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El recorte del Blanco y Negro que conserva el restaurante Lhardy desde 1905

El tradicional establecimiento madrileño guarda enmarcado en una de sus paredes un artículo de José de Roure

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El artículo de Blanco y Negro en el restaurante Lhardy - Angel de Antonio
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Lhardy llevaba medio siglo abierto en la Carrera de San Jerónimo cuando Blanco y Negro vio la luz por primera vez en 1891 y ya en aquel mismo año la revista informó de que este tradicional establecimiento madrileño había despachado pastelitos y tazas de té el día del Corpus hasta bien entrada la noche.

O de que en sus mesas se había obsequiado con un banquete a Mariano Benlliure. Desde entonces hasta hoy, se cuentan en más de 3.000 las ocasiones en que el Lhardy se ha asomado a las páginas de este periódico o de la revista. Pero también el mítico restaurante guarda enmarcado en sus paredes un recorte antiguo de Blanco y Negro.

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Restaurante Lhardy - José Ramón Ladra

Es un artículo del periodista y escritor vasco José de Roure (1864-1909) que se publicó el 28 de enero de 1905 bajo el epígrafe de «Diálogos conyugales», con ilustraciones de Narciso Méndez Bringa . Roure reproducía en él una conversación imaginada que transcurría en Lhardy, durante una merienda:

«Está excelente el 'consommé'.

-También los emparedados están muy buenos. Este hace el número seis.

-Se conoce que el paseo te abrio el apetito. ¿Quieres Falerno, digo, Jerez? Te suplico que me perdones, pero desde anoche que fuimos al '¿Quo vadis?' todo lo veo en romano. Hace un instante estaba muy divertido imaginándome al simpático Pepe, representante y consorcio de Lhardy, coronado de rosas. Fíjate bien en él: su robusta persona constituye la mejor recomendación del establecimiento. Observa qué sonrisa bonachona se extiende por su colorada faz asturiana, sonrisa de hombre bien alimentado; plántale la corona de rosas, y en vez del vulgar nombre de Pepe adjudícale el de Juvencio o el de Plaucio. Yo me lo imagino algo filósofo, epicúreo por supuesto, y con un cargo, así como mayordomo de los Césares. ¡Por Júpiter, que les dispondría magníficos banquetes!

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-El 'consommé' tan grato a los senadores españoles te convierte un poco en senador romano. pero a mí la Roma que vemos en escena no me despierta ideas gastronómicas; todo lo contrario. Así como en una obra contemporánea el verismo teatral impone ya la obligación de que los personajes coman realmente cuando la acción exige que coman, en los banquetes y cuchipandas romanas aquéllos se contentan con levantar la copa recubierta de papel dorado jurando por los dioses.

-Sin embargo, comían; ¡por lo menos, Ligia debía tener un apetito de primer orden, y también al elegante y burlón Petronio se le notaba la curva de la felicidad -señal cierta de una alimentación abundante- por encima de la toga. Tanto comían, que la mayor dificultad con que tropezaron en el teatro de la Princesa para llevarnos a Roma por todo, fue el encontrar un individuo con fuerzas bastantes para conducir a cuestas a la señora Fábregas, Ligia en el reparto de la obra. Cinco o seis Ursos pasaron por el teatro antes de que la empresa diera con el Urso definitivo. Unos vieron a la señora Fábregas, e hicieron modestamente mutis por el foro romano; otros se confesaron en la prueba. ¡No es tan fácil como parece hallar un oso!

-¿Un oso en Madrid? ¡Pues si los hay hasta en el escudo de armas de la villa!

-Habrán degenerado.

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Madrid. En el Restaurant "Lhardy". Banquete del P.E.N club Español (Poetas, Ensayistas y Novelistas), celebrado ayer bajo la presidencia de Azorín (X) - José Zegri

-De todos modos, es cosa de felicitar al señor Cardona. A pesar de la gran hermosura de su esposa, no había en Madrid quien le hiciera el Urso. Te digo que el caso es verdaderamente extraordinario, ¡por el hijo de Maya!

-Adiós, ya te salieron romanos los sandwichs! ¿Ves? Es inútil intentar sustraerse al medio ambiente. Si ahora mismo vinieran a decirme que el general Azcárraga había pasado el Manzanares y se dirigía decidido a las Cortes, lejos de dudarlo, recordaría al punto las proféticas palabras que, ademinando sus ambiciosos propósitos, pronunció Sila: «¡Desconfiad de ese joven que lleva siempre el cinturón flojo!» Aparte de eso, con el hambre en las calles y los teatros rebosando gente lujosa y satisfecha, nada tenemos que envidiar a la Roma de Nerón y de sus sucesores en el Imperio, a la Roma famélica que esperaba ansiosa un cargamento de harina, y al precipitarse sobre él para repartírselo se encontró con que la codiciada harina era una tierra polvorosa y especial con la que se cubría el suelo del Circo para facilitar la lucha de los gladiadores. Pero basta de erudición barata, que disuena mucho de los manjares apetitosos y caros de esta casa; ¿cuántos emparedados has tomado?

-Creo que nueve, ¡un horror!

-¡Caramba, y comiéndolos de pie! Si llega a poner Agustín Lhardy triclinios en su establecimiento... ¡Merecías ser ministro de Azcárraga!

-Yo, ¿por qué?

-Porque son los que no se sientan siquiera para saborear el presupuesto. Comen lo mismo que tú, de pie y a escape. ¡Infelices, si se descuidan un poco les van a quitar hasta el palco del Real, único sitio en que se lucen algún tanto y pueden recrearse viendo a su colega, el novio de 'Lucía'!

-¿Quitarles el palco del Real?... ¡Ah, ya! ¿Porque llevan 'ministras'?

-No, mujer; porque las empresas teatrales, incomodadas con la severidad del conde de San Luis, que ampara el ministro de la Gobernación y a ellas les lesiona en sus intereses, han decidido concluir con el tifus.

-Trabajo les mando; todavía dura el exantemático y hay más de ochenta enfermos en el hospital del Cerro del Pimiento.

-Pues, nada; a los mandatos de San Luis contestan suprimiendo los billetes de favor; ya que las funciones hayan de concluir antes de las doce y media de la noche, que se queden sin ir al teatro los amigos de la empresa y los amigos de los amigos de esos amigos. ¡Guerra sin cuartel al tifus! Desde ahora, las salas de los teatros madrileños van todas a ostentar patente limpia. ¡Qué gusto codearse siempre en ellas con gente capaz de aceptar la responsabilidad de sus actos! ¡Los tres o cuatro que ven, los pagan!

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-Pues, mira lo siento muchísimo por las chicas de Alfónsez. Las pobrecitas tan buenas como son y hasta guapa la más pequeña, no pueden permitirse el lujo de comprar localidades y acuden siempre a la caza del vale de favor. Un vale es para ellas el sueño de muchas noches de aburrimiento y desgana de la vida. Para alegrarlas un poco la existencia, me ha contado Paquito que, al despedirse de ellas, no les dice "¡Adiós!" sino "¡Vale!" Y como ellas hay muchísimas familias en Madrid, incluso con títulos de nobleza, que no ven el teatro sino por la puerta falsa de la contaduría. Es una crueldad el concluir con ese simpático 'tifus', que no concurre a los teatros pagando porque no puede, no porque no quiere. El teatro es para tales personas la única distracción, el único deleite de la vida. No les es dable asistir a recepciones y fiestas por la escasez o antigüedad del guardarropa; sus relaciones se van poco a poco abandonando. En el hogar sólo hallan estrechez; en la existencia, desilusiones. Ya ves tú, la menor de las Alfónsez, a pesar de ser guapa, no tiene más que novios de quince días, como si fueran 'blasfemos'. En cuanto se enteran de la situación pecuniaria de la mamá, se mudan. Pues bien; todos esos novios, aun siendo tan efímeros, los ha pescado en el teatro; es su estanque de la Casa de Campo. Si le arrebatan la licencia para pesar, ¿qué le queda? ¡Tragarse la caña y morir!

-Tienes razón; conociendo íntimamente la sociedad madrileña, se comprende que la decisión de las empresas teatrales es una puñalada trapera a gente muy simpática por su pobreza inmerecida. Algunos gorrones caerán, ¡pero cuántos desgraciados! Siquiera en Roma los espectáculos eran gratuitos, y ya que a los madrileños les alcance su hambre, que les llegue también su libre diversión. ¡Pan y juegos del circo! Vámonos, si te parece.

-Vámonos.

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-¡Ah, espera un momento, que nos marchábamos sin pagar! ¡Qué cara hubieese puesto Pepe, coronado de rosas!

-¡Dios te bendiga por el recuerdo! Con tantos emparedados como he comido, y yéndonos de 'tifus'. ¡No quiero ni pensarlo; esta misma noche te quedabas viudo!».