La trágica muerte de Rasputín, «el duende negro» y perturbador de la Corte rusa
De la Rusia rural, Rasputín saltó en 1903 a San Petersburgo, precedido de cierta fama como profeta y sanador
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Grigori Yefimovich Novikh Rasputín probablemente no era un vicioso, ni tenía poderes adivinos o curativos como creía el Zar Nicolás II, pero aún así fue capaz de aguantar en pie las turbulencias políticas en la corte gracias a su instinto de supervivencia y la fascinación que provocaban sus extravagancias. Al menos hasta que rebasó la paciencia de la aristocracia rusa. «Rasputín, el místico, el duende negro de la Corte, a quien se atribuye una monstruosa ascendencia sobre determinadas personas imperiales; un poder sugestivo de faquir o diablo mayor, y del cual cuéntanse sotto voce anécdotas sádicas, embrujamientos eróticos, perfidias e intrigas maquiavélicas trascendentales, que socavan el terreno político del Imperio», narraba Sofía Casanova, corresponsal de ABC en Rusia y Polonia, en marzo de 1916.
+ infoLa vida de Rasputín sigue estando repleta de vacíos y de exageraciones propagandísticas. Para unos fue un clarividente y curandero; para otros, un pecador. Nacido en Pokróvskoie (Siberia) en el seno de una familia de origen campesino, Rasputín era llamado así como palabra derivada de «rasputnyi» (disoluto, vicioso, promiscuo), puesto que hasta su conversión fue un joven embrutecido, licencioso, alcohólico y ocupado en la labor de robar caballos. «Rasputin existe; es un hombretón campesino, acaso místico de verdad o acaso embaucador de estos débiles espíritus eslavos, que, aún creyentes en Dios y sus obras, buscan o hallan nuevas interpretaciones o verdades evangélicas; deslumbrando con vacías frases de feudos clarividentes, y entregándose al extravío religioso, creador y fomentador de extrañas sectas», proseguía Casanova en el mismo texto.
De la Rusia rural, Rasputín saltó en 1903 a San Petersburgo, precedido de cierta fama como profeta y sanador. Con el apoyo de la Gran Duquesa Militza, aficionada a las artes oscuras, el monje logró ingresar en la Corte, donde, pese a su humilde origen, se ganó el aprecio del Zar Nicolás II y su mujer. Entre el mito y la realidad, se afirma que su intervención milagrosa, usando hipnosis, salvó la vida del pequeño zarevitz, enfermo de hemofilia, al que la más ligera herida le causaba dolorosos hinchazones azules. La Familia Real nunca olvidó su ayuda.
«Un artista ruso, el escultor Aronson, que hizo en tiempos el busto de Rasputín, y que por esta circunstancia pudo, durante cuatro meses, observar a placer, con toda facilidad, a su extraño modelo, ha referido lo siguiente a un redactor del Journal: "Generalmente, se hacían alusiones llenas de reticencias al poder político que ejercía este mujik inculto, y se atribuía su origen al misticismo que había conseguido hacer de un hombre del pueblo completamente iletrado el 'dictador íntimo' de Rusia. (...) Rasputín que no sabía siquiera escribir, y a quien le costaba trabajo sostener un diálogo político, hacía protestas de no tomar parte en ninguna intriga. Pero tenía, por sus admiradoras, libre entrada en la Corte, y por ellas mismas ejercía indirectamente una acción incesante, más destructora que creadora», narraba ABC en una información del 5 de enero de 1917, cuando su terrible destino ya estaba sellado.
El declive del monje
La influencia en los monarcas no hizo más que aumentar con la Primera Guerra Mundial como telón de fondo. «El Zar reina pero Rasputín gobierna», se repetía a modo de frase hecha, lo cual le granjeó el odio de parte de la aristocracia, que veía en él una amenaza extravagante procedente del mundo rural con simpatías hacia los alemanes. Incluso fue acusado durante la contienda de ser un espía alemán y de influir políticamente en la Zarina, que era de ascendencia alemana, en sus nombramientos ministeriales cuando el Zar estuvo ausente por la guerra.
«Durante la guerra ruso-japonesa y la revolución, el habilísimo tsujik supo apropiarse el papel de portavoz del pueblo, cuyo apoyo buscaron los Zares en todo crítico momento. He ahí el secreto de una influencia que no fue bastante a debilitar ni la más pujante intervención de los jefes de la ortodoxa ni los más resonantes escándalos. No obstante los rumores de alistamiento y hasta de ausencia, que acaso no eran sino precauciones de campesino marrullero, el influjo de Rasputín subsistía vigoroso. Era un elemento de perturbación, un hombre peligroso, cuya muerte de seguro ha causado una sensación de alivio», anunciaba ABC a principios de 1917 en un artículo titulado ‘Misterios de Rusia’.
+ info«Según noticias de San Petersburgo, el cadáver de Rasputin ha aparecido en el Ncva, entre Petrovsky y Cristofsky. Presentaba un balazo en el pecho y otro en la cabeza. Continúan las actuaciones judiciales para la averiguación de los detalles del crimen», contaba este mismo artículo sobre su asesinato el 30 de diciembre de 1916 que apuntaba a la implicación de un joven príncipe, emparentado con la Familia Imperial.
Yussupoff, príncipe de agitada vida sexual, en compañía de tres matones maquinó un complot para el que utilizó supuestamente la belleza de su esposa como cebo, y la fama de mujeriego promiscuo del monje como arma. Mientras el monje esperaba en una estancia del sótano a la esposa del noble, bebió vino y unos pasteles envenenados con cianuro. Exasperado porque el veneno parecía no hacer efecto, Yusúpov le disparó un tiro con una pistola Browning y lo dejó por muerto mientras se preparaba para salir a deshacerse del cadáver. Rasputín agonizó durante horas hasta que sus verdugos lo remataron a balazos y con un golpe en la sien. Después, ataron el cuerpo con cadenas de hierro y lo arrojaron al río Nevá.
Una primera versión, sostenida por ABC, decía que «el Príncipe Yussupoff se declaró ofendido por ciertas frases de Rasputín, y le pidió explicaciones. Rasputin se negó a darlas, y la disputa se acentuó de tal modo, que uno de los invitados presentó un revólver a Rasputín intimándole a que se matase. Otros invitados, profiriendo amenazas de muerte, le exigieron que jurase en el acto que renunciaba a seguir interviniendo en la política, y que se marchase de San Petersburgo». Cuando se negó a hacerlo, abrieron fuego contra él.
Rasputín fue enterrado en enero de 1917 junto al palacio de Tsárskoye Seló, justo un mes antes del comienzo de la Revolución de Febrero, que iba a devenir en la muerte de los Zares y su familia. Poco antes de su muerte, Rasputín había predicho que, en caso de morir asesinado, el Zar perdería también su vida y el trono poco después. «¿Quién era este hombre?, preguntará el lector, felizmente ignorante de las novelas de San Petersburgo. Una especie de duende negro de la Corte, y, en suma, un místico o un alucinado: acaso un hombre insignificante, al que se le atribuye poder milagroso, influencia entre determinados personajes, y a quien una leyenda insondable ha hecho odioso, amado, diabólico y célebre», escribió Casanova el 23 de febrero.