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¿Ha perdido Rusia en Ucrania tantos efectivos como la URSS en nueve años de infierno en Afganistán?

Una intervención que la URSS estimó que iba a durar unos días terminaría sobreviviendo al desmembramiento del imperio comunista y a la retirada de los soviéticos.

Gorvachov, junto al Rey Juan Carlos, en una visita a Madrid.+ info
Gorvachov, junto al Rey Juan Carlos, en una visita a Madrid.
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La bruma de la guerra impide saber lo que está ocurriendo en Ucrania y si de verdad la cifra de muertos entre los rusos es tan elevada como sostiene el gobierno de Zelenski. Según sus estimaciones, más de 15.000 soldados del ejército ruso han perdido la vida hasta hoy, en tanto los servicios de inteligencia de EE.UU. apuntan a un número más conservador, pero alto igualmente, de entre 3.000 y 7.000 militares, lo que incluye varios generales y muchos oficiales. La última vez que Moscú actualizó la cifra de militares fallecidos fue el 2 de marzo, cuando el portavoz del Ministerio de Defensa, Igor Konashenkov, indicó que 498 habían muerto y 1.597 habían resultado heridos. Desde entonces, el silencio.

Dado que la invasión rusa comenzó el 24 de febrero, en caso de confirmarse estas cifras de muertos en menos de un mes habrían muerto más militares rusos que soldados estadounidenses en Irak y Afganistán en veinte años, que fueron alrededor de 7.000. También es una cifra llamativa si se compara con las bajas rusas en Afganistán durante casi una década de guerra, donde el Ejército soviético perdió entre 13.833 (datos oficiales) y casi 26.000 efectivos (cifra oficiosa).

Afganistán supuso para la URSS el principio del fin. Algo así como el Vietnam soviético por su alto coste en vidas y los pobres avances cosechados. Con esa prepotencia tan característica de los grandes imperios, la URSS envió a finales de los años setenta a sus fuerzas especiales a asesinar al presidente del país asiático, Jafizulá Amín, viejo aliado de los soviéticos, sin ser consciente de que meterse de lleno en la política del país, en plena guerra civil, también suponía involucrarse en la guerra contra los temidos grupos de muyahidines. Una intervención que la URSS estimó que iba a durar unos días terminaría alargándose 14 años y sobreviviendo a la muerte del imperio comunista y hasta a la retirada de los soviéticos.

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La URSS defendió en todo momento la legalidad de las operaciones militares en el país asiático conforme el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Democrática de Afganistán. Se justificó en que la intervención militar se realizó por petición del Consejo Revolucionario afgano, que horas antes de la muerte de Amín se había reunido y lo había condenado por traición. La razón de fondo era su acercamiento a EE.UU, si bien el régimen que representaba pretendía establecer el socialismo en el país.

Ese mismo día, 27 de diciembre de 1979, las fuerzas armadas soviéticas cruzaron la frontera norte del país con 1.800 tanques, 80.000 soldados y 2.000 blindados para apoyar al Consejo Revolucionario, que nombró al ex viceprimer ministro Babrak Karmal como nuevo presidente y se propuso aplastar la insurgencia por la vía rápida.

Una trampa

El bloque occidental vio esta intervención como una agresión por parte de un Estado totalitario, mientras que Moscú habló de una aportación limitada de tropas (de hecho la operación se denominó oficialmente «Contingente Limitado de Fuerzas Soviéticas»), a solicitud del gobierno comunista afgano, para acabar con una situación de guerra civil abierta provocada por extremistas. La oposición al Consejo Revolucionario estaba formada por fundamentalista islámicos, hostiles a las medidas para separar al Estado de la Iglesia, dispersados en una infinidad de subgrupos por su etnia y región. No buscaban crear un Estado central islámico, sino que buscaban defender su religión y su independencia tribal.

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Tanto China como Estados Unidos apoyaron a estos grupos enviándoles grandes cantidades de armamento a través de Pakistán. Al principio se trató de material obsoleto, incluso de antes de la Primera Guerra Mundial, pero al cabo de los años viajó hacia su frontera avanzados misiles antitanque guiados de fabricación francesa y morteros de 120 milímetros que servirán para provocar una sangría entre sus filas.

No obstante, el hecho de que sus enemigos estuvieran mejor equipados que ellos no fue el único ni el principal obstáculo al que se enfrentó el Ejército soviético, que contaba con efectivos muy limitados en un país de más de 650.000 km2 y una geografía con un 85% de superficie montañosa.

El ruso era un ejército regular de cerca de 100.000 efectivos, en su gran mayoría reclutas, fuertemente acorazado y con doctrinas inútiles para enfrentarse a una guerrilla dispersa por un terreno extremadamente difícil, sin buenas comunicaciones y con una milenaria tradición de resistencia contra invasores extranjeros. A esto hubo que añadir que la intervención coincidió con un momento de parálisis política en la URSS que solo terminó con el periodo de Gorbachev, quien finalmente sacó a las tropas del conflicto.

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La mayor parte de los esfuerzos de Moscú se centraron durante años en defender sus propias bases y líneas de comunicación, lo que suponía aburridas tareas de guarnición y una difícil convivencia con los locales. El ejército de bisoños, siempre rotando, dormitó entre pésimas condiciones de higiene, falta de agua, alcoholismo, drogadicción y la falta de un cuerpo profesional de suboficiales que mantuvieran algo parecido a la disciplina. A todo esto había que sumar la crueldad de un enemigo que no solo defendía su nación, sino su religión. Los muyahidines a menudo castraban y desollaban vivos a sus prisioneros, haciendo que los rusos respondieran con represalia igual de graves y donde no distinguían a combatientes de civiles.

Desesperados por la falta de avances, los soviéticos apostaron a partir de 1985 por reestructurar el ejército afgano y hacer que fueran ellos quien sostuvieran las operaciones ofensivas. Al año siguiente, Gorbachev inició la retirada de sus tropas de un país donde no se les había perdido nada, pero donde sí extraviaron mucho en un momento crítico para este imperio. Aparte de las pérdidas humanas, que incluyeron casi medio millón de heridos, también se registró una gran pérdida material: 118 aviones, 333 helicópteros, más de 11.000 camiones de carga general y cisternas, 1.341 vehículos blindados y 147 carros de combate.

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