El héroe de Baler que luchó contra un enemigo más en Filipinas
El teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones hubo de hacer frente también a una epidemia de beriberi durante el sitio
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En la iglesia de Baler, 38 hombres deponían por fin sus armas el 2 de junio de 1899. Se habían defendido de forma épica durante 337 días aislados en este pequeño pueblo de la isla de Luzón, aún después incluso de que finalizara la guerra en Filipinas con el tratado de París firmado por España y Estados Unidos en diciembre de 1898. Los soldados y oficiales del Batallón de Cazadores Expedicionarios número 2, al mando del teniente Saturnino Martín Cerezo tras la muerte del capitán Enrique de las Morenas, eran los «Últimos de Filipinas».
En aquella iglesia convertida en fortaleza habían luchado contra más de un millar de tagalos, pero el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones había tenido que lidiar además contra otro mortal enemigo que se cobraba vidas sin piedad: una epidemia de beriberi, consecuencia de la deficiente alimentación.
+ infoEl doctor, nacido en Marbella (Málaga) en 1862 y licenciado en Granada, había sido nombrado por real orden médico militar provisional para que pudiera prestar sus servicios en las posesiones españolas en Filipinas. Trasladado a Manila, fue destinado al hospital de Malate y posteriormente a la enfermería de Baler. a la que llegó en febrero de 1898. Contaba con un hospitalillo de diez camas, que tuvo que abandonar ante la sublevación de los nativos para refugiarse junto al resto de españoles en la iglesia el 27 de junio de aquel mismo año.
+ info«Durante el sitio que sufrió el destacamento, el médico prestó servicio de armas junto con los demás oficiales, aparte de los servicios facultativos», según contó en ABC su hijo José María Vigil de Quiñones Alonso en 1970. «... A todo se prestaba y a todas partes acudía voluntario, dando ejemplo de abnegación y resistencia», refirió Martín Cerezo en el libro «El sitio de Baler».
En otro pasaje que recordaba su familiar relató «cómo el médico una noche, pistola en mano, y con grave riesgo personal, salva al destacamento de una emboscada de los tagalos que pretendían incendiar la iglesia».
«Herido de gravedad y enfermo de beriberi, le dijo al teniente: "Yo ya me muero, estoy muy malo" y le indicó que los soldados enfermos y heridos y tal vez él mismo mejoraran de aquella avitaminosis si conseguían entrar víveres frescos de fuera», contaba Vigil de Quiñones. Por entonces, según recordaba su hijo, se desconocía que el trastorno fuese debido a la ausencia de tiamina (vitamina B1).
«Ante el estado del médico, Martín acordó una salida de la iglesia, que efectuó el cabo Olivares y los catorce soldados más últiles a bayoneta calada, y fue un éxito, porque se consiguió alejar al enemigo», continuaba. El cabo fue recompensado por el médico con un reloj.
Durante meses resistieron entre aquellas paredes convertidas en su fortín hasta que una vez convencidos de que la guerra había acabado y ya sin agua, casi sin municiones y agotados los víveres que a fuerza de privaciones habían alargado, capitularon con todos los honores. El presidente filipino Emilio Aguinaldo dictó un decreto en el que elogió su valor en esta epopeya «tan gloriosa y tan propia de los hijos del Cid y de Pelayo».
+ infoAl dar cuenta de la llegada a España de los héroes de Baler en septiembre de 1899, el periódico «El Imparcial» señaló: «Todos elogian el heroico comportamiento del médico señor Vigil, digno de admiración de propios y extraños. Viene convaleciente aún de la herida que recibió durante el sitio, y los soldados hacen lenguas al hablar de su bravura y su celo en favor de los heridos».
El médico de Baler ingresó en el Cuerpo de Sanidad Militar y continuó su vida castrense en Marruecos. Murió de comandante retirado en Cádiz, el 7 de febrero de 1934.

Otro de sus hijos, Rogelio Vigil de Quiñones, ingeniero de Telecomunicación ya jubilado cuando habló con ABC, investigó durante años en los archivos militares y las hemerotecas sobre la gesta de Baler. Y en 1979 viajó a Filipinas para conocer el lugar donde ocurrieron los hechos. Su visita, según refirió Juan Antonio Cabezas, «fue un puro agasajo», tanto por parte de las autoridades filipinas como de particulares que todavía recordaban a su padre.
+ infoEntre otros obsequios le fue entregada la gran medalla de oro Procultura, destinada a quienes no siendo filipinos hagan una obra meritoria por la historia y la cultura del país, que llevaba en el reverso la leyenda: «Quien no procura subir, vive para no vivir».
+ infoRogelio Vigil de Quiñones no vio reflejado a su padre en el personaje de la película «Los últimos de Filipinas» (1945) que interpretó Guillermo Marín, aunque llegó al convencimiento de que una cosa era el cine y otra, la Historia.
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