Así predijo Isaac Asimov que sería la educación del siglo XXI
Adelantándose a estos tiempos de confinamiento y a las plataformas de estudio online, el prestigioso divulgador avanzó en 1977 cómo podría influir el uso de ordenadores en la enseñanza

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Isaac Asimov (1920-1992) fue uno de los mejores divulgadores científicos del siglo XX. Por eso resultan tan interesantes sus opiniones sobre cómo sería la educación en nuestros días. Sin pensar en nuestros tiempos de confinamiento por el Coronavirus, en un artículo publicado por ABC el 27 de noviembre de 1977, narraba su visión de cómo podrían influir los ordenadores en la educación. Algunas de sus predicciones no se cumplieron a rajatabla, pero desde luego anticipó muchas de las cosas que la educación está viviendo en nuestros días: las conexiones rápidas, la transmisión de datos, voz e imagnes o la interactuación con las «máquinas». ¿Qué sería de nuestros estudiantes sin las clases virtuales, las plataformas de estudio online o Google?
Como clave de toda la revolución del sistema educativo, Asimov pensaba que la interconexión, la rapidez de las consultas, la autonomía energética de las máquinas y la abundante información que podría ponerse a disposición de todo el mundo. Se anticipó a las posibilidades que la informática nos presenta. Los adultos también deberían seguir instruyéndose a lo largo de toda su vida.
«Supongamos que nuestra civilización se prolongue hasta el siglo XXI y que la tecnología continúe progresando; supongamos asimismo que los satélites de comunicación se multipliquen en número y que sean capaces de una variedad harto mayor de funciones y más complicados que en la actualidad; y supongamos que en lugar de los limitados transmisores de señales de radio se utilicen, para transmitir mensajes de la Tierra a los satélites y recibirlos de éstos, los increíblemente capaces rayos láser de luz visible, ¿qué ocurriría bajo tales circunstancias? Entonces podrían existir muchos millones de canales para voz e imágenes, y es fácil imaginarse que cada ser humano tendría asignada en la Tierra una longitud de onda particular, como hoy puede asignársele un número de teléfono», comenzaba Asimov su artículo sobre «La educación en el siglo XXI».
Tras aludir al presumible progreso de la informática, proseguía: «En otras palabras, el estudiante podría formular preguntas que la máquina sería capaz de contestar, y plantear cuestiones y resolver problemas que la máquina estaría en capacidad de evaluar. La máquina podría ajustar el ritmo e intensidad de su curso de instrucción según la aplicación y diligencia del estudiante, y cambiar de rumbo con arreglo a los intereses de éste».
No contamos con una longitud de onda particular. Ahí el gran Asimov erró, pero no tanto pues comentaba que sería igual que el número de teléfono, que no son en la actualidad lo que eran en 1977. Cambiemos longitud de onda e imaginemos el mundo que nos ha abierto internet y pongamos en su correcta perspectiva la visión de Asimov. Que más adelante presagiaba: «Es de suponer que la máquina tendría a su disposición cualquier libro, periódico o documento de la vasta y central biblioteca planetaria, organizada totalmente en clave. Y el material de consulta o referencia así obtenido de la máquina instructora por el estudiante podría entonces proyectarse sobre una pantalla o reproducirse en papel para un estudio más detenido».
Interesante es también su visión de que la revolución educativa debería conseguir que el ritmo de aprendizaje debería ajustarse a la diligencia y aplicación de cada niño. Y abría la posibilidad de que la educación no se orientase solo a los niños, prediciendo una educación continuada.
«Ya no se debe circunscribir la educación a la juventud. La educación no es cosa que a la juventud debe urgirle completar. Los viejos, por su parte, no deben mirarla con retrospección como pareja de la inmadurez. Hay que hacerle pensar a todo el mundo que la educación es un requisito vitalicio del ser humano», subrayaba el escritor norteamericano.
Hablaba también de la posibilidad de cambiar de actividad profesional en la edad adulta, de cómo las personas maduras deberían poder gozar con el aprendizaje, con el estímulo del cerebro.
«Las computadoras u ordenadoras (sic), creadas cada vez con mayor diversificación de objetivos, capaces de aprender por sí mismas por la acción recíproca con los seres humanos, podrían servir fácilmente para estimular y adelantar esos intereses y, de esto modo, colocadas dentro del terreno de la enseñanza como máquinas instructoras, contribuir a salvar nuestra sociedad», concluía Asimov.
Una visión apasionante que tal vez olvide que la pereza forma parte también de la condición humana y que son legión los que teniendo a su alcance todos los estímulos intelectuales que nos acerca internet, se dedican a usar la cabeza para embestir.