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El infierno de los españoles en Mauthausen-Gusen: el suicidio parecía la única salida

Más de 7.000 exiliados de la Guerra Civil fueron enviados al famoso campo de concentración austriaco, donde muchos fueron asesinados a golpes por los guardias y otros tantos prefirieron quitarse la vida a seguir vivos

Presos del campo de concentración de Mauthausen, durante la Segunda Guerra Mundial
Presos del campo de concentración de Mauthausen, durante la Segunda Guerra Mundial
Israel Viana
MadridActualizado:

En total fueron más de 7.000 los españoles muertos en Mauthausen . La mayoría de ellos, prisioneros de la Wehrmacht, provenían de la Resistencia francesa tras su huída de España. El primer fallecido en aquel campo de concentración, el 26 de agosto de 1940, fue un andaluz de Fuengirola, José Marfil, según recogían Sandra Checa, Ángel del Río y Ricardo Martín en su libro ‘Andaluces en los campos de Mauthausen’ (Centro de Estudios Andaluces, 2006).

Marfil tenía 52 años y, según recuerdan los supervivientes, sus compatriotas solicitaron permiso para guardar un minuto de silencio, algo inaudito que ningún otro grupo de presos se había atrevido a pedir antes. Los nazis se lo concedieron y los que tuvieron la suerte de sobrevivir, lo recordaron durante toda su vida como uno de los momentos más emocionantes de sus vidas. Entre ellos, su propio hijo, de igual nombre y también preso en Mauthausen, que recordaba en el diario ‘Sur’ de Málaga, en 2013, los pijamas de rayas con los que eran vestidos y la crueldad con la que fueron tratados.

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José Marfil hijo tenía 19 años cuando llegó al campo austriaco, después de que le apresaran junto a su padre cuando luchaban con el ejército francés. Sobrevivió, aseguraba, por casualidad, gracias a sus dotes como carpintero, en primer lugar, y a la fortaleza psicológica demostrada en aquel infierno, en segundo, a pesar de la pérdida de su progenitor y la de muchos otros de sus compañeros. Unos porque fueron asesinados a golpes por los guardias y otros muchos prefirieron quitarse la vida a seguir vivos.

Al igual que todavía hoy existen muchas dudas para identificar a la mayoría de los españoles deportados al campo de Mauthausen, los episodios de los suicidios tampoco son muy conocidos. En el citado libro se destaca el hecho de que muchas familias tardaron siete u ochos décadas en enterarse de que uno de sus miembros había muerto allí y cómo. La mayoría de sus nombres fueron rescatados gracias al empeño de tres presos que trabajaban en la administración del campo y que asumieron por ello un gran riesgo: José Bailina, Casimiro Climent y Juan Diego.

El boxeador catalán

Algunos de los casos de los que allí se quitaron la vida han llegado hasta nosotros, como el famoso boxeador catalán Llorenç Vitrià , que vivió sus días de mayor gloría en 1924, cuando se proclamó campeón de Cataluña y España y representó a su país en los Juegos Olímpicos de París. En esta última cita, toda la prensa coincidió en que nuestro púgil pasó por encima del poderoso McGregor, a pesar de que los jueces no le dieron la victoria: «El español empezó a sacar todo el repertorio de boxeo clásico que atesora y jugó con su adversario como quiso. ¡Qué barbaridad de puntos marcó el pequeño púgil! Esquivar, esquivó como una ardilla, y al final de los rounds, el entusiasmado público se prodigó en aplausos», aseguraba la crónica de ‘El Sol’ .

Sin embargo, su vida se truncó con la Guerra Civil, donde tuvo que combatir del lado republicano. Cuando Franco entró en Barcelona en 1939, Vitrià fue a parar al campo de refugiados de Les Alliers. El 20 de agosto de 1940, poco después de que Hitler invadiera Francia, fue trasladado en el tristemente célebre ‘Convoy de los 927’ –en referencia al número de deportados– al campo de concentración de Mauthausen. El boxeador tenía 32 años, y con él se quedó en el campo de concentración la mitad del tren (470), todos hombres y muchachos mayores de 14 años.

Vitrià ingresó con el número 4074 en Gusen, un campo satélite que formaba parte del complejo de Mauthausen. Según los testimonios de algunos supervivientes, era el lugar donde acababan los prisioneros que habían dejado de ser útiles en las canteras para ser asesinados cuanto antes. Aquel lugar se convirtió en un auténtico cementerio de españoles. Según cuenta el historiador Carlos Hernández de Miguel en ‘Los últimos españoles de Mauthausen: La historia de nuestros deportados, sus verdugos y sus cómplices’ , el suicidio era la única salida en aquel horror.

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Colaboradores del suicidio

Ese fue el caso, por ejemplo, del atleta Narcís Galí, un gerundés de 28 años que aguantó sólo unos meses hasta que decidió acabar con su vida ante los horrorizados ojos de su amigo Pere: «Acostumbrado a la libertad, no quiso someterse al hambre, a los golpes, al trabajo agotador y a vivir en manada. Escogió el tren de las tres de la tarde y, al verlo venir, salió corriendo hacía él para tirarse debajo, pero la máquina no destrozó su cuerpo. Una bala disparada por el centinela llegó antes», relataba este superviviente en el libro de Hernández de Miguel.

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Liberación del campo de exterminio de Auschwitz

Un episodio trágico fue el que relató al historiador otro de los prisioneros, Antonio García Barón, que se convirtió en colaborador necesario de algunos de los suicidas: «Como tenía una correa de dos hebillas que le había quitado a un cadáver, todos aquellos que se querían quitar la vida me la pedían prestada para ahorcarse. Se subían al banquillo, se ajustaban el cinturón italiano, le daban un golpe misericordioso al banquillo y adiós a la vida. Yo mismo descolgaba los muertos, introducía de nuevo la lengua a la boca, les cerraba los ojos y recuperaba la correa».

Uno de los pocos supervivientes españoles de Mauthausen, José Alcubierre, contaba en 2010 a la revista ‘Magazine’ que cuando llegó al campo con su padre, muerto a golpes por parte de tres cabos polacos ansiosos de sangre, conoció a personalidades españolas tan importantes como el futbolista Saturnino Navazo, el conocido militante del Partido Comunista Pepe Perlado y el mismo Vitrià, a quien sus compañeros todavía llamaban «la maravilla del ring».

El final del púgil

El boxeador se encontraba en Gusen cansado, enfermo y sumido en una profunda depresión cuando tiró finalmente la toalla por última vez. El 18 de junio de 1941, con 33 años, se arrojaba contra la valla electrificada del campo. «A Llorenç Vitrià, la maravilla del ring», puede leerse en la foto que hay en el museo de Mauthausen, junto a una dedicatoria de sus sobrinos.

Un año después de su suicidio, el 16 de julio de 1942, los nazis llevaban a cabo en París la «Redada de Vel d'hiv», durante la cual encerraban a más de 7.000 judíos en el velódromo donde nuestro protagonista se había enfrentado a McGregor 18 años antes. De ellos, 4.000 eran niños, que finalmente fueron enviados directamente a las cámaras de gas de Auschwitz.