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El lado desconocido de Romanones, el conde que se volcó con quienes tenían su mismo defecto físico

El aristócrata era un hombre de una actividad vibrante. Se levantaba a las ocho de la mañana y se iba a la cama a las once, sin que parara su cerebro de carburar un solo segundo

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Al conde de Romanones, alcalde de Madrid, notable escritor y tres veces presidente del Gobierno, se le atribuye históricamente la culpa de la caída última del Rey, pero más bien parece que simplemente fue de los únicos políticos monárquicos que se mantuvo, contra viento y marea, del lado de Alfonso XIII. En diciembre de 1930, cuando quedaban pocos meses para que el sistema monárquico saltara en mil añicos, ABC se metió en el día a día del político liberal para conocer sus manías y su forma de trabajar.

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«El conde de Romanones ha llegado al ápice en esta convicción; que si la mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo, el César, por muy honesto que sea, nunca puede aspirar a parecerlo ante el unánime recelo de la picardía siempre en guardia.

Y el conde de Romanones, haciendo el sacrificio perpetuo de su buen parecer moral, de su fama, acepta con resignación el juicio vulgar y hasta tiene estoicismo para aparentar que le ufana... Pero yo no vengo a hablar del político, cuyo concepto público falaz ha contribuido a crear él mismo, sino del hombre tal cual es en verdad, tal cual me lo presenta, en visión sencilla y patriarcal, el decurso de una de sus jornadas...», dejó escrito el periodista Luis de Galinsoga.

El escritor

El aristócrata era un hombre de una actividad vibrante. Se levantaba a las ocho de la mañana y se iba a la cama a las once, sin que parara su cerebro de carburar un solo segundo. La actividad política, la atención de los asuntos familiares, la caridad y un ocio tirando a reducido le devoraban la existencia.

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«—Desde que me levanto—me dice el conde de Romanones en nuestra charla de uno de estos días últimos, dedicada por entero a "confesarle"—me pongo a trabajar. Soy de todos los Círculos de Madrid; nadie me verá en ninguno de ellos nunca. No voy al teatro. No juego a las cartas. Si hay alguien abstemio, soy yo. Ni siquiera tengo la distracción de fumar... Mi vida de continua ocupación mental no presenta en esto más que un asueto: el campo, y en el campo, la caza. Esto sí; la caza me ha encantado siempre».

«Ni siquiera tengo la distracción de fumar... Mi vida de continua ocupación mental no presenta en esto más que un asueto: el campo, y en el campo, la caza»

El conde arrancaba el día escribiendo y leyendo, lo cual le hubiera dado, según él, para vivir, aunque fuera de manera más humilde: «Dadas las ofertas que me hacen los editores, podría yo vivir con el trabajo de mi pluma».

A media mañana, el palacio señorial de la Castellana donde residía Romanones en Madrid se llenaba de asiduos visitantes que buscaban 'audiencia' con el político para hablar de asuntos gubernamentales. En ese momento no ejercía ningún cargo oficial, pero había pasado tres veces por la presidencia del Consejo de Ministros y seguía siendo un faro monárquico en un momento donde los republicanos sumaban más y más efectivos.

La caridad

Almuerzo sencillo a la una y media y después nuevas lecturas o un pequeño paseo. La tarde solía estar dedicada a la oración y a las obras e instituciones que su caridad sostenía. «Sabido es que allí [en el Instituto Rubio] tiene acogida y cuidado un buen número de personas que padecen el mismo defecto físico que al conde de Romanones ha valido —¡y a costa, sin duda, de cuánta amargura contenida— ser blanco fácil de toda una grosera y estólida campaña de humoristas sin ingenio y sin educación». El defecto no era otro que una ligera cojera que padecía a consecuencia de un accidente en un coche de caballos siendo niño.

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En el Asilo de San Rafael, donde cuidaba de los diez niños «más desgraciados, los más doloridos», y en el convento de la Inmaculada realizaba labores caritativas durante muchas tardes. Lunes y martes atendía, a su vez, sus responsabilidades como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, respectivamente.

El propio cronista de ABC, consciente de que habría quien le acusara de hacer panegírico del conde con este retrato tan benigno, aseguraba haberse limitado a narrar lo que había visto con sus propios ojos: «"¡Bah! Ahora va a resultar que el conde de Romanones es un santo..." Arbitraria y atrevida interpretación sería ésta de mi trabajo. Me limité a contar la jornada de un hombre en el cual hay—según se ha visto—destellos conmovedores de ejemplaridad social. Ni un santo, ni un reprobo. Un hombre...».

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