez Canedo, Vicente Blasco Ibáñez, Ramiro de Maeztu y los hermanos Machado, entre otros, que consideraban al exministro un representante de la España más rancia y, por lo tanto, indigno de semejante honor. Como ejemplo, baste recordar el homenaje nacional a Echegaray promovido por la revista ‘Gente Vieja’, en 1905, que fue avalado por escritores veteranos como Leopoldo Cano y Federico Balart y políticos de su quinta como Francisco Romero Robledo y Segismundo Moret. En respuesta, los primeros publicaron en el diario ‘España’ el ‘Manifiesto de los jóvenes escritores’, que subrayaba lo siguiente:
«Parte de la prensa inicia la idea de un homenaje a Echegaray y se abroga la representación de toda la intelectualidad española. Nosotros, con derecho a ser incluidos en ella, y sin discutir ahora la personalidad literaria de José Echegaray, hacemos constar que nuestros ideales artísticos son otros y nuestras admiraciones muy distintas».
+ infoAzorín y Valle-Inclán
Según cuenta José Paulino Ayuso en ‘Drama sin escenario: Literatura dramática de Galdós a Valle-Inclán’ (Antígona, 2014), Azorín ya había descrito antes el estilo de Echegaray como «hueco, enfático, palabrero y oratorio». En ese sentido, añadía: «Ya es hora de que vayamos reaccionando. Hay una enorme diferencia entre la oratoria y la literatura». Y, en diciembre de 1905, poco después del manifiesto, insistía en sus ofensas con un artículo titulado ‘Homenaje a Echegaray’ que defendía lo siguiente:
+ info«Y ese lirismo, esta exaltación, esta inconsciencia (que envía millares y millares de hombres a la muerte en las colonias, o que, sobre las tablas escénicas, produce bárbaros y absurdos asesinatos), esto es lo que encontramos en la obra del señor Echegaray. Precisamente esta exaltación y este lirismo es lo que se pretende conmemorar ahora, cuando ha pasado el Desastre, cuando vamos abriendo los ojos a la experiencia dolorosa y buscamos la reflexión fría y sencilla, la renuncia a todo lirismo, la observación minuciosa, exacta, prosaica de la realidad cotidiana».
Entre todas estas reacciones beligerantes, la de Valle-Inclán se distinguió por su agresividad verbal. Llamó a Echegaray «viejo idiota». En la época circuló una historia nunca corroborada que aseguraba que el escritor gallego le había enviado al Nobel una carta en la que empleó esa expresión en lugar del nombre del destinatario y que, a pesar de ello, habría llegado a su destino sin problemas. También se cuenta que el galardonado llegó a ofrecer su sangre, con ánimo conciliatorio, cuando el autor de ‘Luces de Bohemia’ cayó enfermo de gravedad, pero que este se habría negado con el siguiente exabrupto: «No quiero la sangre de ese. La tiene llena de gerundios».
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