Los honores «de tercera» a los restos de los últimos de Filipinas: «¿Por qué a unos tanto y a otros tan poco?»
El periodista Ángel María Castell criticó en ABC el homenaje dado a los héroes de Baler en Madrid en 1904
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La epopeya de los héroes de Baler era «harto reciente y harto dolorosa» como para que hubiera sido olvidada cuando llegaron a Madrid los restos de los españoles muertos en aquella defensa épica que duró 337 días. Aislados del mundo, los «últimos de Filipinas» habían resistido sin auxilio y sin esperanza en la iglesia de ese pueblo de la isla de Luzón, sin saber que la guerra había terminado en diciembre de 1898 con la firma del Tratado de París. Hasta que el 2 de junio de 1899, convencidos por fin de la derrota, los 38 españoles que quedaban con vida capitularon.
+ infoEl presidente filipino Emilio Aguinaldo emitió un decreto en el que exaltó el coraje de este puñado de españoles, cuya epopeya había sido «tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo».
Y determinó que no se les considerara prisioneros, sino amigos, facilitando su vuelta a casa.
En septiembre de aquel mismo año, y tras diversos homenajes en Manila, los supervivientes del destacamento de Baler regresaron a España, pero los restos de los fallecidos durante el sitio no fueronrepatriados hasta marzo de 1904.
ABC siguió aquel último regreso con un gran despliegue fotográfico que incluyó imágenes del responso rezado en Baler ante las sacas que contenían los restos mortales de los héroes, así como de la iglesia de Baler y del centro del pueblo reconstruido tras la guerra.
+ infoTambién «Blanco y Negro» publicó una fotografía del embarque de los restos en Manila, en la lancha «Comillas» y otra de los marinos americanos que trasladaron la urna hasta la embarcación. «El primer acto, por cierto solemnísimo y conmovedor en que se ha reconocido este respeto y veneración, ha sido el traslado de los restos desde Baler a Manila y el embarque en la capital de Filipinas. Las cajas en que se conservaban los cadáveres del capitán Enrique de las Morenas y de sus bravos compañeros fueron conducidas a hombros por los marinos norteamericanos de guarnición en Manila y se les tributaron los honores militares correspondientes», informaba la revista.
La llegada de los restos a Barcelona y su traslado a Madrid había dado ocasión a que el pueblo manifestara «una vez más su entusiasmo por el Ejército», proseguía Blanco y Negro. Aunque Ángel María Castell no opinaba del mismo modo en ABC.
+ info«Los americanos, nuestros vencedores y dueños actuales de Filipinas, han sabido rendir justo homenaje de admiración y respeto a las santas cenizas de los héroes. Nosotros, no. Ellos les han rendido honores de primera clase. Nosotros, de tercera, y gracias», se lamentaba Castell.
El desfile de la comitiva fúnebre por las calles de Madrid había producido, a su juicio, «profunda pena». Había asistido bastante gente, pero no toda la que presenciaba, por ejemplo, el desfile del Carnaval. «Muchos estudiantes, muchos curiosos, algunas personas sinceramente patriotas, pocos elementos oficiales», describía.
El duelo había sido presidido por el general Arsenio Linares, el de Santiago de Cuba, que había decretado además los honores de comandante tributados a los héroes. Sin embargo, Castell criticaba que el presidente del Consejo de Ministros hubiera salido en coche de su casa justo cuando el cortejo iba a pasar cerca de ella o que el presidente del Congreso estuviera almorzando a aquella hora. «¡Verdad es que hubiera sido demasiado, tratándose de un entierro de comandante!... ¿Es que esas cosas de la patria son romanticismos trasnochados que hay que ir olvidando? Pues haber dejado los esqueletos en Baler y no haber turbado su descanso eterno para hacerles emprender un viaje en el que los muertos, muertos y todo, si no han sentido el mareo en la travesía del mar, habrán sentido por lo menos náuseas al entrar en Madrid», sostenía.
Y poco después, se preguntaba: «¿Qué hicieron los héroes del Parque de Madrid (se refería a los del 2 de mayo) que no hiciesesn los de la iglesia de Baler? ¿Por qué a unos tanto y a otros tan poco? ¿Es que en el heroísmo y en el amor a la Patria también hay clases?»
Castell defendía que honrar con extraordinaria solemnidad a los defensores de Cavite y de Baler no hubiera molestado a nadie y habría constituido un tributo justo y necesario a la memoria de los héroes. «El acto habría sido, cuando menos, oportuno. Por eso no se ha celebrado», censuraba el periodista en 1904.
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