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Leviatanes de Putin: los colosales submarinos rusos que aterran a los portaaviones occidentales desde la URSS

Hace más de cuarenta años, la Unión Soviética llevó a cabo un rearme naval sustentado en tres tipos de sumergibles; entre ellos se halla el modelo 'Typhoon', el más grande del mundo

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Ha vuelto la disuasión a golpe de tecnología. La salida al mar del 'Belgorod' y del 'Arma del Juicio Final' –nombre rimbombante donde los haya– tiene más de propaganda de Vladimir Putin que de operación militar con cara y ojos. Pero el arte de mostrar sumergibles a Occidente cual premio oculto tras la cortinilla de la hoz y el martillo no es nueva. A finales de 1982, cuando todavía quedaban por quitar muchas hojas del calendario hasta la caída de la URSS, el Kremlin puso todas sus energías en dar a conocer las dos armas con las que pretendían plantar cara militar y económicamente a Estados Unidos: una marina civil al servicio del Estado y una serie de nuevos y colosales submarinos.

Corrían entonces tiempos de Guerra Fría y carrera armamentística. EEUU era la reina de los mares y la URRS, de manos de un recién llegado Yuri Andrópov, anhelaba ponerse a la altura de su competidora. El resultado fue un 'rearme naval soviético' basado en la siguiente máxima del Comandante en Jefe de la Armada, Serguéi Gorshkov: «Llegará un día en que el océano decida el destino del mundo. Los grandes Estados militares e industriales que no cuenten con la correspondiente fuerza naval no llegarán a conservar mucho tiempo su papel de gran potencia». ABC replicó sus palabras en un reportaje fechado el 1 de diciembre de 1982 y titulado 'Los sumergibles y la Marina mercante, dos poderosas bazas de la URSS'.

Bazas contra Occidente

Narraba por entonces ABC que la Unión Soviética se hallaba inmersa en su «empresa más colosal desde 1950», un «gigantesco esfuerzo» que daría sus frutos a finales de la década. La primera baza que el Kremlin había puesto sobre la mesa era la creación de una «marina civil al servicio del Estado» capaz de liderar el comercio internacional a través de mares y océanos. El diario la definió como un arma destinada a desestabilizar la economía del gran rival nortamericano. «Occidente ha descubierto de repente que esta marina, que monopoliza una gran parte del tráfico mundial y ocasiona constantes quebraderos de cabeza a los armadores, se ha transformado en un temible instrumento paramilitar».

Submarino Kursk, tipo Oscar, famoso tras su triste hundimiento+ info
Submarino Kursk, tipo Oscar, famoso tras su triste hundimiento - ABC

El segundo 'as' en la manga del Kremlin era uno que nos suena mucho en la actualidad: «los espectaculares progresos logrados en el campo de los sumergibles». Los números llegados desde Rusia sustentaban los temores: se habían iniciado la construcción de 377 submarinos, entre los que se incluían 180 de propulsión nuclear. La cifra sobrepasaba con claridad a los 115 de la armada norteamericana. Además, el gobierno de Andrópov había recalcado que la segunda parte del plan perseguía «como última meta la construcción de gigantescos portaaviones similares a los norteamericanos para finales de la década».

Las últimas eran, desde luego, unidades necesarias, pues los portaaviones con los que contaba la URSS permitían tan solo el desplazamiento de helicópteros y aviones de despegue vertical. «No cuentan con aparatos preparados para el frenado por cable ni disponen tampoco de catapultas en las cubiertas como los modelos norteamericanos», confirmaba ABC. Las expectativas rusas pasaban por construir modelos de propulsión nuclear de 60.000 toneladas con una fuerza aérea de 60 aviones cada uno. Lo cierto es que llegaban muy tarde, pues habían pasado cuarenta años desde que los portaaviones norteamericanos cambiaran el devenir de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico en batallas como Midway. Aunque más valía tarde que nunca.

Moles submarinas

Mientras aguardaba la llegada de los ansiados portaaviones, el Kremlin apostaba por el sigilo y la potencia de fuego que podían ofrecer los submarinos. «Hay tres clases que constituyen, sin duda, la principal amenaza para las fuerzas navales de superficie de la Alianza Atlántica que operan en alta mar», desvelaba ABC. Los tipo 'Alpha', detectados por primera vez en el Báltico, eran los más populares. «Es fácilmente detectable por el ruido, pero a su favor cuenta con dos características únicas», explicaba el redactor. La primera era una capacidad de inmersión tres veces mayor que la de sus equivalentes norteamericanos. La segunda, una velocidad de navegación envidiable. Así lo explica el diario:

«Esta unidad soviética puede sumergirse hasta una profundidad de 3.000 pies, más o menos unos 1.000 metros. Se trata de una increíble característica frente a otros sumergibles cuyas posibilidades oscilan entre los 300 o los 400 metros. Los mismos submarinos nucleares no tienen capacidad para realizar inmersiones superiores a los 400 metros. La velocidad lograda por estas unidades es otra de sus características claves. Pueden alcanzar una velocidad de 50 nudos a la hora, totalmente sumergidos. Esta velocidad, unos 95 kilómetros a la hora, es justo el doble de la de otros sumergibles. Gracias a esta extraordinaria movilidad, los sumergibles de la clase 'Alpha' poseen una velocidad superior a la de los torpedos Mark 48 empleados por la Marina norteamericana».

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El secreto de los 'Alpha' era un casco de aleación de titanio, lo que se traducía en una mayor solidez a cambio de un peso menor. Su finalidad era acabar con las naves enemigas a golpe de torpedo. Y es que, en caso de conflicto contra EEUU, podían llegar a toda prisa hasta las líneas de comunicación aliadas, internarse en su retaguardia y dar buena cuenta de sus bajeles más poderosos. Por si fuera poco, su capacidad de bajar hasta una profundidad de 1.000 metros lo convertía en un carro de combate, pues los explosivos destinados a acabar con los submarinos eran inofensivos a esa profundidad.

Si los 'Alpha' eran los perros de presa que combatirían en primera línea de batalla, los sumergibles tipo 'Oscar' eran sus hermanos mayores destinados a la retaguardia. Estos submarinos –entre los que se hallaba el 'Kursk'– contaban con capacidad para para lanzar misiles de crucero y eran ideales para deslavazar las defensas terrestres de los norteamericanos desde los mares. «El alcance de sus misiles llega hasta las 200 millas, frente a las 20 de los proyectiles clásicos. Es decir, puede atacar a buques enemigos a una distancia de 370 kilómetros, siempre permaneciendo sumergido», añadía ABC. En la actualidad todavía hay algunas unidades activas de su modelo inicial ('Oscar I') y su evolución ('Oscar II').

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El último sumergible al que se refería ABC es un titán de los mares que todavía sigue en activo: los submarinos de la clase 'Akula', renombrados a la postre por la OTAN como 'Typhoon'. «Es en la actualidad el mayor sumergible del mundo, una vez y media más grande que cualquiera occidental», desvelaba el diario. Y llevaba razón. La nave cuenta con la friolera de 175 metros de eslora, 23 metros de manga y puede desplazar 33.800 toneladas. Números que ni se acercan a sus hermanos menores. Además, es silencioso en extremo gracias a su sistema de propulsión y tiene la capacidad de portar misiles balísticos. «Son gigantescos leviatanes, los mayores de su especie», especificaba este periódico. Se construyeron seis, de los que dos están en reserva, y uno activo.

De la IIGM a hoy

La historia de los colosales submarinos soviéticos se remonta a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Días en los que no pocos científicos nazis, pérfidos para los aliados desde 1939 hasta 1945, se ganaban la sopa vendiendo los secretos tecnológicos de Adolf Hitler a los que, poco antes, habían sido sus archienemigos. Si los EEUU sumaron a sus filas a Wernher von Braun, artífice del programa de bombas volantes V2 con los germanos, y del cohete que llevó al hombre a la luna posteriormente, los soviéticos apostaron por reclutar a todos aquellos técnicos –entre ellos, el famoso Hellmuth Walter– capaces de modernizar su vieja flota submarina.

Aunque al final su colaboración no fue tan determinante como los bolcheviques hubiesen querido, ya por entonces quedó patente que la URSS andaba más que dispuesta a competir el dominio de los mares a la poderosa EEUU. Con estos antecedentes, no es de extrañar que las dos superpotencias de la Guerra Fría cayesen como buitres sobre los nuevos submarinos movidos por energía nuclear. Una propulsión que, según afirma Víctor San Juan en su obra 'Titanic y otros grandes naufragios', no necesitaba repostaje de combustible ni suministro de aire saliendo a superficie. Estos silenciosos asesinos fueron cargados hasta los topes de misiles balísticos (SSBN) con el consiguiente riesgo para sus tripulaciones.

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Poco después arribó hasta Rusia un tipo de sumergible que aunó desde los conocimientos nazis, hasta la radioactividad. Todo ello, pasando por el miedo que los almirantes rusos tenían a los míticos portaaviones norteamericanos. «Se acabó por construir un tipo de sumergible expresamente diseñado para atacar y destruir a los portaaviones. La novedad es que no pensaban hacerlo con torpedos, había que acercarse demasiado, sino con misiles balísticos especialmente adaptados a este tipo de blanco», completa el experto. Así nacieron naves como el 'K-141' ('Kursk'), llamado 'La perla de la corona del zar' por la prensa de la época. Una exageración, pues lo cierto es que este sumergible de la clase ´Óscar' no era tan grande como los 'Typhoon' ni tan moderno como los 'Akulas'.

Con todo este gigante era más que nuevo –fue construido entre 1992 y 1994–, rápido en extremo –30 nudos en superficie y 32 en inmersión–, duro como una piedra –su casco tenía 8,5 milímetros de espesor– y contaba con un armamento temible formado 24 lanzadores de misiles de diferentes tipos y cuatro tubos lanzatorpedos. Era, en definitiva, un almacén de explosivos submarino. «Estaba a la vanguardia de la defensa rusa. Funcionaba con dos reactores nucleares, medía 150 metros de eslora, tenía la altura de un edificio de seis pisos, y un tamaño superior al doble de un avión jumbo», explica la cadena National Geograpich en su reportaje 'El desastre del submarino nuclear Kursk'. El navío se ganó la fama por el accidente, pero lo cierto es que sus hermanos era mucho más poderosos.

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