El submarino atómico soviético que revivió el terror de Hiroshima en la Europa de 1981
«De haberse tratado de un libro de ciencia ficción, el episodio de la nave rusa apresada por los suecos hubiera sido perfecto, pero no es una novela, sino una trágica realidad. Los kilos de uranio detectados son capaces de causar una explosión semejante a la producida por las bombas de 1945», advertía ABC

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Hace un mes salía a la luz un vídeo de los 53 marineros del submarino hundido en Bali, Indonesia, cantando un tema titulado 'Adiós'. La grabación se hizo rápidamente viral al conocerse el desenlace final de aquel accidente, después de que el alto mando militar del país localizara con un escáner la nave hundida a 850 metros de profundidad, así como enseres de los tripulantes flotando en la superficie. El hallazgo se realizó el mismo día en que se estimaba que se iban a agotar las 72 horas de oxígeno disponible en el interior de la embarcación.
«Basándonos en pruebas auténticas, confirmamos que el KRI Nanggala-402 se ha hundido y que los 53 miembros de su tripulación han perecido», informó finalmente el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas indonesias, Hadi Tjahjanto, sobre una nueva tragedia de las muchas que han sufrido, a lo largo del siglo XX, los submarinos militares.
En este sentido, Rusia tiene un protagonismo especial, como demuestran catástrofes como la del Kursk en el año 2000, con sus 23 marineros muertos, o los del Komsomolets, con 42, en 1989. Pero los fantasmas que despertó el incidente de 1987 fueron mucho peores.
«De haberse tratado de un libro de ciencia ficción, el último capítulo del episodio del submarino soviético apresado por los suecos hubiera podido ser calificado de perfecto. No obstante, no se trata de una novela, sino de una trágica realidad. Los kilos de uranio detectados a bordo de aquella nave soviética son capaces de causar una explosión atómica semejante a la producida en Hiroshima en 1945», desvelaba ABC el 7 de noviembre de 1981, sobre un incidente que ya días antes había calificado como «más grave desde la Segunda Guerra Mundial».

‘Alarma en Europa’
La primera información había saltado a los periódicos el 30 de octubre, cuando dos barcos de pesca avistaron el submarino espía soviético, tan solo unas horas después de que se hubiera encallado junto a la importante base militar de Karlskrona, en Suecia. Este país nórdico sufría «un zarpazo a su estatus de neutralidad» con la presencia de más de cincuenta soldados y oficiales de la URSS a bordo del U-137, el cual había pasado inadvertido para los servicios de control del Ejército.
Los sucesivos titulares que publicó este diario durante aquellos días fueron el reflejo de la tensión creciente generada: ‘Alarma en la Europa nórdica por el espionaje soviético’, ‘Se considera la posibilidad de un rearme militar en Suecia’, ‘Moscú no explica la presencia del submarino’, ‘Suecia denuncia la violación de sus aguas’, ‘Estocolmo considera insuficientes las disculpas soviéticas’ y, sobre todo, ‘El submarino descubierto llevaba armas atómicas’. Pronto se apuntaron las graves consecuencias que podrían derivarse de este incidente para el norte de Europa, en particular, y el mundo en general, en una época donde el equilibrio político se encontraba continuamente amenazado por el enfrentamiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos.
«Esta violación deliberada y grave de la soberanía sueca resulta más inaceptable al haber sido provocada por un sumergible dotado con armas nucleares», declaraba diez días después Thorbjorn Fälldin. El primer ministro sueco aseguraba que, según los expertos militares, el submarino llevaba uranio 238 a bordo. Una afirmación en la que no debía estar muy desencaminado si tenemos en cuenta la actitud ambigua de Moscú ante la petición de las autoridades de Estocolmo para realizar un peritaje detallado del armamento que llevaba a bordo.

Moscú pierde su credibilidad
El Gobierno sueco se encontraba continuamente en alerta. El último incidente de similares características se había producido un año antes, cuando otro submarino no identificado ya había movilizado durante dos semanas a la Marina sueca. La persecución duró varios días, aunque más tarde se rumoreó que podría haberse tratado de un barco polaco a la deriva. Pero en este caso, los días pasaban y el percance seguía rodeado de la más absoluta oscuridad. La tensión iba en aumento. El Gobierno comunista pedía tibias disculpas que Suecia consideró insuficientes, puesto que continuaba sin permitir a sus expertos que inspeccionaran la nave.

La razón dada por la URSS para negarse a la mencionada inspección era bastante extraña y, cuando se interrogó al comandante del submarino, este tan solo alegó estar «deprimido» como justificación para no abandonar la nave y presentarse ante la autoridades suecas para declarar. «El Gobierno de Moscú parece que ha perdido, de la noche a la mañana, toda credibilidad que había estado labrando, paso a paso, para convencer a los nórdicos sobre la conveniencia de crear una zona desnuclearizada que incluyera a Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca», contaba ABC, que informaba también de la posibilidad de que los suecos iniciaran un rearme militar.
Aquella fue, sin duda, la violación más grave de las fronteras que se había producido en Suecia desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero se presentaba ahora mucho peor de lo que había parecido al principio. El 7 de noviembre permitían que el submarino se marchara, pero la tranquilidad de los suecos no llegó, tras conocerse que, en el mar Báltico, existían otros setenta submarinos más con armas atómicas, una cifra muy superior a los seis que estimaron al principio los expertos. Una vez más, el hermetismo de la Unión Soviética volvía a hacer acto de presencia, como en Chernóbil, en el Kursk o en el mencionado Komsomolets. Desastres y amenazas ocultadas conscientemente para cernir sobre Europa la sombra de una posible Tercera Guerra Mundial.
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