La hazaña de la «frágil» escuadra española en el Callao, según sus héroes: «Méndez cayó herido en mis brazos»
El 2 de mayo de 1866, el almirante vigués Casto Méndez Núñez hizo caso omiso de las órdenes del Gobierno y, con el apoyo de sus comandantes, se lanzó al ataque contra el puerto peruano para «restituir el honor de la Armada»

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«En la crónica de la todavía reciente Segunda Guerra Mundial, a la que acabamos casi de asistir, hemos conocido batallas denominadas ‘de prestigio’, en la que uno de los contendientes luchaba más por el fuero que por el huevo. De esa clase fue la batalla del Callao, en la que nuestra exigua flota del Pacífico se alineó dispuesta a jugárselo todo, incluso su propia supervivencia, sin el propósito de conquistar territorios ni ganar bienes materiales, sino reconquistar su bien ganado prestigio, que con malévolos argumentos había sido puesto en entredicho».
Así recordaba ABC, en 1971, el célebre combate que cerró la ‘Campaña del Pacífico’, también conocida en Latinoamérica como la ‘Guerra contra España’. Un conflicto que tuvo su origen en la conquista de las islas Chinchas por parte de España, en 1864, con el objetivo de obligar al Gobierno peruano a investigar el asesinato de unos trabajadores españoles en el Callao.
Aquella invasión desató el susodicho enfrentamiento contra Perú, que se prolongó durante dos años porque Chile, Ecuador y Bolivia se fueron uniendo al bando de los andinos.
El contraalmirante de la Armada e historiador Julio Guillén Tato, fallecido en Madrid en 1972, calificó esta guerra de «estúpida, por los continuos errores de uno y otro bando». En ella se produjeron episodios tan polémicos como el bombardeo de Valparaíso, en el que España castigó a la ciudad chilena con más de 2.600 bombas, dos meses antes de poner rumbo hacia el Callao, para enfrentarse a las todopoderosas defensas del puerto peruano. El resultado, sin embargo, sigue siendo hoy objeto de polémica entre los que defienden que los españoles arrasaron la plaza sin sufrir daños graves y los que mantienen que huyeron heridos y sin munición.
En lo que sí parecen coincidir muchos historiadores es en que la escuadra española, al mando del almirante Casto Méndez Núñez, partía con mucha desventaja. «Todas las fragatas, excepto una, eran barcos de madera. Solo la Numancia, que era el buque insignia, estaba blindada», apuntaba este diario en el citado reportaje. En 1966, con motivo del centenario de la batalla, ABC hablaba de una «frágil pero heroica escuadra con buques de madera que se acercaba al enemigo entre torpedos fijos hasta tocar el fondo con las quillas de sus buques».
+ infoContra la orden
El escritor peruano Enrique Chirinos Soto, justificando el resultado del combate, declaró: «El Numancia era uno de los navíos más famosos del mundo. Desplazaba siete mil toneladas. Los buques recién adquiridos por Perú, que todavía no habían llegado al puerto, apenas desplazaban dos mil toneladas». A esta famosa fragata –que en 1916 se convirtió también en el primer acorazado de la historia que consiguió dar la vuelta al mundo–, se sumaban otras cinco (Blanca, Villa de Madrid, Berenguela, Resolución, y Almansa) y la goleta Vencedora.
Méndez Núñez escogió la fecha del 2 de mayo de 1866 para atacar el Callao, una operación que podía ser calificada de suicida, para hacerla coincidir con el día que los madrileños se sublevaron contra la invasión de España por parte de las tropas de Napoleón en 1808. «Era necesario dar un mentís a quienes acusaban a la escuadra española de haber atacado a una plaza indefensa [Valparaíso], y el argumento más terminante podía ser plantarse ante la plaza más fuerte [de el Callao]», explicaba ABC.
Cuentan que un día antes se presentó ante el almirante gallego el alférez de navío Pedro Álvarez de Toledo. Llevaba varios pliegos con la orden del Gobierno español de suspender la operación y regresar a la Península. Cuando los abrió y los leyó, consideró que aquel mandato no era justo. Estaba convencido de que España necesitaba demostrar la gran potencia de sus armas, y le respondió: «Usted no ha llegado todavía. Llegará el día 3 y yo mañana bombardearé el Callao. Y, cuando me comunique usted la orden del Gobierno, me apresuraré a cumplirla».
No era una bravata, pues sabía que se estaba jugando su carrera militar, pero incluso los comandantes de otros barcos estuvieron de acuerdo. Así que, las naves españolas se acercaron a la plaza, en formación de V, el 2 de mayo a las 11.15 horas. El comodoro de la escuadra enemiga, intentó disuadir varias veces a Méndez Núñez de que desistiera de su idea y le planteó la siguiente pregunta: «Suponiendo que yo pusiese mi barco entre el suyo y la ciudad, ¿qué sucedería?». Y Méndez Núñez replicó: «Usted es marino y yo también. Usted sabe cuál sería su deber en tales circunstancias y, por consiguiente, también sabe cómo yo cumpliría el mío. Si usted se colocara entre la ciudad y mis buques, mi deber sería echarle a pique».
+ infoMéndez Núñez, herido
España contaba con 270 cañones en su escuadra. Perú, 69, si sumamos los 56 que tenían en tierra y los 13 divididos en varios buques. Además, estaban preparados con una línea defensiva de batallones de infantería y caballería en caso de que las fuerzas españolas desembarcaran, pero eso no estaba en los planes de Méndez Núñez. El secretario de Guerra peruano, José Gálvez, ubicado en la Torre de La Merced, pidió que se dejase a los enemigos empezar el ataque. La Numancia lanzó el primer disparo a las 12.00. Pocos minutos después, el segundo. Según Chirinos Soto, Gálvez ordenó a sus baterías que iniciaran el ataque y gritó, «Españoles, aquí os devolvemos el Tratado del 27 de enero», en referencia al acuerdo de paz que habían firmado en 1865.
Pocos días después, el comandante de la Numancia, Juan Bautista Antequera, le contaba a su cuñado el comienzo de la batalla en una carta: «A los treinta minutos de fuego, Méndez [Núñez] caía herido en mis brazos. Solo yo había quedado ileso entre los que ocupábamos el puente de mando. Méndez se empeñó en seguir en su puesto de honor, pero a los cinco minutos, desfallecido, yo ya no podía sostenerle y fue conducido al hospital de sangre». Según algunas biografías, la bala le produjo ocho heridas de gravedad al vigués, que aguantó la batalla hasta que la pérdida de sangre le hizo desmayarse.
A los 55 minutos de combate, se produjo una explosión en la Torre de La Merced que mató a 27 peruanos, incluyendo a Gálvez. En su carta, Antequera reconocía que los diferentes comandantes decidieron ocultar al resto de la escuadra el estado de Méndez Núñez y, a continuación, describía los momentos más críticos: «Así estábamos a las dos de la tarde. A la Blanca no le quedaban municiones cuando la Almansa, incendiada por una granada Amstrong de 300, se retiraba del fuego. Creí que no volvería a ver a Victoriano [en referencia a Sánchez Barcáiztegui, comandante de la Almansa], otro de los héroes de tan memorable ocasión, que con un rasgo verdaderamente heroico salvó la fragata».
+ info«El honor estaba a salvo»
El combate se prolongó durante más de cinco horas. Murieron 43 españoles. La cifra de víctimas peruanas ofrecida por los distintos historiadores es muy dispar. Algunos hablan de entre 80 y 90, mientras que otros la elevan hasta dos mil, aunque parece obviamente exagerada. «Caía de nuevo una espesa calima y eran las cuatro y cuarenta minutos cuando los buques efectuaron los últimos disparos. La que por la mañana era una formidable plaza fuerte, solo respondía con el fuego de tres cañones. Médez Núñez tenía ya la orden de regresar a España y podía hacerse, pues el honor estaba ya muy a salvo», contaba ABC en 1966.
Tras la batalla, la escuadra española enterró a sus marinos fallecidos en la isla de San Lorenzo. Allí, el almirante gallego proclamó antes sus hombres: «Una provocación inicua os trajo a las aguas del Callao. La habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre presentada por el enemigo hasta el punto de que solo tres cañones respondían a los nuestros cuando la caída de la tarde nos obligó volver al fondeadero [...]. Habéis humillado a los que arrogantes se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra detrás de sus monstruosos cañones [...]. Tripulantes de la escuadra del Pacífico, habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: la del Callao [...]. ¡Viva la Reina y viva España!».
Y continuaba: «Cuando todos se retiraban, de algún buque extranjero salieron también estruendosos hurras de entusiasmo que elocuentemente proclamaban la victoria de las armas españolas, sintiéndose sus tripulantes como improvisados jueces. Marinos admiradores de marinos, hermanos de armas de la noble profesión del mar, sin tener en cuenta bandera alguna». Finalmente, los cinco buques que sobrevivieron, incluido el Numancia, se dirigieron a las islas Filipinas y de allí a Cádiz. En 1871 España y los cuatro países sudamericanos firmaron el armisticio que, entre 1879 y 1885, fue también ratificado individualmente con Perú, Bolivia, Chile y Ecuador.
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