El terrible testimonio que desveló las atrocidades de Stalin
ABC publicó en 1933 en España una carta de Alexandra Tolstoi en la que alertaba de que millares de seres humanos estaban siendo desterrados o fusilados
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«Cuando en 1908 el Gobierno zarista condenó a muerte a algunos revolucionarios, un grito salió de la boca de mi padre: "¡No puedo callarme!". Y el pueblo ruso, unánime, se unió al grito de protesta contra aquel asesinato. Ahora, cuando millares de seres humanos en el norte del Cáucaso son fusilados o desterrados, y que mi padre ya no vive, siento la imperiosa necesidad de elevar mi débil voz contra las ferocidades bolcheviques, tanto más como que he trabajado doce años con el Gobierno soviético y he visto con mis propios ojos extenderse el terrorismo». Así comenzaba la carta abierta que Alejandra Tolstoi envió al diario anticomunista de la diáspora rusa "La Renaissance" ( Vozrojdenie o Возрождение, en ruso) que se publicaba en París y que éste reprodujo con el título «No puedo callarme» en su número del 12 de febrero de 1933.
En su escrito, la hija menor del gran novelista ruso denunciaba cómo el mundo había callado mientras «millones de hombres eran desterrados o morían en las cárceles y en los campos de concentración». O cuando miles «eran fusilados en el acto». Los bolcheviques, decía, «la emprendieron primero con las clases enemigas, con los creyentes, los religiosos, los profesores, los sabios. Ahora la emprende con los obreros y los campesinos... y el mundo sigue callando».
«Desde hace quince años el pueblo ruso padece esclavitud, hambre y frío. El Gobierno bolchevique sigue oprimiéndole y le arrebata su trigo y otros productos, que envía al extranjero porque necesita dinero, no sólo para comprar maquinarias, sino para hacer la propaganda comunista en el mundo entero. Y si los campesinos protestan y ocultan su trigo para sus familias hambrientas... se les fusila», continuaba la hija y secretaria del autor de «Guerra y Paz» o «Ana Karenina».
Eran los años del Holodomor (en ucraniano, "matar de hambre") , el genocidio que llevó a cabo el dictador Josef Stalin en Ucrania y que costó la vida a unos seis millones de personas.
Diversos periódicos europeos se hicieron eco del terrible testimonio de Alejandra Tolstoi(1884-1979), que sin embargo no obtuvo ninguna repercusión en España hasta que el escritor y político Álvaro Alcalá Galiano y Osma la reprodujo en las páginas de ABC el 26 de abril de 1933 con una dedicatoria especial a los «Amigos de la Unión Soviética».
«El pueblo ruso ya no tiene fuerzas para soportar sus padecimientos. La rebeldía late por todas partes: en las fábricas, en los talleres, en los pueblos y hasta en regiones enteras. Los campesinos arruinados y muriéndose de hambre se fugan de Ucrania por millares», continuaba en su misiva la hija de Tolstoi, quien abandonó la URSS en 1931 debido a sus ideas políticas y vivió durante 48 años en Estados Unidos, hasta su muerte.
Alexandra acusaba al Gobierno soviético de publicar «decretos y más decretos para expulsar de Moscú y otras grandes ciudades a miles de habitantes, calmando al propio tiempo a los campesinos rebeldes por medio del destierro y de los fusilamientos».
«Desde Iván el Terrible Rusia no ha contemplado mayores atrocidades», aseguraba antes de relatar que tras la rebelión en masa de los cosacos del Kubán se había fusilado a familias enteras y 45.000 personas habían sido «desterradas a Siberia por orden de Stalin para morir allí abandonadas».
«¿Es posible que, ante esto, siga callando el universo? -clamaba-. ¿Es posible que aun haya gobiernos capaces de mantener relaciones con esos asesinos, prestándoles ayuda en perjuicio de sus propios países? ¿Es posible que un escritor idealista como Romain Rolland (quien, sin embargo, ha sabido comprender el alma de los grandes pacifistas como Tolstoi y Gandhi) y escritores como Henri Barbusse y Bernard Shaw puedan seguir entonando himnos al paraíso comunista? Así se hacen responsables de la difusión de las teorías bolcheviques, que son una amenaza para el mundo entero y le llevará a la ruina. ¿Es posible que todavía haya quien crea que la sangrienta dictadura de unos cuantos hombres destructores de la cultura, la religión y la moral pueda llamarse socialismo?»
Y se preguntaba: «¿Quién gritará también "No puedo callarme”, a fin de que todos lo oigan? ¿Dónde estáis, cristianos, verdaderos pacifistas, escritores y trabajadores? ¿Por qué os callais? ¿Aún os hacen falta pruebas, testimonios o cifras? ¿No oís las voces pidiendo socorro? ¿O pensáis que se puede procurar la felicidad de los hombres por la fuerza bruta, las matanzas y la esclavitud de todo un pueblo? No me dirijo a aquellos cuyas simpatías comunistas se han comprado con dinero extraído al pueblo ruso. Me dirijo a cuantos todavía creen en la fraternidad e igualdad de los hombres: a los cristianos, a los socialistas, a los escritores, a los trabajadores, políticos y sociales, a las mujeres, a las madres. ¡Abrid los ojos! ¡Uníos todos en una protesta unánime contra los verdugos de un pueblo sin defensa!».
Kruschef: «Lo que querían era pan»
En los «Recuerdos de Kruschef» que la revista Blanco y Negro publicó en exclusiva en 1970, el antiguo dirigente soviético contó cómo hasta muchos años después no se dio cuenta del grado de hambre y represión que acompañaron a la colectivización que puso en marcha Stalin en Ucrania. «Mi primer atisbo de la verdad lo tuve en 1930, cuando la célula del Partido en la Academia trató de librarse de mí enviándome al campo en un viaje de trabajo. La Academia patrocinaba la granja colectiva «Stalin», a la cual yo debía entregar el dinero que habíamos conseguido en una colecta, para la compra de herramienta agrícola (...) Sólo pasamos unos cuantos días en la granja colectiva, pero las condiciones de vida allí eran horribles. Los trabajadores se estaban muriendo de hambre. Convocamos una reunión para entregarles el dinero que habíamos traído para ellos. (...) Cuando les dijimos que el dinero estaba destinado a la adquisición de equipo para la granja, nos contestaron que no les interesaba el equipo, que lo que ellos querían era pan. Nos suplicaron que les diéramos alimentos. Yo no tenía idea de que las cosas fuesen tan mal. Habíamos estado viviendo bajo la ilusión, mantenida por «Pravda», de que la colectivización marchaba sin tropiezos y que todo iba bien en el campo».
Nikita Kruschef también mencionó en aquellas memorias a los cosacos del Kuban: «En 1932 [Lazar] Kaganovich [jefe de la Comisión de Control del Partido], anunció que tenía que ir a Krasnodar. Estuvo fuera una, o dos semanas. Más tarde se supo que había ido a sofocar una huelga —o «sabotaje»— de los cosacos del Kuban que se negaban a cultivar sus tierras. La población entera fue conducida a Siberia».
«La colectivización ideada por Stalin no nos trajo más que miseria y brutalidad», recordaba Kruschef, admitiendo que sus reflexiones eran ya tardías«Por aquel entonces aún creíamos y confiábamos en él», se lamentaba.