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La última víctima del «Pernales», el cruel bandolero que aterrorizó Andalucía

Francisco Ríos fue abatido por la Guardia Civil en un tiroteo junto al Niño del Arahal el 31 de agosto de 1907

Los cadáveres del Pernales (1) y el Niño del Arahal (2), abatidos por la Guardia Civil el 31 de agosto de 1907+ info
Los cadáveres del Pernales (1) y el Niño del Arahal (2), abatidos por la Guardia Civil el 31 de agosto de 1907
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A Francisco Ríos González le llamaban el « Pernales» porque un abuelo o bisabuelo suyo vendía piedras de chispa de contrabando, esos pedernales que servían para encender un fuego o la pólvora en las escopetas antes de inventarse el fulminante que hoy llevan los cartuchos de caza. «Pernales» era el apodo con el que se conocía a su familia paterna en Estepa, el pueblo donde nació el 23 de julio de 1879, aunque bien podría haberse ganado este mote por tener un corazón tan duro como ese mineral. Porque ya desde corta edad este famoso bandolero andaluz demostró no tener ni una pizca de piedad. Ni con los animales que cazaba, ni con las personas más débiles con las que se topaba y a las que maltrataba y zahería.

Cuentan una de las dos hijas que tuvo con su esposa María de las Nieves Pilar Caballero, familia del célebre Juan Caballero «El Lero», lloraba y lloraba una noche sin consuelo en su cuna. Debía de tener uno o dos años de edad. El «Pernales» gritó que le dejara dormir y al ver que la pequeña no callaba, cogió una moneda, la echó al fuego y cuando estuvo al rojo vivo la cogió con unas tenazas y se la puso en la espalda a la niña. «Para que llores con razón», le dijo. No fue la única vez que maltrató a sus hijas pequeñas. Solía castigarlas haciéndoles quemaduras con la lumbre de sus cigarros hasta que su esposa le abandonó y se llevó a sus hijas a casa de unos familiares en Osuna.

José María de Mena menciona en su libro sobre «Los últimos bandoleros» éste y otros episodios que evidenciaban la crueldad del Pernales, como el asesinato del «Macareno» en 1906 que horrorizó a la Roda de Andalucía. Este casero del cortijo de Los Hoyos quiso cobrar la recompensa que ofrecían por el Pernales y su banda e intentó envenenarlos echando azufre y arsénico a una paella. Murieron dos de los hombres del «Pernales», el «Soniche» (de quien se decía que era familiar suyo) y el «Chorizo», pero su jefe sobrevivió y se cobró su venganza.

Los cadáveres de los Bandidos "Soniche" (Antonio Ríos Fernández) y "Chorizo" delante del Cortijo "Hoyos"+ info
Los cadáveres de los Bandidos "Soniche" (Antonio Ríos Fernández) y "Chorizo" delante del Cortijo "Hoyos"

Se dice que torturó al cortijero lentamente hasta su muerte, aunque en la nota que publicó entonces ABC apenas se informaba de que el «Pernales» le sorprendió en el camino de Lora a La Roda y «le hizo dos disparos, hiriéndole en el pecho» y «Manuel Ales (nombre real del Macareno) falleció a poco a consecuencia de las heridas», dejando mujer y nueve hijos. A partir de aquella noticia, el «Pernales» apareció con asiduidad en las páginas del periódico, disputándose su popularidad con el «Vivillo».

Su lista de delitos se fue llenando de robos y asesinatos y a su fama de cruel, implacable y vengador se unió tambien la de violador de mujeres. En Cazalla de la Sierra amenazó a una señora de un cortijo con degollar a su hijo en la cuna antes de violarla y dejar que hicieran lo mismo «Canuto» y «El Niño de la Gloria».

Este último, llamado en realidad Antonio López Martín, murió de un tiroteo con la Guardia Civil cuando vadeaban el río Guadalquivir. En ese mismo enfrentamiento fue capturado «Canuto» y desapareció «Reverte», otro de los célebres malhechores de su banda. Quedó el «Pernales» con la única compañía de «El Niño del Arahal», con la Benemérita procurando darles caza.

Ilustración de la muerte del Pernales publicada por ABC el 3 de septiembre de 1907+ info
Ilustración de la muerte del Pernales publicada por ABC el 3 de septiembre de 1907

«El Pernales está en todas partes, y por ningún lado se le ve el pelo. Las cortijeras dicen que le ven todos los días. La Guardia civil asegura que no le ve nunca. Bueno es ponerse en un justo medio y suponer que aquéllas le ven menos de lo que dicen, y que ésta le ha visto alguna vez», decía Francisco de Torres en ABC, haciéndose eco de ese falso halo de «bandido generoso» que rodeó al Pernales, como a otros famosos bandoleros andaluces.

Cada cierto tiempo saltaba el rumor de que había sido abatido por los agentes de la ley, que sus correrías pronto desmentía. Hasta que en agosto de 1907 la Guardia Civil recibió el soplo de que habían llegado desde Jaén hasta la sierra de Alcaraz, en la provincia de Albacete. En un romance de ciego, Gil Parrado relataba en ABC cómo dos jinetes bien armados se habían acercado a preguntarle a un leñador si conocía la sierra porque querían internarse en ella. El hombre les indicó el camino y entonces, uno de los desconocidos le dio un duro y un cigarro y le dijo: «Gracias, amigo, y no olvides si hablas del caso con alguien, que el durito y el cigarro te los ha dado el Pernales...».

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Alertado el teniente Juan Haro López, salió hacia el pueblo de Villaverde con otros agentes de la Guardia Civil y estableció un cerco en las proximidades del cortijo de Arroyo del Tejo, donde tenían localizados a los dos desconocidos. Según el relato oficial completo, que publicó ABC, los bandidos se habían puesto en marcha y al acercarse a unos guardias que estaban emboscados, se vieron sorprendidos por el grito: «¡Alto a la Guardia civil!». Los criminales «contestaron con dos disparos y la voz del Pernales de «¡Vamos con ellos!», según el informe, ,y se desarrolló entonces un tiroteo, en el que quedó muerto el Pernales. Aún sostuvo algo el fuego el Niño del Arahal antes de darse a la fuga montaña arriba hasta que en el intercambio de disparos fue finalmente alcanzado.

«El que debe ser el Pernales, por los documentos que se le han ocupado y coincidir sus señas con las facilitadas por la Superioridad, aparenta ser de unos veintiocho años, de 1,49 metros de estatura, ancho de espaldas y pecho, algo rubio, quemado por el sol, con pecas, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arciueadas hacia arriba, colmillos superiores salientes, reborde en la parte superior de la oreja derecha, que la forma una rajita y ligeras manchas en las manos; vestido con pantalón, chaqueta corta y chaleco de pana lisa, color pasa; sombrero color ceniza, ala plana flexible, con un letrero que dice: «Francisco Valero, en Cabra»; botas corinto, con un letrero en las gomas que dice: «Cabra, Sagasta, 44»; camisa y calzoncillos de lienzo blancos, calcetines escoceses, faja de estambre negro», detalló con minuciosidad Haro López en su informe.

Los bandoleros llevaban dos rifles y municiones en gran cantidad, así como dos revólveres, dos navajas y dos carteras con 400 y 300 pesetas. En la cartera del «Pernales», la Guardia Civil encontró dos cartas escritas por él. En la primera, que firmaba con su nombre real de Francisco Ríos, le contaba a su madre que había tenido otra hija. La segunda, que rubricó con su apodo, era para su novia. Le decía que se preparase para un viaje próximo, pues pensaba ir a buscarla para vivir juntos.

Periódico en el que se publicó la fotografía de la detención de Concepción Fernández Pino+ info
Periódico en el que se publicó la fotografía de la detención de Concepción Fernández Pino

Pocos días después la amante del «Pernales» era detenida en el pueblo de El Rubio. Concepción Fernández Pino tenía 26 años y acababa de dar a luz a una niña, apenas mes y medio antes. Se encontraba en Valencia cuando supo que el bandolero había muerto. Habían quedado en verse allí. Según contaba José María de Mena, el «Pernales» había comprendido ya que no podía seguir en el bandolerismo y que si le cogían iría directo a la pena de muerte, así que tenía ya preparada la huida de España, para lo cual envió a Conchita con su niña a Valencia, donde iban a embarcar con nombre falso con destino a Argentina.

Conchita, que había abandonado la casa de sus padres y había perdido su honra para unir su destino al de un criminal, se encontró abandonada en Valencia con su hija en brazos, sin dinero, sin conocer a nadie y sin saber qué hacer. Regresó a Sevilla, pero su vida quedaría «marcada con la vergüenza de ser la concubina, ni casada ni viuda, del hombre más despreciado de España», escribió Mena. Fue la última víctima del «Pernales».

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