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Una superviviente del Titanic: «A mí me dejaron fuera, pero empecé a gritar y no tuvieron más remedio que llevarme»

Fermina Oliva Ocaña tenía 90 años cuando atendió a este periódico en 1959, pero recordaba vivamente aquella terrible noche de 1912

Esta fotografía se la hizo Fermina Oliva dos días antes de embarcarse en el «Titanic»+ info
Esta fotografía se la hizo Fermina Oliva dos días antes de embarcarse en el «Titanic»
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Había transcurrido casi medio siglo desde aquella fatídica noche del 14 al 15 de abril de 1912 en la que el «Titanic» naufragó tras chocar con un iceberg, arrastrando 1.513 vidas hasta el fondo del mar. En 1959, la española Fermina Oliva Ocaña tenía 90 años pero no había olvidado aquella espantosa catástrofe de la que afortunadamente se salvó. «Es lo más claro en su memoria», decía el periódico tras hablar con esta superviviente.

Fermina Oliva vivía en el cuarto piso de una casa de la madrileña calle de Regueros junto a una hermana, soltera y anciana como ella. Era «una mujer de extraña vivacidad», que había escapado a la muerte de milagro y parecía que la muerte, derrotada, no podía ya con ella.

Su memoria, claro, no era muy buena. Pero cuando hablaba de la gran aventura de su vida, sus palabras y sus gestos revivían la escena prodigiosamente, según ABC.

«—He viajado mucho, muchísimo... Inglaterra, el Canadá, Nueva York, París mil veces, toda África... Aquel año estábamos en París. Yo acompañaba a un matrimonio de recién casados ( Víctor Peñasco y Josefa Pérez ) cuando decidieron tomar el "Titanic" para Nueva York. A mí de pronto me dio miedo y no quise ir. Me acordaba del " Reina Regente ", que se había sumergido en el Estrecho, y tuve un mal presentimiento...

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EL «Titanic» sale del puerto de Southampton rumbo a Nueva York

Pero se embarcaron. El "Titanic" era insumergible, les dijeron. Nunca habían viajado de manera más lujosa y segura.

—.... Hasta aquella noche. Acabábamos de acostarnos. Íbamos en primera. Yo me había entretenido un poco para coserme el corsé y, apenas me tiendo en la cama, el barco se para de repente. ¿Qué será, qué no será? "No es nada, no es nada", decían los empleados. Pero nosotros subimos a cubierta y nos enteramos de la verdad. "! Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! Bajamos a ponemos los salvavidas y, cuando nos quisimos dar cuenta, ya estaban llenas las lanchas. No había para todos, como usted sabe.

—¿Consiguieron puesto los tres?

—Sólo la señora a quien yo servía. Se despidió del marido para siempre y entró en una.

—¿Y usted?

A mí me dejaron fuera. Pero empecé a gritar, desesperada, y no tuvieron más remedio que llevarme. Me echaron como un saco de paja desde más de un metro de altura, cuando ya la barca bajaba. ¡Qué horrible fue!

—¿Iban hombres con ustedes?

—En aquella lancha no iban muchos. Dos se tiraron a ella, desde la cubierta de segunda clase y uno se rompió la pierna.

—¿Cómo estaba el mar?

—Al principio, como este suelo de tranquilo. Nuestra lancha se apartó del «Titanic». Estábamos muertos de frío. Yo volvía de vez en cuando la cabeza y veía cómo las ventanitas del barco se iban hundiendo en el mar... Me puse mala, pero seguí agarrada a la "nariz" de la lancha, ¡Qúé horrible, qué horrible! Y al poco rato empezó el temporal.

—Pero llevarían buenos marineros.

—No. ¡Si la barca la conducía una condesa...! (Se refiere, sin duda, a la famosa señora Brown, mujer de ánimo indomable, que organizó la boga en la lancha número 8, asignando dos mujeres a cada remo.)

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Un bote del «Titanic» acercándose al «Carpathia»

—Al amanecer, las olas nos zarandeaban de tal manera que nadie podía mantener la barca a flote. Creíamos que nuncapodríamos llegar al "Carpathia", el barco que acudió primero en nuestro auxilio. ¡Tan cerca que lo veíamos ya...!

—Hasta que les recogieron.

—Sí, medio muertos todos. Yo estuve malísima muchos meses. Dos hombres fallecieron apenas subir al "Carpathia", congelados.

—¿Pudieron salvar algo de su equipaje?

—Nada. Yo sólo cogí una estampa de San José que tenía encima de la cama. Me la metí bajo el salvavidas y me encomendé a él. Nunca me arrepentiré de haber sabido elegir esa estampa entre tantas cosas que pudiera llevarme.

—¿Lo peor de aquella noche?

El miedo a quedarme en el barco. Fue el momento más terrible de mi vida. Cada vez que me acuerdo, me parece que acaba de ocurrir y acabo de salvarme por milagro...».

En aquel cuarto piso de la calle de Regueros, el fantasma del famoso trasatlántico levantaba aún su popa con gesto trágico hace 60 años mientras en el arcón se apolillaban viejas fotografías como la que ilustró esta entrevista y hoy rescatamos del Archivo. Fermina aún vivió hasta los 98 años.