La isla perdida de China que casi desata la Tercera Guerra Mundial en 1969
El 2 de marzo de 1969, 300 militares chinos asesinaron por sorpresa a 55 guardias fronterizos soviéticos en Zhenbao, un pedazo de tierra deshabitado de menos de dos kilómetros de largo que apunto estuvo de provocar una guerra nuclear entre los dos grandes gigantes comunistas del momento

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A juzgar por las declaraciones recogidas por el célebre periodista Vicente Gállego en el amplio reportaje que publicó en ABC, el 18 de octubre de 1969, el mundo parecía que iba a saltar por los aires. «El Gobierno chino envió a Rusia una delegación para negociar, pero después la URSS produjo un nuevo incidente sangriento, acusó a China de nuevas provocaciones e, incluso, insinuó que Pekín tenía intención de consumar un ataque nuclear contra la Unión Soviética», contaba en las primeras líneas, sobre este conflicto que a punto estuvo de provocar la Tercera Guerra Mundial.
Tras siete meses de enfrentamientos diplomáticos, verbales y bélicos, las diferencias entre los dos «gigantes comunistas», como los calificaba el célebre periodista español en este diario, parecían irreconciliables.
El planeta entero observaba en una tensa calma, horrorizado con la posibilidad de un nuevo enfrentamiento a gran escala como el que había devastado Asia y Europa entre 1939 y 1959. Pero esta vez, ni Estados Unidos ni ninguna otra potencia capitalista estaban en la liza, por lo menos de momento. «Si un puñado de maníacos belicistas se atreviera a atacar los emplazamientos estratégicos chinos, la agresión sería rechazada y 700 millones de chinos llevarían adelante una guerra revolucionaria», advertía la principal agencia de noticias de Pekín.
La afinidad ideológica entre ambos estados era obvia. De hecho, en la década de 1950, tanto la URSS como China juraron defender el socialismo contra el capitalismo occidental. Una década antes, Stalin también apoyó al Partido Comunista chino, después de que este ganara su guerra civil y se quedara con el control de la mayor parte del país. En 1949, Mao Tse-Tung prometió, incluso, «10.000 años de amistad y trabajo en equipo entre ellos», firmando después un tratado de amistad, alianza y asistencia mutua. En ese momento, miles de especialistas soviéticos ayudaron a crear una sólida infraestructura en Pekín. Entonces, ¿qué ocurrió?

La muerte de Stalin
Stalin falleció en 1953 y la relación entre los dos gigantes empezó a deteriorarse. Mao utilizó la muerte del dictador soviético para intentar convertir a China en el nuevo líder del bloque socialista. No le gustaba la dirección que estaba tomando la política internacional del sucesor, Nikita Jrushchov, que había empezado a impulsar la «coexistencia pacífica» con Occidente. Para tomar la delantera, hasta insinuó públicamente que no tenía ningún miedo a desatar una guerra nuclear contra Estados Unidos, pero la situación empeoró antes, cuando declaró que ya no reconocía las fronteras que Pekín y Moscú habían establecido en el siglo XIX.
En previsión de una posible invasión, la URSS envió a cerca de 300.000 soldados a su frontera en 1967. Desde entonces, las relaciones diplomáticas entre los dos gigantes comunistas no volvieron a ser lo mismo, hasta que, el 2 de marzo de 1969, el conflicto estalló. Aquella mañana de primavera, 300 militares chinos que el día anterior habían cruzado a pie el río helado de Ussuri atacaron, por sorpresa, a 55 guardias fronterizos soviéticos en la isla Zhenbao, la misma que los rusos llamaban Damanski. La mayoría de ellos fueron asesinados a quemarropa.

No era más que un pequeño pedazo de tierra deshabitado, de menos de dos kilómetros de largo, que servía de frontera entre la URSS y China. Según el derecho internacional, esta debería haber estado situada en el centro del río Ussuri, pero Moscú sacó a colación el acuerdo firmado en 1860 por los zares, que la había situado en aquel punto. «Las posiciones de Moscú y Pekín son irreconciliables», aseguraba Gallego en ABC, que a continuación recogía varias declaraciones vertidas en los últimos años por los dirigentes de ambos países y que no hacían albergar ninguna esperanza.
En 1963, por ejemplo, el Gobierno de Moscú avisaba a Pekín de que «las fronteras de la Unión Soviética son sagradas y que quien se atreva a violarlas, desencadenará las réplicas más resueltas». El argumento era que « no se debían crear artificialmente problemas territoriales en nuestros días, sean los que sean, sobre todo entre países socialistas, porque es entrar en una vía muy peligrosa».
20.000 kilómetros cuadrados
Pekín, sin embargo, calificaba de «injustos» los tratados impuestos a su país, a mediados del siglo XIX, por el imperialismo zarista ruso. En mayo de 1969 explicaba que «los territorios que una parte había arrebatado a la otra [durante la actual era soviética], violando dichos acuerdos, deben ser restituidos íntegra e incondicionalmente: ninguna ambigüedad será aceptada». El Gobierno chino calculaba que eran 20.000 kilómetros cuadrados y seiscientas islas con una superficie de más de 1.000 kilómetros más.

En su artículo, Gallego reproducía las palabras de la agencia de noticias pekinesa, que matizaba el argumento: «China no ha pedido jamás la restitución de los territorios que la Rusia zarista se anexionó por tratados injustos. Por el contrario, el Gobierno soviético es el que siempre ha intentado ocupar nuevos territorios chinos, violando las estipulaciones de esos tratados, y le ha exigido a China para que reconozca como legales tales ocupaciones. El Ejecutivo chino no ha ocultado nunca que existen diferencias irreconciliables entre ambas naciones. La lucha continuará durante largo tiempo».
Dos semanas después del ataque de los chinos del 2 de marzo de 1969, Zhenbao se convirtió de nuevo en un campo de batalla. El día 15, una división de infantería china volvió a atacar la isla, obligando a los soviéticos a retirarse tras horas de intensos combates. Horas después, estos respondieron con lanzacohetes desde la orilla opuesta y aniquilaron al enemigo. El terrible balance de muertos no era como para ser optimistas: 58 de la URSS y varios centenares chinos. El mayor temor seguía siendo que aquellos enfrentamientos desencadenaran una guerra nuclear entre socialistas que acabara afectando al mundo.

Un acuerdo «imposible»
Justo antes de que esa posibilidad se concretara, Moscú y Pekín retomaron las negociaciones a finales de agosto. El 11 de septiembre, el primer ministro soviético, Alekséi Kosyguin, se detuvo en el Aeropuerto de Pekín durante su viaje de regreso del funeral del líder vietnamita Ho Chí Minh. Allí mismo mantuvo una serie de conversaciones con su homólogo chino, Zhou Enlai, cuyas fotografías publicó ABC. En el último momento, ambos acordaron el retorno mutuo de embajadores y el comienzo de nuevas negociaciones fronterizas, esta vez sin bombas de por medio.
Y aunque los ataques se detuvieron, nunca se llegó a alcanzar una solución definitiva en torno a esta cuestión. «Es casi imposible que la URSS y China alcancen una solución verdadera a sus rivalidades fronterizas. Los argumentos publicados por las dos partes en los últimos años prueban que el camino que deberían recorrer es demasiado largo y espinoso», explicaba este diario en 1969. Y no se equivocaba, porque las disputas continuaron hasta finales de la década de 1980, poco antes de que se produjera la desmembración de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín.
En 1989, Mijaíl Gorbachov y Deng Xiaoping firmaron un tratado sobre la desmilitarización de la mencionada frontera y declararon la normalización de las relaciones bilaterales. Y en 1991, cuando la URSS dejó de existir, Rusia cedió finalmente la isla de Damanski (o Zhenbao) y medio centenar de kilómetros de la frontera a la República Popular China. En el otoño de 2003, además, nuevos territorios pasaron al control del Gobierno de Pekín y, en otro acuerdo de 2008, la frontera quedó definitivamente delimitada.
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