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Las sospechas que despertó la muerte de Lawrence de Arabia

¿Había muerto de veras o había muerto oficialmente para volver a encaramarse en un camello y cumplir una nueva y difícil misión? ¿Había muerto o le habían hecho morirse?, se preguntó César González Ruano

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Lawrence de Arabia
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«La vida no sabe terminar bien sus novelas», decía Wenceslao Fernández Flórez al referirse a la trágica muerte del famoso Lawrence de Arabia en aquel mayo de 1935. Hacía apenas dos meses que Thomas Edward Lawrence se había licenciado del Ejército y se había retirado a una casa en el condado de Dorset llamada «Clouds Hills» (Las colinas de las nubes). Tras depositar un telegrama en la Oficina de Correos de Bovington, regresaba a su casa aquella mañana del 13 de mayo a gran velocidad en su moto de gran cilindrada cuando dos muchachos en bicicleta se cruzaron en su camino. Al tratar de evitar el choque, Lawrence perdió el control de la Brough que le había regalado Bernard Shaw y salió despedido por encima del manillar. Un par de metros más allá dio con la cabeza contra la carretera. No llevaba casco. Seis días después moría en una cama del hospital militar de Bovington.

El que en plena actividad había sido el hombre menos accesible del Reino Unido fue «el moribundo mejor custodiado», durante las horas que duró su lucha contra su último y más terrible adversario, según describió A. B. Burton en «Blanco y Negro». «Hallábase el hospital rodeado de un círculo de centinelas, con fusil al hombro, y todos los edificios colindantes estaban materialmente sitiados por la policía», aseguraba el escritor británico. Nadie podía acercarse al enfermo, exceptuando su hermano, A.W. Lawrence, que había viajado desde España en avión al ser informado del accidente.

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«¿Cuáles fueron los motivos que aconsejaron montar una guardia tan estrecha alrededor de este hombre? ¿Qué es lo que se trataba de evitar? ¿Cuáles son los secretos de Estado que se temía saliesen de labios de un agonizante en delirio? ¿Relacionábanse, acaso, con misiones del pasado brillantemente cumplidas o con las que se querían encargar todavía a este gran servidor de Inglaterra, a la vez arrastrador de masas y aventurero de ingenio, cuyo retiro momentáneo no era, por lo visto más que aparente? ¿Qué preparaba en el momento en que la muerte le sorprendió a traición?», se preguntaba Burton.

También a César González Ruano la noticia de la muerte de Lawrence de Arabia le suscitó «dos ágiles interrogaciones»: ¿Había muerto Lawrence de veras o había muerto oficialmente para volver a encaramarse en un camello y cumplir una nueva y difícil misión?

¿Había muerto o le habían hecho morirse quienes podían temer al verdadero Lawrence de Arabia que sentía ya en alma viva el pleito del nacionalismo y el derecho del mundo árabe?, se preguntó el célebre periodista en un artículo sobre «Sus mil noches y una noche» acerca del «mito y sospecha de Lawrence de Arabia».

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La desaparición del más famoso y ejemplar aventurero de la época había llevado a la prensa a recordar la extraordinaria vida de este inglés nacido en Tremadog, país de Gales, en 1888. Bautizado con los nombres de Thomas Edward, la fama le adjudicó el título de Lawrence de Arabia, pese a que su apellido Lawrence era ficticio. Era hijo ilegítimo de Thomas Robert Chapman, un terrateniente casado que abandonó a su mujer y a sus hijas para formar una nueva familia con la institutriz de las niñas. Una familia que tomó por apellido el de Lawrence.

Tras licenciarse en Oxford y dedicarse a la arqueología, se convirtió en el «espía guerrillero que levantó a los árabes contra los turcos, sirviendo así a su patria inglesa como el más extraordinario agente que en nuestro tiempo tuvo el Servicio de Inteligencia», en palabras de González Ruano.

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Pese a su excepcional biografía, en la que destacaba la toma del puerto de Aqaba o la célebre entrada en Damasco, al escritor madrileño le interesaba más la vida de Lawrence cuando era solo exLawrence, «cuando comienza una existencia a lo Matías Pascal , que me parece el punto ininsistido, más interesante y conmovedor y noble de este Rey sin corona, poeta de aventureros».

Jugando a provocar en los árabes la ilusión del Imperio contra la tiranía y los intereses de todos, Lawrence había caído en su juego y el enorme problema nacionalista, el "derecho" del mundo árabe había jugado con él, según González Ruano. Lawrence había convencido a los árabes... y a Lawrence.

Pero la Conferencia de Paz en París le había decepcionado y herido. Se sentía estafado. Quien había soñado con la independencia que había prometido en Oriente no podía sobrellevar el fraude que en esta cita se había hecho al nacionalismo árabe del que había sido caudillo. «¿Qué han de pensar ahora de Lawrence? El destino es inexorable. Lawrence ha querido ser algo más que un espía, pero está claro que ni para los árabes ni para los ingleses será nunca más que un espía», escribía González Ruano.

Aquel fue, a su juicio, «su más hermoso momento. El de su fracaso, en la última noche de su sueño de las mil y una noche: la noche del honor». Cuando Lawrence huyó del «espía Lawrence» y renegó de su nombre, viviendo una vida oscura como el Sr. Ross o como el Sr. Shaw.

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Aunque Burton relató días después «la verdad sobre el "soldado Shaw"». La opinión pública creía que después de renunciar a su título y a sus condecoraciones al ver que los árabes habían sido engañados, el coronel había vivido algunos años como un pacífico rentista, publicando una traducción de la Odisea y escribiendo hasta que, aburrido, se había alistado de nuevo en el Ejército británico, en la aviación, bajo el nombre de "soldado Shaw», agregado a un pequeño destacamento cualquiera. «Pero la verdad -relataba Burton- es que en mayo de 1928, Lawrence, fue enviado en misión secreta a Pesnawar, en la India».

«Gracias a él pudo Inglaterra librarse de Amanullah, rey del Afganistán», aseguraba el autor de este reportaje de la Agence Litteraire Internationale que se publicó en 1935. Para ello, decía, Lawrence se había servido en parte de los mismos medios que había utilizado en Arabia. «Disfrazado de peregrino afgano, recorrió el país de punta a punta, haciendo creer a los jefes de las tribus que su nuevo soberano trataba de suprimirlos totalmente» y pronto estalló la revolución «prendiendo fuego al país entero», según Burton. Lawrence, que llegó a presentarse al mismo rey en Kabul, acabó por ser descubierto y tuvo que huir precipitadamente de la capital afgana, según este relato.

«Su ejemplo nos demuestra que una voluntad excepcional puede vigorizar hasta lo indecible un organismo débil (había sido declarado inútil para el servicio militar) y que una inteligencia poco común, unida a una cultura literaria, lingüística y arqueológica puede transformar a un simple soldado anónimo en un gran espía y en un formidable agitador de pueblos», subrayaba Burton en 1935.

No es extraño que con este currículum entre la historia y la leyenda la muerte accidental de Lawrence suscitara dudas en su época.