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La Primavera sangrienta en la que el Kremlin envió a miles de carros de combate a tomar Praga

El dirigente soviético Leonid Brézhnev envió por sorpresa a medio millón de tropas, junto a 4.600 tanques, para ocupar el país y alejarlo de la democracia

Imagen de una boda en Bratislava durante la invasion soviética.+ info
Imagen de una boda en Bratislava durante la invasion soviética.
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En mayo de 1968, una cadena de protestas por parte de universitarios, a los que pronto se unieron grupos obreros, sindicatos de izquierda y hasta el Partido Comunista, sacudieron Francia y amenazaron con cambiar el orden establecido o, como poco, agitar la constelación política del continente. Las protestas también se extendieron a otros países, incluida una Checoslovaquia socialista que llevaba meses de apertura democrática y revolución silenciosa. Pero, si bien en París toda la perturbación quedó en una poética (y esteril) postal de aquellos jóvenes que buscaron la playa «bajo los adoquines», en Praga la primavera se transformó en un largo invierno. ¿El comunismo eran los tanques de Praga o las promesas de París?

A principios de ese año, el reformista checoslovaco Alexander Dubček fue elegido Primer Secretario del Partido Comunista de Checoslovaquia (KSČ), lo que le convertía en el presidente de facto de un país donde su partido controlaba el poder absoluto.

Era también el primer eslovaco que accedía al poder en Praga y quien más hizo por dotar a su nación de mayor autonomía.

Desde 1948, la República Popular de Checoslovaquia estaba firmemente alineada con el bloque soviético y hacía las veces de país satélite para este régimen. No en vano, sin el beneplácito de Moscú, el nuevo secretario del partido inició un proceso de apertura para dotar al socialismo de su país «de rostro humano», esto es, el imposible de reconciliar las ideas comunistas con los derechos individuales. La idea no era derrocar al régimen comunista, como había sucedido con las revueltas de Alemania del Este en 1953 o de Hungría en 1956, sino transformarlo.

Estudiantes durante una de las sentadas en la plaza de la República, en París.+ info
Estudiantes durante una de las sentadas en la plaza de la República, en París.

Las nuevas libertades incluyeron menos restricciones en los medios de comunicación, más libertad de expresión y de desplazamiento con el fin de crear «una sociedad libre, moderna y profundamente humana». En el terreno de la política exterior se mantuvieron los lazos con la URSS y el Pacto de Varsovia, pero los países miembros de esta alianza no lo vieron igual. Especialmente las reformas referidas a la descentralización de la autoridad administrativa enfadaron a las autoridades soviéticas, que temían que aquello se extendiera a otros países que tras la Segunda Guerra Mundial habían caído en la órbita de Stalin.

Tras varios meses de negociación y tensiones entre Moscú y Praga, el dirigente soviético Leonid Brézhnev envió por sorpresa a medio millón de tropas para ocupar el país y reforzar las fronteras de los países del Pacto de Varsovia. 4.600 tanques soviéticos, entre ellos los temidos T-54, dictaron sentencia sobre lo que debía ser un estado socialista. Primero atacaron las estaciones de radio y televisión de Praga, luego a los responsables de aquellas medidas aperturistas, y finalmente a los ciudadanos que se opusieron.

La propaganda del Kremlin afirmó que los soldados habían sido enviados para restaurar el orden tras los desmanes de Dubček y que el pueblo les darían una calurosa bienvenida. Esto no fue cierto, ni siquiera un poco. Miles de ciudadanos no armados recibieron a los soviéticos al grito de «Fascistas» y «¡Regresen a sus casas!», lo cual no fue más que el preámbulo de una gran sangría. A partir del 21 de agosto, comenzó la represión contra los civiles congregados por el país.

Los cálculos de muertos varían entre ochenta personas y varios cientos de personas en ciudades como Praga o Bratislava, a los que habría que añadir las miles de personas enviadas a «programas de reeducación» y a reclusión. En total, el Partido Comunista depuró a un 21,7% de sus afiliados, simpatizantes de la Primavera de Praga.

El presidente del gobierno Español, Carlos Arias Navarro, saluda a Brézhnev.+ info
El presidente del gobierno Español, Carlos Arias Navarro, saluda a Brézhnev.

El 22 de agosto, ABC tituló su información internacional 'La invasión de los cinco ejércitos ha sido un hecho largamente premeditado' y explicó que « lo irreparable, lo definitivo, lo que no tiene enmienda se ha consumado en Checoslovaquia, e idas son para siempre las ilusiones de libertad, que nunca fueron tan vehementes ni buscadas con tanta impaciencia ni por modos tan frenéticos y desvariados. Parecía que el pueblo checoslovaco era presa de una alucinación, arrastrado hacia la libertad por impulso románticos ingobernables, que prendían en las mentes más ajenas a la tolerancia política. El propio Alejandro Dubcek y los hombres formados en el rigor de la doctrina comunista, incompatible con la libertad, parecían contagiados por el ardor del pueblo».

Durante toda la ocupación, el gobierno instó a los ciudadanos a «guardar la calma y no oponerse con las armas a las tropas extranjeras». Dubček y otros cinco miembros del Presidium fueron secuestrados por la policía soviética de ocupación y llevados a Moscú, donde firmaron a la fuerza el Protocolo de Moscú. Desde esa fecha, la carrera de Dubček en el partido fue de mal en peor. Durante casi veinte años vivió en Bratislava vigilado, pero con la caída del Muro de Berlín vivió su renacimiento político como presidente del Parlamento checoslovaco. Un pequeño homenaje por los esfuerzos democráticos del pasado.

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