Archivo ABC
Archivo

Últimas confesiones desde la maldición de los Panero: «El verdadero amor dura muy poco»

El documental 'El desencanto' aireó los problemas de una familia en proceso de derrumbe, pero también mostraron el talento y la personalidad de Felicidad Blanc, la viuda del poeta

Una imagen de la escritora Felicidad Blanc montando en bicicleta.+ info
Una imagen de la escritora Felicidad Blanc montando en bicicleta. - ABC
Actualizado:

Las cámaras de cine de Jaime Chávarri se colaron en una casa en ruinas llamada Panero. Los encuentros con los tres hijos del poeta Leopoldo Panero, importante figura literaria de la posguerra española, y con la viuda airearon en la película ‘El Desencanto’ las refriegas familiares, las envidias, los reproches y el impacto emocional que habían provocado la sucesiva presencia de un padre autoritario con varios litros de alcohol en vena seguida de la explosión de un hermano tan genial como loco.

En la actualidad ninguno de los protagonistas de la cinta vive. La primera en marcharse fue la madre, Felicidad Blanc, el gran descubrimiento de ‘El Desencanto’. Su hipnótica manera de hablar a cámara, sus inquietudes existenciales y su dificultoso matrimonio la convirtieron en la inesperada estrella de esta obra de culto, que se vislumbró originalmente como un documental en torno al joven poeta Leopoldo María Panero, muy en boga en la Transición, pero que Chávarri tuvo que redefinir en cuanto Felicidad rompió su largo silencio.

Esta niña bien de la burguesía madrileña se casó en 1941 con el patriarca de los Panero para vivir a la sombra del gigante de la lírica astorgana. «Me sentía anulada por su gran personalidad humana, no por su condición de escritor. Era un hombre muy difícil. Cada vez me sentía más empequeñecida ante una orden suya. O ante sus ideas», afirmaba.

Un sueño roto

Felicidad Blanc, que presumía de que «mi nombre es un desafío al destino», concedió varias entrevistas a ABC en los años que siguieron al controvertido documental para dar a conocer sus muchas vertientes, entre ellas la de actriz y la de escritora. A la publicación de ‘Espejo de sombras’ (1977), sus controvertidas memorias escritas por Natividad Massanés, el diario madrileño la entrevistó en dos ocasiones, trazando un profundo esbozo de su personalidad y su mundo, un planeta envuelto de ensoñaciones y melancolías más bien decimonónicas, lo que incluía la confesión inesperada de que había vivido un supuesto romance en Londres con el poeta Luis Cernuda, cuando aún vivía su marido. Una dama que moriría en 1990 víctima de una larga enfermedad y tras sufrir tantas necesidades económicas como para pedir trabajo como portera en el Ministerio de Información y Turismo.

El escritor Leopoldo Panero Pallarés+ info
El escritor Leopoldo Panero Pallarés - abc

En una de las entrevistas, publicada por Cristina de Areilza el 13 de junio de 1979, Felicidad apareció como «una mujer de exquisita y refinada traza, de abundante cabello de nieve, con un perfil de grave serenidad. En sus rasgos revela su rostro la radiante belleza de su adolescencia, que le hacía cotejarla sus amigos con la de Greta Garbo, entonces mito romántico del cine mudo. El tiempo y los contratiempos han tallado los surcos de la resignación y de la soledad. Felicidad fue el gran amor de un poeta castellano, que la ganó con un poema que tenía al fondo una muralla de Astorga. Luego el amor se rompió y vinieron la muerte para el escritor y la dura tarea de sacar adelante a los hijos, brillantes y difíciles, un clima de escasez, la soledad y el silencio como invitaciones a rebuscar en el tiempo vivido, el secreto de una historia personal».

—¿Cuáles son los sueños infantiles que recuerdas con mayor intensidad?

—De niña, yo no tenía más que un sueño; un anhelo de que fueran felices los demás. Miraba hacia lo que me rodeaba y buscaba en los demás aquello que yo no tenía. Siempre iba tras un anhelo de perfección para lograr cosas mínimas. Mis pretensiones eran muy reducidas. Yo era la más pequeña de mis hermanos y estaba bastante abandonada. Vivía de los demás; es decir, de la alegría del entorno. Eso me compensaba por lo que yo no tenía.

«El amor es una obra de arte; está hecho de una serie de detalles entre los cuales, a veces, incluso tienes que sacrificar el placer»

—¿Consideras que has tenido una infancia triste y que en algún momento de tu vida te ha faltado afecto?

—Tuve un afecto muy dosificado. Es decir, que el amor de mi madre estaba muy prendido entre mis dos hermanas y yo era una niña que me crié entre dos personas ancianas, que eran mi abuela y mi tía. Una, muy dura, y la otra, muy blanda. Mi madre representaba para mí algo maravilloso, inalcanzable, a lo cual no se podía llegar. Y por eso tengo la influencia tan decisiva de mi abuela, que me hizo madurar más pronto. Yo tenía poco contacto con los niños. Puedo decir que me aterraba jugar con otros niños. Era muy tímida. No era todavía una niña y mí anhelo era romper con eso y llegar a ser niña. Mi abuela me descubrió, además, el mundo de la fantasía.

—¿Qué es para ti la soledad?

—La soledad, durante unos años, me ha parecido la cosa más horrible del mundo, precisamente porque yo había sido muy solitaria. Al pasar el tiempo y al fortalecerme como persona, ya no me importaba tanto.

—¿Te ha condicionado llamarte Felicidad y buscar siempre la felicidad en tu vida?

+ info

—Yo creo que sí, porque la felicidad ha representado para mí siempre algo que se escapaba de mis manos y que era imposible apresar. Los escasos momentos en que he sido feliz los he valorado muchísimo, porque han sido muy cortos y siempre los he visto como instantes efímeros.

—¿Cómo te describirías a ti misma?

—Pienso que he sido una persona frustrada, y que, sin embargo, no pedía demasiado a la vida. Pedía cosas más sencillas de las que la vida me ha dado. Es decir, yo aspiraba a una felicidad no demasiado grande, que me parecía bastante fácil de alcanzar y a la cual no pude llegar. Mi vida ha sido como una secuencia de cosas negativas contra mi; contra esa pequeña parcela de felicidad; como si en realidad la fuerza del destino atacase constantemente aquello que yo soñaba. Yo nunca fui una persona ambiciosa; no valoré nunca el dinero; ni la riqueza; lo mío era siempre muy simple: tener junto a mí una persona que me quisiera y una vida sencilla. Y quizá el no haber logrado eso ha hecho que la vida me haya situado en un mundo mucho más interesante. A lo mejor mi vida ha sido más rica y atractiva de lo que yo soñaba. Pero no era eso lo que yo quería.

—¿El amor entre un hombre y una mujer acaba por morir o se transforma?

—Creo que el verdadero amor dura muy poco. Ahora bien, sobre el amor hay que decir que la gente no lo ha descubierto en su inmensa mayoría. El amor es una cosa que sólo algunos seres encuentran. Entonces, cuando se halla el amor hay que cuidarlo de una manera exquisita para que de alguna manera no se destruya. El amor es una obra de arte; está hecho de una serie de detalles entre los cuales, a veces, incluso tienes que sacrificar el placer de ese amor por no arriesgar su destrucción.

—¿Qué es para ti lo más difícil de soportar en la vida, la soledad, el hambre, la pobreza, el desprecio, el fracaso, o una enfermedad incurable?

—Creo que en este mundo moderno en que vivimos, la pobreza es algo aterrador; la pobreza antes no tenía esas características. Podía ser incluso alegre; hoy la pobreza se ha hecho trágica. Para mi una de las experiencias más dramáticas ha sido darme cuenta del desprecio que yo he tenido hacia el dinero; de esa falta de valoración de algo que se me ha convertido en una necesidad angustiosa. Ello hace de este aspecto de la vida una de las cosas más inhumanas por las que he pasado.

—¿Si volvieras a vivir tu vida harías lo mismo?

—La haría totalmente distinta. Me convertiría, para empezar, en una persona mucho más dura. Y procuraría darme cuenta que todo ese camino, mío, ha sido una ruta que no conduce a nada, solamente a tener unos recuerdos. Pero era un sendero bastante negativo.

—¿Qué te gustaría hacer que aún no hayas realizado?

—La única cosa que ya pueda realizar es enfrentarme dignamente con la muerte, porque te ahorra la vejez. El paso hacía la muerte me parece interesantísimo, siempre que se lleve bien.

Contra el mito de los Panero

La otra entrevista en las páginas de Gente, fechada el 14 de diciembre de 1977 y firmada por Trini de León-Sotelo, se centró más en los aspectos derivados de 'El Desencanto', una obra que dejó marcada ante la sociedad literaria a esta «mujer sensible, de modales exquisitas, que no duda en exponer unas opiniones que por desacostumbradas no serán acostumbradas por los que a fin de cuentas podían criticarla».

—¿Se ha arrepentido de haber hecho 'El desencanto'?

—No he sentido arrepentimiento, sino dolor. Como me pasará ahora si compruebo que no entienden el libro. Lo que me indigna no es el ataque, sino la incomprensión.

Felicidad Blanc con su libro 'Espejo de sombras'.
Felicidad Blanc con su libro 'Espejo de sombras'.

—Entonces, ¿la sinceridad vale la pena, pase lo que pase?

—Sí, siempre. Estoy segura de que si Leopoldo viviera se plantearía el problema de la relación con sus hijos y vería que, aunque les quiso muchísimo, los tuvo abandonados en cierto sentido, porque no buscó en ellos la compenetración que tampoco buscó conmigo.

—En el libro usted confiesa que dejó de escribir porque hacerlo suponía dejar a los niños aún más solos. ¿No será que las mujeres buscan justificaciones a sus actitudes culpando a los maridos, a la sociedad?

—Hablo de mi caso y está claro que si me dedicaba a escribir los chicos perdían toda apoyatura.

—Entonces parece que su sacrificio fue inútil, porque no da la impresión de que sus hijos la hayan comprendido.

—Bueno, el mayor y el pequeño, muy bien, y en cuanto a Leopoldo María es un personaje fuera de serie, un ser bastante genial, y su modo de ver las cosas es diferente.

—A Panero se le considera el poeta del Régimen.

—Digamos, más bien que el Régimen se apropió de Leopoldo y lo configuro: pero todo el que le conoció sabe que esa imagen es falsificada. ¿Qué poeta del Régimen es ese al que se priva del Premio Nacional de Literatura por 'Escrito a cada instante', el mejor libro que se presentó aquel año, acusándole de rojo? Mientras él recibía en América una lluvia de tomates e insultos, le dieron el premio a dos poetas de los que no volvió a hablarse. La verdad es que a Leopoldo le hicieron toda clase de porquerías, porque nunca olvidaron que estuvo detenido en San Marcos, por el delito de ser un joven liberal y republicano. De modo que cuando después de todo lo convierten en el poeta del Régimen mi sorpresa no tuvo límites, porque de repente era un hombre perfecto que se había pasado la vida mirando a su mujer y a sus hijos y haciendo poesías adorables. Si esta es la verdad y no la nuestra que venga Dios y dígalo.

—Sin embargo, no hizo nunca un gesto de ruptura, de disgusto con el Régimen.

—Mi marido estaba obsesionado con una idea utópica, que consistía en que el Régimen podía cambiar, que Franco iba a retirarse, que los exiliados volverían. Esa idea le llevaba a hablar con el coronel Casado y Pablo Azcórate en Londres, y con Justino Azcárate, en Caracas. Recuerdo que tuvo ofertas de universidades americanas que nunca aceptó. ¿Por qué? Porque seguía creyendo que esto iba a cambiar y, sobre todo, que no se podía dejar a España sola. En este terreno le pasó un poco como con Astorga. Nunca olvidaré nuestro primer paseo por la ciudad, diciéndome no entres ahí, no mires para allá, y todo para no encontrarnos con los que le habían denunciado, y yo le comentaba pero si te ha denunciado toda Astorga, y él sólo respondía que no podía imaginarme lo que fue aquello en la guerra. La razón de su amor intacto a pesar de todo, estaba en las tremendas raíces que tenía en aquel mundo de su niñez y que le permitían olvidar lo demás. Esa misma nostalgia por Astorga la tuvo por España mientras vivimos en Londres. Y eso era lo que más admiraba de él, que una persona tan maltratada por su patria la amara tanto. Creo que Leopoldo olvidaba que un país no es solo calles, pájaros, campos, sino también habitantes. Esta actitud puede ser comprensible, pero es que mi marido no acabó de clarificarse en nada, quizá por eso Pedro Laín le llamó el hombre del misterio.

«Mi marido no acabó de clarificarse en nada, quizá por eso Pedro Laín le llamó el hombre del misterio»

—De todos modos, usted no ha aceptado el papel de viuda tradicional.

—El papel de viuda es espantoso, porque significa seguir viviendo a la sombra del marido, de ahí que las viuda se pasen la vida diciendo que su compañero era un santo, porque saben que si les quitan al esposo no son nada. Por eso, las viudas de gente célebre le dirán que sus maridos eran unos santos varones; para decir la verdad se necesita mucho valor, sobre todo no teniendo una peseta, aunque quizás mi valor me lo haya dado eso, porque he pensado: ¿qué me han dado por mi marido? Y la respuesta ha sido: nada. Más aún, ¿qué le debo a esta sociedad?: Nada. Por eso. cuando vi 'El desencanto’ no me importó, porque a fin de cuentas en la pantalla estaba lo que decían de nosotros en voz baja

—Usted ha escrito que su error estuvo en confundir la literatura con la vida; ¿se enamoró de Panero porque era poeta?

—No; me conquistó por inteligente y culto. Influyó también el hecho de que era un hombre duro y a su lado me sentía protegida. Descubrí al escritor cuando me envió el ‘Cántico’, e incluso entonces no me emocionó que fuera poeta, sino que ese poema estuviera dedicado a mí.

Michi Panero junto a su madre.+ info
Michi Panero junto a su madre. - ABC

—¿En su amor por Luis Cernuda qué factores jugaron?

—Cuando lo conocí era la mujer que no ha encontrado el amor, pero lo espera. Luis fue el escritor que me comprendió, y con quien pude hablar de mis recuerdos. El entorno, aquel Londres de la posguerra, jugó un papel muy importante y convirtió aquel amor en una especie de obra de arte

—¿Por qué no rompió con todo?

—No se me pasó por la cabeza, porque sabía que hacerlo nos llevaba al desastre. Desde el principio, nuestro amor fue una despedida, cuando le dije a Luis que ni la muerte podría separarnos es que ya sabíamos que lo que nos separaba era la vida. No éramos más que lo que habíamos creado en aquel momento.

—Entonces, ¿no realizó un sacrificio?

—Sentí un dolor inmenso por la separación, pero también una sensación maravillosa por traerme un recuerdo intacto, que me acompañara y embellecerá los días grises de Madrid.

—Pero eso es preterir la fantasía a la realidad.

—Es que yo soy la ficción. Soy una persona que vive irrealmente: lo que cuento en mi libro es mi irrealidad, lo que no quiere decir que sean hechos inventados, todo lo contrario; si quiero decir la verdad, tengo que contar mis sueños. Aun ahora me engaña la gente, porque vivo irrealmente, aunque el trabajo y la lucha por la vida me han traído a este mundo tan duro.

Ver los comentarios