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La última entrevista del dictador Somoza antes de su asesinato: «El juicio de la Historia ha comenzado ya»

Blanco y Negro, que siempre mantuvo una amplia cobertura de la situación en Nicaragua, pudo entrevistarlo el 10 de septiembre de 1980, cuando ya estaba acomodado en Paraguay

Portada de Blanco y Negro del 10 de septiembre de 1980.+ info
Portada de Blanco y Negro del 10 de septiembre de 1980.
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Anastasio Somoza Debayle, apodado ‘Tachito’, fue el tercer y último gran representante de una dinastía política que ejerció el poder de forma dictatorial en Nicaragua desde 1934 hasta 1979, amasando una de las más grandes fortunas del continente y causando una gran cantidad de sufrimiento. En el verano de 1979, EE.UU. retiró su apoyo a Somoza, quien renunció al poder, no sin cierta resistencia, y acabó exiliado en Paraguay con su familia y sus guardias más incondicionales.

Blanco y Negro, que siempre mantuvo una amplia cobertura de la situación en Nicaragua, pudo entrevistarlo el 10 de septiembre de 1980, cuando ya estaba acomodado en Paraguay, tanto como se lo permitía el búnker en el que vivía en la Avenida de España en Asunción, de donde solo salía en su Mercedes Benz blindado junto con seis guardaespaldas nicaragüenses de máxima confianza.

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El reportero de Blanco y Negro definió durante la entrevista de dos horas al dictador como «un hombre alegre y bromista, capaz de sonreír ante la pregunta más violenta, lo cual hace bastante difícil detectar en qué grado le afectan la situación de su país y su propia situáción personal». Cuando solo dos semanas después de ser entrevistado, el día 24 de ese mes de septiembre, «uno de los políticos más controvertidos de nuestro tiempo» fue asesinado tras un tiroteo donde incluso se lanzaron granadas, aquella entrevista en Blanco y Negro cobró de golpe un valor histórico único: el último testimonio de Somoza, un hombre que estaba escribiendo en ese momento sus memorias para contar toda la verdad sobre su régimen.

Un testimonio único

Durante la entrevista al suplemento de ABC, Somoza dejó auténticos monumentos al cinismo político, contó los entresijos de la situación geopolítica en Hispanoamérica y dio datos nítidos de cuál era su fortuna de cara al exilio forzado.

—¿Cree usted en el juicio de la Historia?

— Sí, inexorablemente.

—¿Cree que saldrá absuelto?

—Sí.

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—Señor Somoza, ¿usted se definiría como un hombre democrático?

—Totalmente. Lo que pasa es que me atribuyeron una serie de mentiras que a cualquier persona con un ideario democrático le caerían nefastas y empezaron a detestar a los Somoza.

—¿Me puede dar una definición de Democracia?

—Cómo no. El pueblo nicaragüense es verdaderamente democrático, ellos eligen a sus jefes. Entonces, si tenemos en cuenta que el voto del pueblo es el que hace a los líderes, esa gente es democrática.

—No siempre los gobiernos civiles electos son sinónimo de Democracia.

—Yo creo que si un gobierno civil es elegido por el pueblo es sinónimo de Democracia.

—Pero no de garantía de Democracia.

—No, claro que no. Pero más allá de eso lo importante es hacerle comprender al ciudadano que la izquierda está muy bien organizada, enraizada con su fuente que es Moscú. Muchos no quieren darse cuenta de esto.

—¿Cómo explica usted el monopolio de los Somoza sobre la única compañía de aviación, sobre la única línea marítima, la única acería, la propiedad de la mayor cantidad de tierras cultivada y la mayor cantidad de cabezas de ganado?

—Lo explico con una sola palabra: trabajo.

—¿Trabajo?

—Sí, todo eso es consecuencia del trabajo. A nadie se le prohibía que se hiciera una línea aérea, una línea marítima...

—Si usted pudiera volver atrás algunos años, ¿qué cosas de su actitud como gobernante hubiera cambiado?

—Quiza hubiera retrasado un poco la formación de capitales en Nicaragua. Quiero decir, compartir más con el obrero, aunque eso trae sufrimiento.

—¿Qué es lo que trae sufrimiento?

—El compartir con el trabajador.

—¿Y a quién le trae sufrimiento, señor Somoza?

—Al trabajador, porque entonces ellos son víctimas de la sociedad de consumo. Si el dinero que debería usarse para hacer capital y trabajo se lo da usted al trabajador él cae presa de esa sociedad de consumo y el capital se va fuera del país.

—Señor Somaza, no creo que me esté hablando en serio. ¿No piensa que la gente puede aspirar a vivir cada vez mejor, a elevar su nivel de vida?

—El trabajador cree que tiene más, pero no hay mayar fortuna que el trabajo perenne y el saber que el día de mañana tu hijo va a tener trabajo

—¿Usted cree que las dos cosas son incompatibles?

—No. No creo que sean incompatibles . Yo creo que los pueblos tienen su momento.

—¿Usted se animaría a confesar a cuánto asciende su fortuna?

—Sí. Eran 20 millones de dólares hace un año (1.400 millones de pesetas), cuando yo llegué a Paraguay. Y eran 100 millones (7.000 millones de pesetas) antes de perder lo que he perdido en Nicaragua. Aunque lo voy a recuperar, porque nadie tiene derecho a quitarle a uno lo que ha trabajado honradamente, y los nicaragüenses son testigos de cómo trabajamos en Nicaragua. Actualmente tengo haciendas que vienen de mis tatarabuelos confiscadas. Hace quince años me compré una finca en Costa Rica y ahora me la expropiaron, bajo la presión de los comunistas que están en ese país.

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—¿Usted nunca miente?

—No. Nunca. A lo mejor, en mi vida privada, he podido decir alguna que otra mentira blanca sin importancia. Pero al pueblo siempre le dije la verdad, siempre fui honrado con el pueblo.

—¿Qué contará en sus Memorias?

—Cómo son las fuerzas que sutilmente maniobran para acabar con un régimen e implantar el comunismo. Nombraré a la gente con nombre y apellidos. El libro saldrá dentro de dos meses y aún no tiene título. Primero lo vamos a publicar en inglés, idioma que yo conozco mejor que el español, no olvide que toda mi formación formal fue en inglés. En el libro lo diré todo: que antes de la conspiración habíamos mantenido durante veintitrés años nuestra moneda a siete córdobas por un dólar y que ahora está a 20 por 1; que nosotros teníamos 18.000 hombres bajo las armas y que los terroristas tenían 15.000.

—¿Usted admiró a algún político, algún estadista?

—Sí, a Roosevelt. Por su sensibilidad social.

—¿Usted cree en el juicio de la Historia?

—Ese juicio ha comenzado ya.

—¿Usted es feliz?

—Bueno, dentro de las circunstancias en que vivo, sí . Porque me siento acogido aquí, en el Paraguay, por el presidente Stroessner, por los miembros de su Gobierno y por la amistad del pueblo paraguayo.

—¿Qué le falta?

—[Carcajada]. Muchas cosas.

—Dígame una.

—Le voy a contestar como político: la libertad del pueblo de Nicaragua.