El misterio del vuelo fantasma que voló horas sin tripulación: «Nos congelamos; adiós, vamos a morir»
La tragedia ocurrió en 2005; fallecieron 121 pasajeros –entre ellos, 48 niños– cuando un avión chipriota se desplomó al norte de Atenas después de una supuesta despresurización de la cabina
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La instantánea parecía traída a la tierra por Lucifer desde el mismísimo averno. «Vi decenas de cuerpos calcinados, regados en torno al fuselaje destrozado que yace en el fondo de un barranco boscoso. También vi el cadáver de una mujer aún con el cinturón de seguridad atado y con las piernas quemadas». El periodista del rotativo griego ‘Ethnos’ no daba crédito. Aquel era el epílogo de un episodio que había comenzado el 14 de agosto de 2005: 121 fallecidos, entre ellos 48 niños, después de que el vuelo 522 de la aerolínea Helios Airways se estrellara en extrañas circunstancias al norte de Atenas. La tragedia del avión fantasma, la llamaron los medios, y vaya si llevaban razón.
Todo bien... o no
El episodio arrancó un poco antes, allá por la madrugada de ese mismo domingo; buen día para viajar. A eso de las cuatro y media, con la luna todavía desafiante en el cielo, los mecánicos de la compañía de bajo coste Helios Airways –la primera de estas características de Chipre– fueron avisados de una incidencia en un Boeing 737-300 recién aterrizado en el aeropuerto internacional de Larnaca. Se hablaba de problemas de engelamiento –formación de hielo en el avión– y ruidos molestos en la puerta posterior. Unas horas después todo parecía correcto. Se hicieron test de mil tipos; presurización, mecánica... Y todo correcto.
Y de ahí, a la pista de despegue. Tras el beneplácito, tomó los mandos el capitán Hans-Jügen Merten, alemán de 59 años con 16.900 horas de vuelo. A su lado, el copiloto, el primer oficial Pampos Charalambous, chipriota de 51 primaveras con 7.549 horas de experiencia. Ambos eran veteranos y sabían desenvolverse a la perfección. Y, para completar la tripulación, cuatro auxiliares. El aparato iba además cargado hasta los topes, como explicó el diario ABC en la jornada posterior a la tragedia: «Había 115 pasajeros, 48 de ellos, niños, según confirmó el representante de la aerolínea, Giorgios Dimitrou». En total, 121 personas. Todo normal de nuevo.
Poco después de las nueve menos cuarto de la mañana empezó la maniobra de despegue. «El avión, que cubría la ruta Larnaca-Atenas-Praga, debía hacer escala en la capital griega hacia las 12:20 horas», informaba ABC. La aeronave arribó a la pista a eso de las nueve y cinco, y lo hizo sin incidentes. Poco a poco, se elevó hacia los cielos. Primero 10.000 pies; después 11.000, 12.000, 13.000... Y la normalidad continuaba. Pero diez minutos después cambió todo. De improviso, un pitido alarmó a los pilotos en la cabina; informaba de que no debían ganar altitud, aunque ya era tarde. No lo sabían, pero el interior del Boeing perdía poco a poco aire y comenzaba la despresurización. Ya nada volvería a ir bien.
Vuelo fantasma
Hans-Jügen Merten y Pampos Charalambous no tuvieron tiempo de reaccionar. Al poco, la falta de aire les provocó severos síntomas de hipoxia, falta de oxígeno en el cerebro. Les empezó a costar articular palabra alguna y, al final, se desmayaron. El Boeing quedó a los mandos del piloto automático cuando llegó a la altura de crucero. A la par, las mascarillas cayeron de los compartimentos y permitieron a los pasajeros respirar, aunque durante un tiempo más que efímero: quince minutos. La situación era pésima. «Instantes antes, el piloto había comunicado había comunicado que tenían un problema de climatización», informaba este diario.
Existe controversia sobre la hora exacta en la que la situación empezó a escamar a los controladores aéreos griegos. La versión más extendida es que, entre las nueve y media y las diez de la mañana, se intentó contactar con el vuelo 522. Resultó imposible. ¿Qué diantres sucedía? Se barruntó la posibilidad de un ataque terrorista o un secuestro. En el recuerdo estaban los tristes sucesos del 11 de septiembre, así que no parecía descabellado. Como medida preventiva se mandaron dos aviones para interceptar el Boeing. « Dos cazas F-16 de la fuerza aérea griega despegaron en busca de la aeronave, que fue localizada a 10.360 metros de altura sobrevolando la isla de Kea», explicaba ABC.
Los cazas se pusieron de inmediato a los flancos del aparato e intentaron contactar de nuevo con la cabina; nada. Y no parecía que nadie estuviese a los mandos. «Los pilotos de los cazabombarderos afirmaron que el comandante del avión no se encontraba en la cabina y que el copiloto estaba inconsciente, por lo que presumiblemente la aeronave volaba con el piloto automático», añadía este diario. También explicaron que dos sobrecargos «parecían intentar hacerse con el control del avión». Eran Andreas Prodromou y Haris Charalambous. No lo consiguieron. Para entonces, uno de los pasajeros ya había mandado un SMS de despedida a su familia: «Los pilotos están inconscientes, adiós primo, estamos todos congelados, vamos a morir».
Al final se sucedió la tragedia. Así lo narró ABC: «El avión se estrelló en la zona montañosa de Grammatiko, a solo 400 metros de la localidad habitada del mismo nombre, y se partió en pedazos. En las tareas participaron 200 miembros del servicio de emergencias y 120 bomberos». A partir de entonces comenzó la búsqueda de responsabilidades. La teoría más extendida fue que el sistema de presurizado había sido puesto por error en manual, en lugar de en automático, tras la inspección de aquella misma mañana.
Tres años después, en 2008, varios empleados de la compañía fueron acusados de 119 cargos de homicidio imprudente. Al final, en 2012, diez de ellos fueron condenados a una década en prisión, aunque la eludieron tras pagar una cuantiosa cantidad.